De la obsesión por la normalidad al desafío pedagógico de lograr escuelas más justas

Por Luz Albergucci (*)

(*) Licenciada en Ciencias de la Educación (UBA), es docente en institutos de formación docente en la provincia de Buenos Aires y la Ciudad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Hurlingham. Actualmente a cargo del Departamento de Ciencias Sociales y Educación de la Universidad Pedagógica Nacional. Es miembro del Instituto de Investigaciones Pedagógicas “Marina Vilte” de la CTERA.

La pandemia producida por COVID-19 impactó tanto en la dinámica social como en lo cotidiano de las instituciones educativas y su entorno, en los modos de enseñar y en los modos de aprender. En las investigaciones de las que vengo participando, en el marco del Instituto de Investigaciones Pedagógicas “Marina Vilte” de la CTERA, se viene constatando que las modificaciones en el trabajo docente y en el oficio de estudiante han sido profundas1Sugiero la lectura del Informe elaborado por Adriana Puiggrós, Miguel Duhalde, Liliana Pascual, Luz Albergucci, María Dolores Abal Medina, Andrea Núñez y Gabriel Martinez (2022) Situación educativa y problemáticas emergentes durante la pandemia en Argentina, 1a ed, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA).. En este sentido, voy a recorrer algunos elementos que, a mi entender, pueden convertirse en disparadores para pensar desafíos actuales de la escuela y que interpelan a la idea de un “regreso a la normalidad”, noción que oculta, niega, invisibiliza o abiertamente ignora todo lo sucedido, producido y hasta temido durante los momentos más difíciles de la pandemia.

Por un lado, desde la perspectiva del trabajo docente, la pandemia ha visibilizado que el trabajo de enseñar no se reduce al aula, ni al horario escolar. La dificultad de establecer horarios por parte de las y los docentes durante los períodos de aislamiento y distanciamiento social está fuertemente vinculada a unos tiempos de trabajo nunca reconocidos en la jornada laboral -ni en su consecuente remuneración-. Existe un trabajo de planificación, de elaboración de materiales, de corrección, entre un conjunto de diversas y variadas actividades que las y los docentes llevan adelante para vincular a las y los estudiantes al conocimiento escolar. También, la pandemia hizo visible que la tarea de enseñar requiere ser ejercida por personas formadas para ello: por maestras y maestros, por profesores y profesoras. Ha quedado claro que no es posible que las familias asuman esa tarea, aunque es preciso poner en valor su involucramiento en la construcción del oficio de estudiar de niñas, niños y jóvenes, acompañándolos. En este sentido, creo que una clave para pensar la escuela de hoy radica en la necesidad de fortalecer sus relaciones con la comunidad educativa, centradas en cómo es la construcción de vínculos con los saberes que se producen en los hogares y en las instituciones escolares. Es decir, se trata de pensar una escuela y una comunidad educativa preocupadas por cómo niñas, niños y jóvenes se vinculan con el saber producido en las instituciones, en los hogares y en su entorno más cercano.

Tenemos una obligación ética y política de reconocer este despliegue tan diverso de modos de enseñar y de aprender y otorgarles protagonismo a muchos de los dispositivos de enseñanza y de aprendizaje que “funcionaron” durante la pandemia

Adicionalmente, la pandemia produjo una exigencia física, mental y emocional sobre el trabajo docente, no solo por la sobrecarga laboral involucrada sino también porque la nueva configuración de lo escolar -por fuera de las instituciones educativas- nos obligó a pensar nuevas formas de enseñar y aprender, nuevas maneras de sostener los vínculos con las y los estudiantes y sus familias, nuevas formas de trabajo colectivo entre docentes y distintas formas de conducir las instituciones escolares, en un contexto altamente complejo y cambiante. En otras palabras, la pandemia introdujo exigencias sobre el cómo del trabajo docente, y sobre el cómo del oficio de estudiante. Tenemos una obligación ética y política de reconocer este despliegue tan diverso de modos de enseñar y de aprender, y de otorgarles protagonismo a muchos de los dispositivos de enseñanza y de aprendizaje que “funcionaron” durante la pandemia. Esto es: proyectos de trabajo con otras instituciones de la sociedad civil, con clubes, con centros culturales, con organizaciones sociales y radios comunitarias, proyectos de enseñanza articulados entre docentes de distintas disciplinas y hasta proyectos articulados entre distintas instituciones escolares. Si bien el “borramiento” del espacio aula agudizó la desigualdad educativa -en su intersección con las desigualdades preexistentes entre los distintos sectores sociales-, también generó la posibilidad de tejer lazos más allá de las paredes de las instituciones escolares. Considero que aquí podemos encontrar otro elemento para pensar la escuela hoy, la enseñanza y el trabajo educativo con las niñas, niños y jóvenes con trayectorias desacopladas durante la pandemia.

