Identidad y derechos en el IPEM 96 de San Francisco, departamento San Justo

Pensar y hacer con otras y otros para construir una voz propia

Docentes de Ciudadanía y Participación, Artes Visuales y Lengua y Literatura trabajan de manera conjunta una temática común: identidad. Desde el abordaje y análisis de textos y videos hasta la elaboración de autorretratos y producción audiovisual, esta experiencia, en el marco de la virtualidad, aprovecha los contenidos curriculares de segundo año, para acompañar no solo la situación temporal de aislamiento en las y los estudiantes, sino también las dudas y angustias propias de su etapa de vida, la adolescencia.

El IPEM 96 “Profesor Pascual Bailón Sosa”, de San Francisco, está ubicado en Independencia, un barrio relativamente nuevo de casas modernas y familias jóvenes de clase media y media alta, en el ingreso a la ciudad por Ruta 19. Es conocido como “el Bailón” y la mayoría de sus estudiantes han pasado por trayectorias complejas de escolaridad. “El Bailón aparece como una segunda, incluso tercera opción educativa; acá vienen las chicas y chicos que repitieron alguno o varios cursos en otros colegios, o que fueron expulsados; vienen de barrios en condiciones de vulnerabilidad que además están bastante alejados del cole”, comenta Rolando Aiassa, profesor de Ciudadanía y Participación en segundo año B y coordinador de curso. “Por eso, hacemos mucho hincapié en la inclusión, sabemos que la experiencia educativa que podamos construir acá es la diferencia entre seguir estudiando o abandonar; y creemos que también ahí está en juego su derecho a la educación”.

Cuando se anunció el aislamiento social, preventivo y obligatorio, al igual que en muchas instituciones educativas, las y los docentes reaccionaron rápidamente proponiendo actividades y consignas para acompañar a sus estudiantes, para garantizar a las familias que las clases seguían y que, aunque las aulas debían cerrarse temporalmente, la escuela continuaba enseñando. Entre las y los preceptores, gabinetistas y bibliotecaria se designaron personas encargadas de cada curso para centralizar y organizar el envío y recepción de las tareas que proponían los espacios curriculares. La comunicación virtual con las y los estudiantes fue a través de whatsapp, no se utilizaron otras plataformas de encuentros en simultáneo para no complicar a las familias, ya que las condiciones de acceso a las tecnologías y conexión a Internet son precarias y dificultosas. La reacción ante la emergencia fue unánime y rápida, pero pasadas las primeras semanas y con la prolongación de las medidas de aislamiento social, las propuestas y acciones tuvieron que modificarse.

“El Bailón” fue uno de los primeros colegios de la ciudad en implementar el Nuevo Régimen Académico del Ministerio de Educación de la provincia de Córdoba (Resolución 188/18), que plantea y promueve el trabajo multidisciplinario entre diferentes áreas curriculares. Durante 2019 se llevaron adelante experiencias vinculadas a la integración de saberes entre diferentes materias. “El equipo directivo es muy democrático y siempre propone, acompaña y apoya estas iniciativas para el abordaje multidisciplinario, el trabajo en equipo como una forma de potenciar pedagógicamente los procesos de enseñanza y aprendizaje, pero en este marco de situación, juntarnos fue más bien una necesidad frente a la sensación de agobio y angustia que nos afectaba a todos y todas”, reflexiona Aiassa. “Como docentes, para poder poner en común criterios y estrategias respecto a los contenidos: qué priorizar, qué dejar para más adelante; frente a las y los estudiantes, tratar de disminuir la carga de trabajo, porque desde un solo proyecto podían abordar tres espacios curriculares y eso les permitía por un lado, poner en juego el diálogo de saberes; y por otro, reducir el tiempo que necesitaban estar frente a la computadora”, explica Rolando haciendo alusión a las situaciones particulares que fueron relevando como coordinadores de curso.

Mirarse, descubrirse, encontrarse
Desde Ciudadanía y Participación, Rolando Aiassa les propone a Paola Favot, profesora de Lengua y Literatura, y a Karina Echegaray, profesora de Artes Visuales, trabajar de manera conjunta en segundo año B, abordando como eje temático: la identidad. “En primer lugar, porque es uno de los temas de los currículos que se trabaja en primer año y se retoma en segundo”, comenta Aiassa. “Pero además, porque en nuestra escuela, dado el recorrido escolar y la procedencia de las y los estudiantes, trabajar la identidad es casi una apuesta y proyecto institucional”.

