La llegada del Ratón Pérez a la escuela primaria “Comandante de Marina Martín Guerrico”, en Ucacha

La duda de Mariano, un camino hacia nuevos encuentros

En la localidad de Ucacha (departamento Juárez Celman), docentes y estudiantes de primer grado de la escuela “Martín Guerrico”, junto a sus familias y directivos, impulsaron una iniciativa de trabajo a través de la virtualidad que logró conjugar varios aspectos: la capacidad de adaptarse a los hechos que ocurren en el contexto de una experiencia educativa para encauzar esfuerzos acorde a objetivos curriculares; la preocupación inicial por el bienestar de las familias, las y los estudiantes en medio de la cuarentena, para luego dar paso a iniciativas académicas significativas; y la voluntad institucional de apoyar un proceso de capacitación de las y los docentes para trabajar en el actual contexto de pandemia.

Seguramente hay cientos de historias similares. El aislamiento social, preventivo y obligatorio que comenzó a regir en el país el 20 de marzo tomó por sorpresa a muchos argentinos y argentinas, que tuvieron que resolver de apuro algunos asuntos cotidianos, o que no sabían cómo solucionar otros: de qué manera moverse con sus hijos e hijas aquellas parejas que están separadas, cómo llegar a casa quienes se encontraban en lugares alejados, de qué forma ayudar a adultos mayores que vivían solos o solas y necesitaban asistencia, entre muchos otros. Una de esas situaciones “problemáticas” se dio con Joaquín, un niño de 7 años de Lomas de Zamora, y fue narrada por el diario “Página/12”. El artículo, publicado el sábado 21 de marzo, comentaba que el pequeño estaba preocupado porque se le había caído un diente y no sabía si el Ratón Pérez podría circular por la cuarentena. Entonces, su mamá le consultó al presidente Alberto Fernández, a través de la red social Twitter, si la tarea del roedor en cuestión estaba entre las exceptuadas, para no ponerlo “en un brete y que la policía lo detenga”. Y el mandatario le contestó que podía “llevar recompensas por los dientes caídos”, para que Joaquín –y otros niños y niñas en el país- se quedara tranquilo. La noticia podría haber pasado sin más, como algo de color, pero en manos de docentes de primer grado de la escuela “Comandante de Marina Martín Guerrico” se transformó en la posibilidad de implementar, aún en las difíciles condiciones de enseñanza que se atraviesan, una propuesta pedagógica que -desde la virtualidad- propiciara el interés de las y los estudiantes e incentivara su expresión oral, su capacidad argumentativa e incipientes experiencias de escritura.

En Ucacha, este establecimiento educativo tiene un peso importante: se trata de una institución centenaria –fue fundada en 1909-, la primera escuela de la localidad, que ha cobijado a generaciones de las familias del lugar, desde abuelas y abuelos hasta sus nietas y nietos en la actualidad. Recibe no solo a estudiantes del pueblo sino también de la zona rural (campos y estancias cercanas), y comparte edificio con un instituto de formación docente. Pero pese a esta larga y rica historia, su comunidad educativa nunca había atravesado una situación como la que vivió estos meses, a raíz de la pandemia mundial de coronavirus.

El aislamiento como desafío institucional
Como ocurrió en muchas escuelas, las primeras semanas una vez decretada la interrupción de las clases presenciales fueron difíciles, de idas y vueltas, de decisiones y revisiones. “Nos tomó de golpe y nos encontramos con una situación desconocida, sin tiempo para planificar, solo tuvimos que actuar”, sintetiza Daniela Ellena, docente de primer grado “A” del establecimiento. Y agrega a su relato: “El primer impulso que tuvimos fue continuar con la tarea educativa, pero a través de otros medios, para lo cual íbamos a necesitar aprender algunas nuevas herramientas tecnológicas. Pero a poco de andar, nos dimos cuenta de que nuestro primer obstáculo no provenía de los recursos virtuales, sino de la realidad social que nos atravesaba”.

Lo primero que hicieron las y los docentes de los distintos cursos del colegio fue crear o sumarse a grupos de whatsapp en los que estaban madres y padres de sus estudiantes, usando ese medio para informar sobre las actividades que se iban preparando cada semana. Pero no todas las familias contaban con los mismos recursos o posibilidades tecnológicas o económicas: algunas no tenían teléfonos adecuados; otras no contaban con paquete de datos suficientes; otras usaban un mismo aparato entre muchos hermanos o hermanas, lo que limitaba su ocupación; aquellas asentadas en zonas rurales no tenían buena conectividad, entre otros problemas. “Esos primeros días hicimos muchas reuniones tratando de buscar alternativas para que los estudiantes pudieran acceder a la educación. Actualmente, el 100% recibe las clases a través de algún medio”, comenta Daniela. En algunos casos, por ejemplo, fue necesario contactar a las y los empleadores de las mamás y los papás, para que ellos hicieran llegar el material impreso a las niñas y niños.

