Una experiencia que jerarquiza la tarea de enseñar

Por Carlos Andrada

Una de las cuestiones fundamentales que tienen los proyectos como “No se pierde…”, es el modo en que docentes y estudiantes se vinculan con el conocimiento. Cuando era niño e iba a una escuela rural, el Google de nuestra época era El Libro Gordo de Petete, en mi casa me lo compraban y recuerdo haber leído una frase que con el tiempo se convirtió para mí en una idea central para pensar la educación: “Lo que oí lo olvidé, lo que vi lo recuerdo y lo que hice lo sé”. Ahí está la potencia de este tipo de experiencias pedagógicas: en primer lugar, porque para las chicas y los chicos es inolvidable, queda en su memoria con la fuerza de lo vivencial, por lo anecdótico, por lo compartido, por lo novedoso. Y en segundo término, porque lo importante no es solo el punto de llegada, la meta, sino -y sobre todo- el recorrido. Lo que aprendieron fue un modo de acercarse al conocimiento, una metodología en la que pudieron problematizar cuestiones de su vida cotidiana, a responder sus propias preguntas y una vez que se apropian de ese proceso, luego sirve para abordar cualquier tema o problemática que les interese.

La posibilidad de dar a conocer y visibilizar estos proyectos que se desarrollan en nuestras escuelas, tiene gran importancia desde una perspectiva política, porque desmitifica ciertos prejuicios sociales respecto de lo que pasa en las aulas, la tarea docente y lo que se aprende en las escuelas públicas. Este tipo de experiencias nos permite jerarquizar y poner en valor el trabajo de enseñar, desde el esfuerzo en tiempos de planificación, seguimiento y acompañamiento a las y los estudiantes y el trabajo compartido con otros y otras profesionales; hasta el desafío permanente de propuestas que implican creatividad y apertura a la palabra e intereses de las y los estudiantes.

* Secretario General de UEPC, Departamento San Martín.

educar en Córdoba | no 36 | Junio 2019 | Año XIV | ISSN 2346-9439
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