El proyecto aborda la identidad en sus múltiples dimensiones, desde las cuestiones más formales que se organizan en torno a las garantías y reconocimientos por parte del Estado en tanto sujetos de derecho, hasta aspectos más subjetivos y personales como las sensaciones y cambios que ocurren en la adolescencia; por ejemplo, el concepto/idea de “la edad del pavo” en un texto de Diego Golombek; la mirada y opinión de las y los adultos, de las familias y la posibilidad de reflexionar y tomar la palabra en relación a esas miradas y juicios ajenos. Este último punto es el eje principal de las actividades que inician con textos que plantean diferentes conceptos, marcos de referencia, situaciones e ideas (a veces descriptivas, otras más provocadoras), para cerrar en consignas que promueven y empujan a la posibilidad de reflexionar y asumir un pensamiento y una voz propia.

La propuesta plantea la idea de identidad como “un proceso complejo, una búsqueda permanente, que si bien es para toda la vida, en la adolescencia trae aparejado conflictos, aparecen preguntas como: ¿Quién soy? ¿Qué me gusta? ¿Con quién me quiero juntar? ¿Cómo me quiero vestir?”. Desde esta perspectiva, el trabajo no solo aborda identidad como un contenido curricular, sino que instala entre las y los estudiantes una oportunidad, un espacio para charlar sobre sus situaciones y sensaciones en tanto personas, individuos y sujetos de derecho.

En la primera parte del trabajo de reflexión sobre identidad, desde el área de Artes Visuales comenzaron un proceso de construcción de un autorretrato. “Si hablamos de identidad, lo primero que se nos presenta es la cara de una persona. En el rostro encontramos rasgos propios y particulares, pero también las expresiones, los gestos. Allí se concentran la mayoría de nuestros sentidos mediante los cuales percibimos el mundo que nos rodea: vista, oído, olfato, gusto”, argumenta Karina Echegaray. Para desarrollar la propuesta, abordaron la obra de Antonio Berni, Juanito Laguna. Una serie de cuadros que representan en la vida de un niño, la realidad de muchas familias obreras asentadas en las villas de las grandes ciudades, en los cordones fabriles e industriales, tanto en Argentina como en Latinoamérica desde los años 60. Berni trabaja con la técnica de collage y en los materiales que utiliza (objetos recogidos en basurales y sus alrededores) va construyendo la identidad de Juanito. “En artes visuales teníamos que trabajar texturas, como contenido curricular, entonces les propusimos que crearan su propio retrato con los materiales que encontraran en sus casas, cosas que estuvieran en desuso: cartones, plásticos, latas, hojas caídas de los árboles; también cosas que les gustaran y con las que se sintieran identificados: recortes de revistas, telas, papeles de caramelos o chocolates”, explica Karina.

En las conversaciones previas, intercambiando materiales y ensayando ideas para las consignas de trabajo, Rolando propone una acción que en su simpleza, resume la potencia del abordaje multidisciplinario y la integración de saberes: “Tenemos que proponerles como punto de partida que se miren al espejo”, sugiere Rolando. Esa es la clave pedagógica, que cada estudiante pueda mirarse, reconocerse, preguntarse y ensayar alguna respuesta, que nunca es acabada ni final, pero que busca una voz propia, un discurso donde las y los estudiantes no son espectadores, sino hacedores y protagonistas porque tienen algo para decir.

“Y salieron cosas alucinantes -recuerda Karina-, no solo por los materiales que utilizaron, donde se puede ver mucha creatividad, sino también por lo que contaban a partir de su retrato, como Agustín, por ejemplo, que puso notas musicales en su cabeza”. Karina recuerda especialmente el autorretrato de Santino, que es payaso en el circo que estaba de paso en San Francisco y quedaron varados por la cuarentena. La consigna proponía que usaran una hoja o cartón en tamaño A4 aproximadamente, pero Santino lo hizo de apenas dos renglones de altura, o sea, más pequeño que una foto carnet. “Estaba hecho con hojas secas de los árboles y tenía ojos, boca y nariz recortados de una revista, todo minuciosamente logrado en un espacio mínimo. Ahí hay algo que el niño está logrando expresar de cómo se siente en este tiempo. Cuando una actividad les sirve para dejar salir, expresar lo que sienten, lo que les pasa, esa propuesta vale la pena y más aún, cuando alguien desoye o transgrede la consigna es más potente, porque quiere decir que se la han apropiado”.