Por otro lado, fue un momento que trajo aparejado una complejidad adicional al trabajo docente, estrechamente vinculada a la tarea de contener y acompañar a las y los estudiantes y sus familias en situaciones difíciles, exacerbadas durante el aislamiento físico de la pandemia, donde la docencia ha sido un sostén muy importante para niñas, niños y jóvenes. Si bien las preocupaciones en torno a la vulneración de derechos y situaciones de violencia en los hogares, y entre los y las estudiantes, no es un hecho nuevo, sí se ha observado que durante la pandemia los distintos sujetos institucionales han encontrado nuevas dificultades para su tratamiento, una detección demorada y una mayor cantidad de problemas para lograr la articulación interinstitucional requerida. Durante la pandemia, la detección de estas situaciones, en ocasiones, aconteció en ámbitos distintos al aula, y muchas veces ante docentes que no se encontraban habituados a ello. Se hizo visible al niño, niña y joven más allá de su condición de estudiante; en su condición de persona que puede transitar o estar viviendo una realidad que también puede producirle sufrimiento o dolor. Considero que esto último tiene gran relevancia para reflexionar sobre el trabajo de enseñar con los y las adolescentes y jóvenes, en particular porque la escuela secundaria tiene un legado histórico no asociado específicamente a la tarea de contener y cuidar en su sentido pedagógico, y creo que la pandemia ha puesto en evidencia que enseñar y cuidar son dos caras de la misma moneda, también cuando se enseña Matemática en la escuela secundaria.

Reconstruir y reformular los modos de vinculación con el conocimiento

En relación al oficio de estudiante pueden encontrarse elementos en los que considero necesario detenernos a reflexionar para pensar la escuela hoy. En algunas instituciones, particularmente en el nivel secundario, el oficio de estudiante durante la pandemia consistió –fundamentalmente- en “dar”, en “responder”, en “entregar el TP”. El estudiante esperaba la consigna y el docente esperaba la respuesta; en cierta medida, el acto de enseñar y de aprender se redujo a una transacción cuasi económica. Por supuesto que esto no fue una generalidad, pero sí estuvo mayormente presente entre los y las jóvenes que, al volver físicamente a las escuelas, esperaban el mismo tipo de funcionamiento que aquel que habían vivenciado durante un año y medio. En este sentido, se produjeron modificaciones sobre el cómo vinculamos a las y los estudiantes con el saber, en muchos casos se redujo la construcción del saber a algo que se plasmaba en algunos pocos caracteres, a veces con poca elaboración propia, y tantas veces con poca construcción colectiva o colaborativa con otras y otros. Del otro lado del extremo, en cambio, pudieron promoverse trabajos colaborativos en espacios de distintas materias, entre estudiantes de distintos grados/años, entre jóvenes de diferentes instituciones escolares y no escolares. El acompañamiento de docentes para el logro de este tipo de propuestas, y fundamentalmente, la enseñanza desplegada para favorecer aprendizajes más colaborativos y reflexivos es, sin lugar a dudas, algo valioso que debemos rescatar para pensar la escuela hoy, en contraposición de la reducción de la enseñanza y del aprendizaje a una transacción bancaria.