Como en toda situación de emergencia, varias tareas debieron hacerse simultáneamente para poder enfrentarla. Por ello fue que, mientras trataban de contactarse de manera efectiva con todas las mamás y los papás, las y los docentes se vieron en la necesidad de contener a estudiantes y sus familias. “Fue muy difícil comunicarnos las primeras semanas, por la incertidumbre. Además, los papás de niños de primer grado tienen mucha expectativa, mucha ansiedad, porque los chicos recién empiezan a escolarizarse en el nivel primario”, recuerda Andrea Di Paolo, docente de primer grado “B” de la escuela. Entonces, junto a Daniela comenzaron a trabajar articuladas, como si sus cursos fueran integrados, dado que las y los estudiantes habían cursado juntos el nivel inicial; así, emprendieron la práctica de realizar videollamadas, tanto a las chicas y los chicos como a las familias. “Era sobre todo para socializar, escucharlos e intercambiar pareceres. Poníamos cierta hora, no decíamos a quién, un día llamábamos a un grupo, otro día a otro. Nos interesaba saber cómo estaban de ánimo, si cocinaban, si ayudaban a la mamá, que nos mostraran los juegos o las cosas que hacían en sus casas; era para entablar un diálogo, para vernos, para extrañarnos un poquito menos”, explica Daniela. Aunque luego implementaron otros tipos de interacción, mantuvieron la práctica de las videollamadas a través de whatsapp o a través de salas de Facebook, que quedaron fijas todos los martes. “Nos dábamos cuenta, padres y docentes, con qué entusiasmo los niños se ponían a trabajar cuando hacíamos videollamadas, y nosotros mismos con qué entusiasmo nos poníamos a planificar”, comenta Daniela. Se trataba, fundamentalmente, de darle relevancia al cuidado y a la solidaridad en el marco de los cambios drásticos que atravesaban las y los estudiantes y sus entornos.

Otro desafío durante estas semanas estuvo vinculado a la necesidad –pero también a la decisión institucional- de capacitar y acompañar a las y los docentes en el manejo de algunos recursos tecnológicos, que ayudaran a trabajar de manera virtual, una práctica que no estaba extendida antes de esta pandemia. “Algunos docentes se rehusaban, pero tuvieron que ponerse de lleno a usarlas. Tuvimos que capacitarnos con ciertas plataformas (Google Classroom, Salas de Facebook, Google Meet, Zoom) y de eso se encargaron nuestros directivos”, indica Daniela. “Una vez cada 10 días teníamos reuniones virtuales, una general y otra por ciclo. Y en cada reunión aprendíamos una plataforma diferente, para ver qué nos quedaba más cómodo, de acuerdo a nuestras posibilidades y condiciones y, sobre todo, la de los alumnos”, explica por su parte Andrea. “Era muy enriquecedor que otros compartieran experiencias, quizás no para copiarlas, pero sí para tomar opciones y ajustarlas. Entre los docentes hubo mucha solidaridad, hubo un esfuerzo colectivo de mucha ayuda”, destaca Daniela.

Un diente caído es una puerta abierta
Las videollamadas hicieron evidente una situación habitual entre estudiantes de primer grado: a las niñas y niños se les estaban cayendo los dientes. Y eso despertó el ingenio de las docentes: “Ellos hablaban del Ratón Pérez. Nos pareció que había un interés en común, que todos conocían ese personaje, que es parte del imaginario popular, y que iban a estar cómodos para trabajar con eso”, subraya Daniela. “Nosotros todos los años hacemos algo con ese tema, que por un lado hay que tratarlo con mucho cuidado –los chicos están muy informados-, pero por otro permite jugar con toda una serie de complicidades que están implícitas allí”, comenta Andrea.