La vuelta al barrio
Enla búsqueda de una aproximación a la definición de identidad, las consignas promueven una voz desde lo individual, pero también en lo grupal y colectivo: la posibilidad de identificarse con sus pares, los mismos problemas, gustos, miedos o angustias. También siendo “parte de…”; integrar y compartir espacios, lugares, realidades. Una construcción de la identidad que tiene como referencia a la “otredad”, lo otro, lo diferente y que en su misma definición devela y señala lo común, lo compartido en identidades más amplias. Para trabajar estas ideas, les propusieron una serie de textos y videos que abordaban ideas y conceptos en torno a la construcción de la “identidad nacional”.

Paola Favot, profesora de Lengua y Literatura, comenta que en el marco de virtualidad tuvo que repensar y reestructurar los contenidos del currículo para trabajar los conceptos e ideas prioritarias. “En segundo año vemos texto expositivo, entonces nos propusimos como objetivo principal reconocer la temática global y organización general de un texto; lograr distinguir idea principal e ideas secundarias. Y en las actividades hacer hincapié en la posibilidad de expresarse a partir de una temática que les genere algún interés y los enganche”, argumenta Paola. La consigna consistió en abordar y analizar textos expositivos en relación a identidad; y a partir de dos videos, confeccionar un esquema y cuadro comparativo entre identidad individual e identidad nacional.

Luego, en Artes Visuales, realizaron ilustraciones de diferentes elementos, prácticas, comidas, símbolos y costumbres que consideraran como parte de esa identidad nacional. La idea fue que todos los dibujos estuvieran en la gama de los azules, abordando como contenido curricular la paleta de colores fríos, sus características, sensaciones que suelen generar, efectos de percepción y la relatividad de esas sensaciones según su intensidad. Como resultado, los dibujos de cada estudiante se convirtieron en la trama de la bandera de “el Bailón”.

Finalmente, después de la lectura, análisis y elaboración teórica conceptual, la creación de los dibujos y la bandera, llegó el momento de salir a la calle y ponerse en movimiento. Cámara o celular en mano y con la habilitación de la fase 3 de la cuarentena para el interior provincial, las chicas y chicos de segundo año B del IPEM 96 fueron en busca de su identidad barrial. La propuesta era que a través de fotos o pequeños videos pudieran encontrar y contar esos rasgos particulares del barrio, las cosas que les gustaban, los espacios donde se juntan con amigas o amigos, la canchita, la plaza, el club; las calles y sus veredas, los puntos de encuentro; los que pasean, los que charlan, los lugares famosos, los rincones secretos. Lo que cada quien pensara, creyera y eligiera como una parte de la identidad de su barrio.

“La identidad barrial es algo que está muy presente en adolescentes y jóvenes”, explica Paola. “Basta con ver las paredes de la escuela, o los bancos, o los baños. En cada escrito, en cada dibujo aparece el nombre y el barrio, es como si formara parte de su firma, de su identidad”. Paola confiesa que, más allá de su lugar como docente, la actividad la conmovió al poder ver su ciudad con otros ojos y sobre todo, volver a pasar por su querido barrio Vélez Sarsfield, donde vivió 25 años. “Es una actividad que me hubiera gustado tener en la escuela secundaria cuando yo era estudiante”, reflexiona Paola con algo de nostalgia.

Tiempos y espacios, un cambio de rumbo
Con la primera (o quizás segunda) prórroga o ampliación de la cuarentena, las y los docentes (al igual que gran parte de la sociedad) comenzaron a darse cuenta de que la situación de virtualidad ocuparía al menos la primera mitad del año lectivo y junto con esa certeza, aparecían preguntas e incertidumbres vinculadas al cumplimiento de las exigencias curriculares. Y así, fruto del compromiso con el trabajo de enseñar, pero también con cierta dosis de ingenuidad y voluntarismo, comenzaron a implementar el cronograma de contenidos con la mayor normalidad posible. “La primera actividad que les propuse durante la cuarentena fue sobre refranes y dichos populares -recuerda Paola Favot-, ahí se engancharon y respondieron todos a la consigna. Pero después, cuando las actividades requerían de mayor reflexión y teoría, ya eran muy pocos los que participaban”.

