A 20 kilómetros de La Francia (Depto. San Justo), en medio de campos que antes fueron explotaciones tamberas y ahora –soja mediante– se transformaron en agrícolas, las escuelas rurales “Constancio Cecilio Vigil” y “Juan Enrique Pestalozzi” están llevando adelante una experiencia educativa vinculada a las artes plásticas llamada “Un túnel a la imaginación”, que aúna la divulgación de obras de los más reconocidos pintores argentinos de los últimos 150 años, con el estímulo a la libre interpretación y expresión por parte de los alumnos; el trabajo a partir de las “inteligencias múltiples” de las niñas y los niños, que coexisten en instituciones plurigrado, y el fortalecimiento de los lazos comunitarios a partir de la articulación con las familias.
Manejar todos los días un ciclomotor a través de caminos rurales ya puede resultar algo difícil. Pero si además hay que trasladar consigo a tres niños, es algo que raya lo imposible. Sin embargo, este desafío es algo habitual para Cati –mamá de Nahuel, Magdalena y Ludmila–, tres alumnos de la Escuela “Juan Enrique Pestalozzi”. En el marco del proyecto “Un túnel a la imaginación”, Cati y sus hijos conocieron obras de pintores que nunca habían visto, realizaron sus propios trabajos y charlaron con maestras, madres y estudiantes sobre lo que todos evocaban a través del arte. Cati recordó, por ejemplo, que casi nunca dibujaba cuando era niña, pero que en su colegio de Santiago del Estero una vez había ganado un concurso de pintura, representando un algodonal inundado. Su recuerdo era el de su abuelo llorando, emocionado, porque habían elegido su dibujo y, a partir de allí, manifestar su compromiso por acompañar la educación de sus hijos, un apoyo con el que ella no pudo contar.
También otras experiencias y vivencias de niños, niñas y adultos circulan a través de los encuentros propiciados por este proyecto, que fue una iniciativa de Vannessa Formia –docente y directora de la escuela “Juan Enrique Pestalozzi”– y Erika Caffarena –docente y directora del colegio “Constancio Cecilio Vigil”. Ambas instituciones se encuentran en la zona rural de La Francia: la primera tiene 83 años, se ubica a 20 kilómetros de esa localidad –en una zona conocida como Campo Los Porteños– y cuenta actualmente con 7 alumnos (5 en el primer ciclo y 2 en el segundo). La escuela Vigil tiene 68 años de vida, se encuentra 5 kilómetros más alejada de La Francia –en Pozo del Chajá– y cuenta con 3 alumnos. Todos los estudiantes son hijos de trabajadores rurales, en muchos casos familias que se trasladan habitualmente dentro de una misma zona o de otras regiones, lo que dificulta la estabilidad de la matrícula de las escuelas. Ambas instituciones, además, fueron muy afectadas por las inundaciones que azotaron esos campos en 2016 y 2017, lo que derivó en la pérdida del primer trimestre de cada año y en desencuentros entre las familias de la zona, algo que impacta en su dinámica institucional.
El proyecto “Un túnel a la imaginación” fue gestado por las docentes, con el objeto de dar respuesta a objetivos de diversa índole. El primero de ellos fue valorizar el aporte de los lenguajes artísticos –en este caso, la pintura– como parte de una formación integral e integradora de las y los alumnos, al tiempo que estimular las capacidades expresivo-comunicativas en sus diversas manifestaciones, desde edades tempranas. En segundo lugar, trabajar con “las inteligencias múltiples de los chicos y las chicas”, señala Vannessa, dado que a su colegio asiste un estudiante que alterna con una escuela de educación especial y la idea “es fortalecer sus capacidades expresivas, que son muy buenas a través del dibujo y el arte”. Y en tercer lugar, llevar el arte allí donde los niños y las niñas están, en sus colegios y hogares. “Aunque en los pueblos hay una gran variedad de talleres, los chicos muchas veces no se acercan por cuestiones de tiempo o de recursos”, explica Erika.
Por último, el proyecto busca también fortalecer los lazos entre las familias de la zona, que quedaron resquebrajados luego de los conflictos derivados de las inundaciones, y ello impacta en la asistencia de los niños y las niñas, un problema importante para estas escuelas. “Si no apuntamos a revincular a los papás y mamás, atraerlos, convocarlos, no podemos lograr una asistencia continua. Si le demostramos que son útiles, ellos se esfuerzan para que los chicos vengan”, sintetiza Vannessa.