Entonces, cuando vieron la noticia en el diario con respecto a que el Presidente permitía la circulación del Ratón, decidieron proponer una actividad: que las y los estudiantes le escribieran cartas para que pudiera pasar por sus casas a buscar los dientes y dejar “la recompensa”. Un mensaje de las docentes, que les llegó a través de whatsapp, decía así: “He visto que muchos han perdido dientes, algunos hasta dos dientes. Y pensaba: ‘¿Habrá pasado el Ratón Pérez?’ ‘¿Lo dejarán salir en esta época de aislamiento?’ Entonces, me puse a investigar en Internet qué pasaba en el mundo de los ratones, y más que todo en el mundo del Ratón Pérez. Y encontré que ellos también necesitan un permiso para salir y se los paso para que ustedes lo vean”. Y así, niñas y niños accedían a una bonita “autorización de circulación”, que había difundido el Gobierno nacional y llevaba la firma del Ministerio de Producción y Trabajo. “Pero, el presidente Alberto Fernández deja salir al Ratón Pérez, siempre y cuando tenga en su mano no solo el permiso, sino también la cartita del niño pidiéndole que llegue a su casa. Acá les mando el sobre y el papelito para que ustedes le escriban, le digan dónde queda su casa (porque si no, ese pobre ratón no sabe dónde ir) y se la mandan –cuando pierdan el diente, ¿no?, no van a hacer la trampa de sacarle los dientes postizos a la abuela-.”, les pedían las docentes a sus estudiantes en otro mensaje.

Además de poder estimular el interés y la participación de las y los estudiantes en un contexto de enseñanza a través de la virtualidad, los objetivos de las docentes con esta actividad eran acordes a las demandas curriculares del grado. “Queríamos practicar la oralidad, que actuaran como hablantes con un propósito comunicativo, que escribieran oraciones que formen un todo, como ocurre al escribir una carta. Pero, sobre todo, desarrollar la oralidad, la escritura la iban a hacer como pudieran”, explica Daniela, dado que solo habían tenido dos semanas de clase en primer grado. “En nuestra escuela trabajamos mucho la literatura y la oralidad, le damos un espacio importante. Y más entre los más chicos, que todavía no pueden expresarse por escrito”, contextualiza Andrea.

La propuesta despertó el interés de las chicas y chicos y de sus familias, que no solo escribían las cartas, sino que se enviaban mensajes verbales a través del teléfono comentando sus vivencias y opiniones. Y en esos intercambios, uno de los niños tuvo una intervención que cambió el norte de la propuesta: Mariano se preguntó –y lo compartió con sus compañeros y compañeras- algo tan elemental e inquietante como “¿Qué hace el Ratón Pérez con los dientes?”. El interrogante motivó una catarata de respuestas y contrarrespuestas de estudiantes, madres, docentes y directivos, que evidenció claramente que el interés estaba en esa inquietud. Las respuestas eran hermosas, pero también contundentes, con intenciones de convencer a las y los interlocutores, e iban sumando otras preguntas. “Para mí los dientes… se los pone”, dijo Aarón. “Yo pienso que los hace collares para la gente”, rebatió Enzo. “El Ratón Pérez agarra los dientes para que se los den a las papás o mamás de los niños y que los tengan de recuerdo”, opinó Sofía. “¿Es mágico? ¿O cómo saca el diente abajo de la almohada?, ¡porque pesamos dos millones! ¿Con un control?”, se preguntó Ivo. “Seño, el Ratón Pérez levanta la almohada de los niños, se los lleva y después hace una casita grande con sus dientes”, aseguró Regina. “El Ratón Pérez se los lleva a los viejitos sin dientes a los dientes”, dijo Agustín, tras lo cual la docente Daniela comentó: “Ah, entonces si se los lleva a los viejitos, yo podría pedir uno para mí, que me falta un diente”. Agustín le dijo que sí, pero le recordó que “tiene que hacerle la cartita para que le traiga”.

“Cuando los chicos empezaron a participar tras esa pregunta de Mariano, pero sobre todo a expresarse con claridad, a argumentar, a tratar de solucionar de manera colectiva una duda que tenía un compañero, nos dimos cuenta de que en realidad tenían otros intereses: les preocupaba más saber qué hacían con los dientes que escribir una carta. Y terminamos respetando esos intereses”, explica Daniela, quien de todas maneras destaca que también muchas niñas y niños escribieron sus cartas. Y a partir de estos intercambios surgieron otros: se les propuso que imaginaran la casa del Ratón Pérez y enviaran videos contando cómo era, qué espacios tenía, cómo era su familia. Y las niñas y niños respondieron con dibujos, que describían a través de videos, mostrando esa casa, el unicornio del Ratón, la fábrica que tenía, su “máquina que transforma dientes en joyas”, el perro del Ratón Pérez, entre muchas otras cosas. También hubo lugar para compartir otros imaginarios, como ocurrió con Luz, una estudiante cuya familia es proveniente de Bolivia y, tras escuchar a buena parte de sus compañeras y compañeros, les recordó que “las Hadas de los Dientes también viven”, para luego explicarles que ella “guarda el diente en su varita y se lo lleva a su casa muy preciosa, pero también chiquita como el Ratón”.