Las y los encargados de curso -que al inicio de la cuarentena habían sido elegidos como responsables del envío y recepción de actividades entre docentes y estudiantes- fueron quienes encendieron las alertas. Por un lado, el volumen de consignas y actividades que cada materia proponía era, quizás, aceptable en relación a la cantidad de contenidos por desarrollar, pero abrumadora en el acumulado de todas las materias que era finalmente la carga de trabajo que recibía cada estudiante. Por otro lado, aunque en el mismo sentido, también comenzaron a notar una disminución general en las respuestas de las y los estudiantes. A esto se sumó que las y los coordinadores de curso fueron conociendo e individualizando la realidad de cada estudiante y cada familia. La falta de espacios propios de trabajo, la necesidad de compartir los escasos recursos tecnológicos (cuando los hay) con hermanas o hermanos, la continuidad laboral de sus madres y padres que no podían ayudarles en las tareas y que, en ocasiones, les sumaban algunas tareas hogareñas.

“En todo este tiempo de virtualidad, todos hemos sufrido dificultades con respecto al acceso a Internet. Que se corta, que se escucha mal, que el paquete de datos no dura nada, que no engancha, o se tilda. Bueno, en el Bailón, algunos de nuestros estudiantes ni siquiera tienen luz eléctrica en su casa”, resume Paola. Y Rolando agrega que en algunos casos debieron hacer visitas domiciliarias con la SENAF (Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia), para acompañar y dar respuesta a algunas situaciones complejas de sus estudiantes.

A partir de esta situación, entre equipo directivo, coordinadoras y coordinadores de curso, jefas y jefes de departamentos propusieron un esquema mediante el cual, cada lunes, las y los estudiantes recibirían las actividades correspondientes a tres materias, que desarrollarían durante la semana y entregarían los viernes. Cada semana trabajarían únicamente el contenido de tres espacios curriculares y así, sucesivamente, hasta completar el recorrido del cronograma (tres semanas) y volver a empezar. “Siempre con la flexibilidad y el acompañamiento para quienes se atrasan en las entregas -aclara Paola-, porque lo peor que nos puede pasar es que alguien se quede afuera, o se desanime, o deje porque perdió el ritmo al no entregar un trabajo”.

Rolando Aiassa, profesor y coordinador de curso, tiene el entusiasmo tatuado en la garganta y desde allí reflexiona sobre la experiencia de virtualidad en estos meses: “Tenemos un 80% de chicas y chicos que responden a las actividades; entonces, nuestro trabajo es esforzarnos con ese otro 20% para que se enganchen, para que vuelvan a sumarse. Les hablamos por teléfono, o tratamos de contactar a las familias cuando vienen a retirar el Paicor, una vez a la semana”.

Karina Echegaray, profesora de Artes Visuales, subraya el esfuerzo de sus estudiantes: “Algunos tienen que esperar a que llegue el papá o la mamá de su trabajo para ver en el celular lo que hay que hacer y recién ahí pueden ponerse a hacer la tarea”. Y agrega: “Hay muchos chicos que necesitan la escuela como espacio propio, como un tiempo y un lugar dedicado a ellos”.

Existe mucho material teórico escrito respecto de la necesidad de hacer una escuela para cada estudiante y sobre la necesidad de seguir y acompañar las trayectorias escolares, poniendo en valor los procesos de aprendizaje. Para Rolando, una de las cosas que se pueden aprender y valorar de estos tiempos es cómo esta virtualidad les posibilitó seguir y dar cuenta de la trayectoria de cada estudiante. “Yo sé qué trabajo entregó cada estudiante, en qué hay que ayudarle, en qué tenemos que fortalecerlo, en qué hay que acompañarlo”. “Y esa posibilidad de cercanía, que esta vez se dio por el uso del whatsapp, de algún modo rompe también con la idea de distancia entre docente y estudiantes, porque ahora también compartimos cierta cotidianeidad y el estar atentos a cuando alguien está bajoneado, o se desengancha de las tareas y hacer una videollamada para saber cómo está, si tuvo algún problema, o le pasó algo”.

Con todo, son tiempos inéditos y extraordinarios donde todo está un poco patas para arriba, como el mensaje que recibió Rolando un viernes por la noche: “Profe,… extraño la escuela”.

educar en Córdoba | no 37 | Junio 2020 | Año XV | ISSN 2346-9439
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Luciano