Ambas maestras recalcan, además, el valioso material con que cuentan los establecimientos, aportado por el Estado Nacional a través de la muestra pictórica “Arte en la comunidad educativa”, que incluye láminas de gran calidad con obras de pintores argentinos de los años 1861 a 2014, un catálogo y un cuadernillo con actividades sugeridas para el aula. “Es un material muy valioso que, por las inundaciones, no habíamos tenido tiempo de utilizar y este tipo de iniciativas nos da esa posibilidad: retomarlos y ponerlos a disposición de los alumnos y de la comunidad”, subraya Erika.
Transformar el aula en un atelier
La primera jornada del proyecto se llevó a cabo en septiembre de 2018, en la escuela Pestalozzi. Allí comenzaron a llegar, desde temprano, las y los estudiantes de ambas instituciones; sus madres; algunos exestudiantes del colegio; e incluso mujeres que integran la comunidad rural –madres de exestudiantes o integrantes de familias recientemente asentadas. Las docentes invitaron también para participar de este encuentro a Carolina Taranzano, una joven de La Francia que cursa actualmente el Profesorado de Artes, en la Escuela Superior de Bellas Artes “Dr. Raúl G. Villafañe”, de la ciudad de San Francisco. Carolina es exestudiante de una escuela rural e hija de una docente rural ya jubilada, por lo que conoce de cerca el ámbito de trabajo y enseñanza en este tipo de establecimientos.
En tanto guía de actividades, Vannessa y Erika decidieron tomar como referencia las propuestas sugeridas en el cuadernillo “Arte en la comunidad educativa”, aportándole toques locales propios. Uno de ellos fue, justamente, la presencia de Carolina, que es una joven “que todos conocen, que tiene conocimientos más específicos sobre pintura y podía mostrarles también sus propias obras y su propia experiencia de trabajo a los niños”, comenta Vannessa. En ese sentido, su convocatoria fue una apuesta a explorar, investigar y articular con la comunidad artístico-cultural más cercana. Otro toque local fue la convocatoria a las familias –participaron solamente las madres, aunque cualquier integrante podía hacerlo–, para que se sumaran a los encuentros.
El primero se estructuró en dos grandes etapas. Un momento inicial en que se presentaron al grupo de estudiantes, exestudiantes y madres las láminas que componen la muestra. Ella incluye obras de Prilidiano Pueyrredón, Ernesto de la Cárcova, Fernando Fader, Pío Collivadino, Lino Enea Spilimbergo, Antonio Berni, Emilio Pettoruti, Raquel Forner, Víctor Cúnsolo, Jorge de la Vega y Juan José Cambre, entre otros. Las mismas, impresas en gran tamaño, fueron exponiéndose gradualmente en el aula y, a partir de allí, conversando de manera grupal sobre lo que se veía en ellas, el uso de las formas y los colores, las sensaciones generadas ante la pintura y los materiales, las herramientas y las técnicas utilizadas –todo esto apuntado por Carolina, que conocía más sobre el tema. Mientras tanto, se fueron aportando algunos datos del autor y del contexto de realización de la obra. “Nunca había visto todas estas pinturas juntas, fue como estar un museo, pero en el campo”, sintetizó Ludmila, una de las alumnas participantes.
“Está bueno que entendamos que el mismo cuadro puede generarle cosas totalmente distintas a cada uno, y muy diferentes a las que se imaginó el autor o la autora al hacerla. Es muy buena idea mostrarles estas láminas a los chicos y que vayan viendo qué sienten con la obra, qué representa, qué piensan sobre ello y qué les genera”, evalúa Carolina. En ese sentido, Aracely, una de las mujeres que acompañaron a las niñas y los niños en el encuentro, consideró: “A mí me gustaron mucho los cuadros, porque son todos tan diferentes y te hacen pensar mucho. Vos mirás y mirás y tenés que esforzarte para tratar de entender el contenido. Algunos me dieron tristeza, porque uno ve cosas similares en el campo” dijo, puntualizando en una obra de Berni.
Tras ese primer momento se abrió la segunda etapa, vinculada a la realización de una producción pictórica propia por parte de niñas, niños y adultos. Para ello, agruparon las mesas simulando un atelier colectivo y, con distintos materiales a la mano (temperas, pinceles, lápices, crayones, tizas, fibrones y pinturas acrílicas, entre otros), comenzaron a generar sus propias obras, cada una muy distinta de las demás: algunas más abstractas, otras realistas; unas minimalistas y otras más paisajísticas; con composiciones diversas y diferentes usos del espacio y del tamaño. A lo largo de esta etapa cada uno fue explicando al resto qué quería representar con su trabajo y por qué había decidido hacerlo de esa manera. Y justamente, allí estuvo una de las claves de la experiencia: el desarrollo de las capacidades expresivo-comunicativas. “No apuntamos a la formación de ‘niños artistas’ a partir de este trabajo, sino al desarrollo de esas capacidades comunicativas que se desarrollan y profundizan en contacto con experiencias de aprendizaje significativas”, subraya Vannessa.