“Lo mejor fue el intercambio entre ellos, el respeto por la opinión del otro, que la colaboración de todos fue indispensable para solucionar una duda de un compañero, que ellos también tenían. Y lo bueno es que ellos fundamentaban su opinión personal intentando convencer a los otros. Siempre hubo coherencia con la finalidad que nos planteamos como docentes”, subraya Daniela.

Las familias, otro eslabón clave
Desde el punto de vista del trabajo de enseñar, el nuevo contexto originado por el aislamiento derivó en una serie de decisiones y tareas que aún se están procesando al interior de las instituciones educativas. En el caso de la experiencia en la escuela “Martín Guerrico”, algunas ya fueron mencionadas: un primer enfoque en la contención de estudiantes y sus entornos cercanos –que aún se mantiene, en realidad-, para luego dar más lugar a los contenidos curriculares en sentido estricto; el trabajo articulado entre docentes de un mismo grado; una adecuación de los materiales educativos a las posibilidades de acceso de las familias; el despliegue de una capacitación a docentes para poder afrontar los nuevos escenarios.

En el caso de Daniela y Andrea, docentes de primer grado, ellas destacan el esfuerzo dedicado a adecuar las tareas a las posibilidades de sus estudiantes en este contexto de virtualidad. Eso las llevó, por ejemplo, a recurrir a actividades propuestas en los cuadernillos “Seguimos educando” –enviados por el Estado nacional-, un recurso con el cual las y los estudiantes contaron con el correr de las semanas para facilitar el acceso a los materiales. Pero también las forzó a pensar, preparar e implementar propuestas y actividades con herramientas tecnológicas con las que no estaban acostumbradas a trabajar, por lo que les implicaba mucha mayor dedicación. “No es lo mismo buscar actividades o pensar en ellas de esta manera, que si estuviéramos en la escuela, hay que buscarles la vuelta para que sean significativas. No me sirve la unidad que planifiqué a principios de año y que iba a hacerla en el aula. Y ese tiempo que invertimos en, por ejemplo, hacer un video -¡no te puedo decir las veces que lo edito!- es un esfuerzo considerable. Pero todo es experiencia y aprendizaje”, resalta Andrea. Asimismo, en este contexto de distanciamiento de sus estudiantes, las docentes comparten incluso un registro de fotos, videos, audios, que muestran los trabajos y el desempeño de los mismos.

En todo ese huracán de cambios y adaptaciones que debieron emprender docentes e instituciones, un foco particular estuvo puesto en la relación con las familias de las y los estudiantes, algo que quizás en un contexto de “normalidad” no hubiera requerido la misma dedicación. “Las familias estaban perdidas. Los papás y las mamás te decían: ‘¿Por dónde empezamos?’ ‘¿Qué hacemos?’ Eso fue complicado, hubo que ir de a poco, armar el grupo de whatsapp, tratar de tranquilizarlos y asistirlos en cuestiones tecnológicas o de comunicación: desde hacer o redescubrir sus direcciones de correo electrónico, hasta bajar y manejar ciertas aplicaciones. Pero ese acompañamiento ayudó un montón y las familias se sintieron más tranquilas y respaldadas”, explica Andrea.

Ella misma reflexiona también que “nada reemplaza a la escuela, porque allí sucede la magia”, pero que en este contexto de aislamiento en que están las niñas y niños, y de virtualidad en que transcurre la enseñanza, “es muy importante” que las familias estén presentes. “Que los papás se interesen más por lo que estudian sus hijos es algo buenísimo”, destaca. Y subraya también la necesidad de acompañar y contemplar tanto a los padres como a las chicas y chicos en la experiencia educativa: “Hay papás que empezaron a trabajar y te dicen: ‘Vengo atrasado con las actividades’. Y le decimos: ‘Bueno, no importa, dejá lo de la semana pasada y enganchate con esta, para que vayamos todos juntos’. No hay que agotar a los padres, porque no nos sirve de nada, habrá tiempo para corregir esas cosas, cuando volvamos tendremos tiempo”, asegura, convencida de la fuerza de su trabajo.

educar en Córdoba | no 37 | Junio 2020 | Año XV | ISSN 2346-9439
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Luciano