Editorial

El límite del ajuste es la escuela

Juan B. Monserrat

La realidad viene modificando y trastocando en forma profunda y severa los pilares fundantes de una sociedad democrática: la participación, el trabajo, la solidaridad, el respeto al pensamiento del otro, la crítica, la reflexión, la autocrítica, la proposición de alternativas pensando en el conjunto social, el trabajo, el ahorro, el estudio, el esfuerzo, la previsión, la tolerancia, ideas fuerza que son un imprescindible organizador de la sociedad.

Las relaciones sociales, los bloques de poder, los poderes locales y del mundo, están reconfigurando desde la segunda mitad del siglo pasado -en oleadas, flujos-, distintos procesos, todo tipo de tensiones que ponen en cuestionamiento constante lo que, a nuestro a entender, son los pilares constitutivos de una sociedad democrática y de un sistema republicano, donde los sujetos que habitan este suelo son ciudadanos, son sujetos que tienen derechos, y cuentan con un Estado garante de esos derechos, que le dan vida, dignidad, y razón de existencia a los argentinos.

A quienes el voto popular les delegó la responsabilidad de conducir lo público, lo común, lo colectivo, piensan que la constitución, las leyes, los derechos, la escuela y otras instituciones referentes de la conformación de identidades ciudadanas, son obstáculos para insertarse en el mundo, para crecer, para ser competitivos, para terminar con regulaciones y disposiciones distorsivas de un estado que debe garantizar la libertad, y el libre desarrollo de las fuerzas sociales y productivas.

Nuestra historia y la historia de la escuela pública dan cuenta de la falacia y de la falta de rigurosidad histórica de quienes impulsan un proceso desolador, que justifica constantes injusticias, que produce cada vez más expulsados del sistema social, económico y político, que consolida la atrocidad de perpetuar un orden estructuralmente desigual y opresivo, haciendo que el sentido común dé por válidos conceptos tales como “el que no tiene trabajo es un vago”; “al que le va mal en la escuela, es porque no le da”; “a las y los que despidieron, con un poco de maña se las arreglan”; “con un poco de creatividad cada quien se las rebusca”. En definitiva, la justificación individual de inequidades estructurales borra la idea de lo colectivo y la relevancia de lo social, y nos aleja de la idea de que la comunidad organizada en forma democrática y con constante participación reflexiva, es la base necesaria para enfrentar un mundo cambiante, que se acelera en forma permanente y que nos plantea un horizonte desolador.

La escuela, lo público de la educación pública, el abrazar la docencia en términos de militancia pedagógica están desdibujados y en ese clima, el horizonte de transformación social e igualdad educativa se encuentran debilitados. Pero he aquí la gran paradoja, de que en estos escenarios desoladores es donde la escuela y las y los docentes se vuelven más necesarios e imprescindibles.

La escuela es una experiencia esencialmente colectiva, es un espacio que se comparte, es un lugar que se construye en vínculos constantes y diversos, es el lugar desde donde las y los docentes sostenemos nuestras convicciones, para cuidar y respetar la infancia, en base a un esfuerzo continuo para que las y los estudiantes aprendan, en su dignidad, con sus sueños y necesidades, con sus dudas y saberes.

Hemos librado batallas memorables y plasmamos en leyes y normas, que tienen plena vigencia en el orden jurídico de nuestro país, de que es obligatorio que los chicos y las chicas deben estar en la escuela, porque la educación es un derecho para todos y todas. Esta batalla, o disputa cultural entre nuestro modo de entender lo existencial de nuestra función social como trabajadores de la educación, viene de muchos años y está en el alma misma de cada docente: los niños, niñas y adolescentes deben aprender en la escuela. Tal vez en ese punto nodal está la principal disputa cultural contra la hegemonía del individualismo y el mérito personal. Por eso, seguimos batallando con nuestras convicciones en cada planificación, en cada proyecto, en cada logro de las y los estudiantes que concurren a la escuela.

Desde el gremio, procuramos darle dimensión colectiva a eso que tantas veces es una vocación solitaria, una pelea aislada. Para las y los docentes, en tanto trabajadores y trabajadoras, la organización es una garantía y una apuesta, en la defensa de lo laboral, en el sostenimiento de la tarea docente y en la defensade la escuela pública.

El sindicato es un apoyo y acompañamiento para el mejoramiento de las condiciones institucionales, con programas como el de Consulta Pedagógica, con propuestas surgidas y consensuadas por los propios actores involucrados; desde directivos hasta docentes y en diálogo con la comunidad educativa; con el acompañamiento y contribución a la calidad educativa en innumerables espacios de capacitación y formación; con el trabajo que desarrollamos para los concursos de cargos directivos, generando y aportando producción intelectual desde el ICIEC, reflexión e investigaciones que impulsamos como modo de buscar respuestas a interrogantes, preocupaciones e intereses propios del trabajo docente; con la legitimidad que construimos de la tarea de enseñar a través de visibilizar y acompañar experiencias pedagógicas de compañeros y compañeras en las distintas escuelas; generando materiales y recursos para las aulas.

El gremio es un lugar de reflexión con capacidad de movilización en las calles para enfrentar el ajuste, para ser un protagonista activo que busca soluciones, en un constante ejercicio de leer, analizar y procesar cambios que son acelerados y vertiginosos, que se deben incorporar a nuestros lenguajes y saberes si respetan a los trabajadores y las trabajadoras docentes y a la educación pública.

Sabemos que este modelo neoliberal es insostenible, que genera incertidumbre y pérdidas de dignidad y derechos. Sabemos que debemos enfrentarlo. Para lograr vencerlo hay que construir una gran mayoría que proteja lo público y proteja la escuela. Porque la escuela es el único espacio que garantiza derechos y genera oportunidades. La sabemos defender y el conjunto de la población nos respeta y admira por nuestro esfuerzo, pero, por sobre todo, por nuestra porfiada esperanza de que es posible vivir en un mundo mejor.

No podrán con nosotros… no podrán destruir nuestra escuela.

educar en Córdoba | no 36 | Junio 2019 | Año XIV | ISSN 2346-9439
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