Las aulas de hoy, sin dudas, deberán trabajar con más fuerza la construcción de las dinámicas colectivas, con una circulación de mayor horizontalidad tanto de voces como de saberes (…)

La desterritorialización de la enseñanza y del aprendizaje, en tanto y en cuanto sucedió por fuera del edificio escolar, del aula, del turno específico, etc. y su consecuente pasaje a una educación remota -generalmente mediada por las tecnologías-, produjo no solo una profunda desigualdad en tanto acceso a los dispositivos, sino también un desacople en los tiempos de conexión, modificando la comunicación, dificultando los diálogos y los vínculos. En muchos casos, el aprendizaje ha quedado reducido al acceso individual y solitario de los contenidos escolares que se alojaban en un teléfono, en un classroom, en una nube. Esta transformación no solo implicó el pasaje de la escuela -como lugar público- al hogar -como lugar privado-; también, en lo que hace a las formas de vínculo: de una dinámica colectiva, donde la simultaneidad de los procesos educativos implican una circulación de la palabra, aunque no todos participen activamente de esa conversación, a una dedicación individual mediada por el acceso a las TIC. Las aulas de hoy, sin dudas, deberán trabajar con más fuerza la construcción de las dinámicas colectivas, con una circulación de mayor horizontalidad tanto de voces como de saberes, esto sin detrimento del uso de la tecnología.

Recuperar y celebrar la palabra

Vinculado a lo anteriormente expuesto, hay otro elemento con relación al oficio de estudiante y que está dado por el lugar de la palabra. En pandemia, las niñas y niños más pequeños tuvieron poco espacio para ejercer el derecho a la expresión por fuera de su ámbito familiar. Sin presencia física en las escuelas, en ocasiones la palabra de las niñas y niños estuvo mediada por las personas adultas de su entorno familiar. Esta situación no solo pudo ocasionar consecuencias en el desarrollo del lenguaje en la primera infancia, sino también en el establecimiento de vínculos de confianza con otros y otras personas, en la comunicación con sus pares, en los juegos, y otros aspectos esenciales que hacen a la socialización, a la vida con otros y otras, más allá del mundo privado de los hogares. Algo similar pasó con las y los jóvenes con efectos emocionales y afectivos aún hoy inciertos. En las escuelas secundarias se han hecho cada vez más frecuentes los problemas de convivencia entre las y los jóvenes, la dificultad para resolver conflictos por la vía de la palabra, situaciones de violencia verbal o física, muchas veces con repercusiones en las redes sociales. Considero que aquí tenemos otro elemento para pensar en la situación escolar actual: la participación de las y los estudiantes en las instituciones educativas, la intervención de las personas adultas ante situaciones de conflicto y la generación de nuevos acuerdos de convivencia, debieran ser parte del trabajo de enseñar en la realidad que estamos atravesando.

Es necesario pensar qué escuela deseamos y qué formas de enseñar y de aprender necesitamos, teniendo en cuenta un actual espacio escolar con estudiantes y docentes cuyas vidas y contextos han sido convulsionadas durante la pandemia.

Sobre estos cambios, al menos, es que hoy se construye una nueva cotidianeidad escolar, y ante esto, la idea de “regreso a la normalidad” resulta altamente conflictiva con la realidad. Dicho de un modo más directo, los sujetos no son los mismos después de la crudeza de la pandemia, por lo que no es posible pensar la idea de un simple retorno a “lo anterior”. En el mismo sentido, pensar en “recuperar el tiempo de aprendizaje”, o “recuperar aprendizajes perdidos” coloca el tiempo de pandemia en un vacío, o como una pérdida absoluta. El imperativo de regresar o de recuperar plantea, por un lado, la idea de un pasado mejor al que debemos volver, y por otro lado, la noción de que lo que sucedió en ese tiempo no sirve, o al menos, no alcanza. Es necesario pensar qué escuela deseamos y qué formas de enseñar y de aprender necesitamos, teniendo en cuenta un actual espacio escolar con estudiantes y docentes cuyas vidas y contextos han sido convulsionadas durante la pandemia. Más que tiempo de recuperar, es tiempo de desafío y oportunidad para avanzar en la construcción de una escuela más democrática y justa con todas y todos.

educar en Córdoba | no 40 | Noviembre 2022 | Año XXI | ISSN 2346-9439
Artículo: De la obsesión por la normalidad al desafío pedagógico de lograr escuelas más justas

Notas

Notas
1 Sugiero la lectura del Informe elaborado por Adriana Puiggrós, Miguel Duhalde, Liliana Pascual, Luz Albergucci, María Dolores Abal Medina, Andrea Núñez y Gabriel Martinez (2022) Situación educativa y problemáticas emergentes durante la pandemia en Argentina, 1a ed, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (CTERA).
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