Carolina, por su parte, quedó sorprendida por “cómo se engancharon las madres. Pensé que quizás no fueran a participar tanto y se amoldaron muy bien a las actividades”. Ella enfatizó ante adultos y estudiantes que “no necesariamente hay que tener las temperas, los acrílicos, los lápices, sino que con cualquier cosa se puede hacer una obra de arte realmente significativa. Un ejemplo fueron las obras de Antonio Berni que pudimos ver, que estaban hechas con basura”. Franco, otro de los niños que participaron de la actividad, valoró el aporte de Carolina: “Nunca me habían explicado cómo trabaja un pintor, con qué herramientas, con qué pinturas. Así pueden entenderse mejor estas pinturas”, indicó.
Estas etapas debieron convivir, además, con la realidad de las escuelas plurigrado, a la cual asisten niñas y niños de distintas edades y en distintas etapas de aprendizaje. “Para ello trabajamos como siempre lo hacemos: tratando de que todos participen, pidiendo cosas distintas a cada uno según las edades, pero a partir de un trabajo común”, explica Erika.
Las perspectivas de trabajo
El proyecto “Un túnel a la imaginación” representa al mismo tiempo un camino abierto y otro con mucha historia. Es abierto, porque a partir de esta primera etapa de trabajo con la pintura las docentes ya comenzaron a delinear su continuidad, que se prolongará incluso durante el presente ciclo lectivo. Para ello seguirán guiándose con las propuestas del cuadernillo “Arte en la comunidad educativa”, incorporándole adaptaciones propias. “Nosotros no sabemos de arte, por eso recurrimos a ese material, pero sí sabemos lo que queremos trabajar con los chicos y las familias y por eso le vamos haciendo retoques a esas actividades”, señala Vannessa.
En ese sentido, y dado que les interesa sobre todo el desarrollo de la capacidad expresiva en las y los estudiantes, se imaginan en las próximas etapas trabajar con nuevos materiales (distintos tipos de papeles, por ejemplo), que permitan abordar la técnica del collage; crear “historias-cuentos” a partir de las obras (una breve narración para cada dibujo), lo que implicaría entonces la labor de escritura y reescritura de esos textos; el trabajo a partir de retratos y autorretratos de los chicos –que impliquen lo visible, pero también aspectos de la personalidad de los retratados–; la confección de caricaturas, jugando con exageraciones y distorsiones; o el trabajo con historietas que permitan construir personajes e historias en diversas resoluciones estéticas, entre otras opciones.
Este vínculo entre lo artístico y las posibilidades y capacidades expresivas es algo que estas dos escuelas vienen explorando los últimos años, en ediciones anteriores del proyecto. “En 2017 exploramos a partir de la literatura y las bibliotecas áulicas que hemos recibido en los colegios –comenta Erika–, mientras que en 2016 experimentamos en el trabajo con porcelana fría, con el aporte de artistas locales”.
Pero otra faceta en la que las docentes piensan avanzar con el proyecto está vinculada al encuentro con las familias, algo que quieren profundizar. Por ello, ya acordaron que el próximo encuentro se realizará a la tarde, para que puedan asistir otras mujeres y, si lo desean, también los hombres. “El horario escolar es complicado para estas familias que trabajan en el campo, por eso hay que contemplar otras posibilidades. Por ahora son las mujeres las que van acercando a las familias”, comenta Vannessa. Esta labor de rearticulación social que han asumido las maestras –y a la cual contribuye este proyecto– se complementa durante el año con otras instancias, como los festejos por el Día de la Mujer (cada 8 de marzo, fecha en que son agasajadas por la escuela Pestalozzi) y la Cena de Gala, que reúne a toda la comunidad escolar a cerrar el ciclo lectivo. “Para nosotros, mejorar la asistencia de los alumnos es un aspecto clave para fortalecer su educación. Por eso hay que trabajar con todos: con las familias, como una forma de pensar en los chicos”, cierra Vannessa.
educar en Córdoba | no 36 | Junio 2019 | Año XIV | ISSN 2346-9439