Editorial

Las diferencias entre decir o hacer

Juan B. Monserrat

Cuando los diarios, radios y programas de televisión abordan alguna problemática de educación, uno comprende más la complejidad del tema que nos ocupa. Leo una nota publicada por el diario Clarín  acerca de un relevamiento realizado por un grupo de la Universidad Católica Argentina (UCA) y me pregunto cuál es la parte de la investigación educativa válida: la que pone el acento en lo que aún falta, la que muestra el fracaso de las acciones de gobierno para disminuir las brechas entre los sectores ubicados en el decil de mejores ingresos en relación con los de menores ingresos, la que repica que no se cumplieron las metas previstas por la Ley de Financiamiento Educativo, la que establece que el Estado ha gastado mal a pesar del aumento de la porción del PBI destinado a la finalidad Educación, o la que hace hincapié en lo que se ha avanzado y lo que aún hay que hacer para seguir avanzando.

Susana Decibe -la exministra de Educación del menemismo, que el diario elige como fuente legitimada para hablar sobre la temática-, opina que “hay una lluvia de recursos sin conducción. No se exigen resultados. En idiomas la escuela es un fracaso. Cualquier padre que quiera que su hijo aprenda un idioma tiene que mandarlo a un instituto. Lo que habría que hacer es imponer un estándar externo, a través de convenios, porque hay sistemas probados para aprender inglés. Incluso para rendir un examen de control final”.

Por su parte, Juan Llach, exministro de Educación de la Alianza, opina que “el progreso social educativo ha sido muy lento. Además de múltiples falencias de las políticas educativas, hay un fracaso total de la meta de doble jornada del 30% de los alumnos, establecida en la Ley de Financiamiento Educativo para 2010. Allí es donde deberían buscarse las razones fundamentales de esta lamentable situación”. Y concluye: “Mientras los gobernantes no coloquen a la educación en el primer lugar de su agenda, algo que está lejísimo de suceder, el progreso social en materia educativa seguirá siendo muy limitado o incluso inexistente”.

Los responsables del resultado social de la devastación de lo público y del Estado, parecen tener la palabra autorizada en decir todas estas “verdades”; pero como siempre sucede cuando se exponen estadísticas, se oculta lo esencial de esos resultados y no se hace visible desde dónde emiten sus conclusiones, menos aún se hacen responsables de esas decisiones y como ya es costumbre, no aparece un solo renglón que nos oriente acerca de los compromisos públicos que se deberían asumir para superar los lacerantes resultados de la desigualdad social.

Los responsables visibles de la década perdida, la década de los noventa, la de las privatizaciones y la entrega del patrimonio de todos los argentinos, la de un peso igual a un dólar, la de la estabilidad de precios, la del 25% de desocupación, la del endeudamiento eterno, la de la Ley Federal de Educación, la de la transferencia sin recursos de las escuelas a las provincias, la que convirtió las escuelas en comedores, esos referentes, esos líderes, esos “intelectuales”, algo se proponen y no es precisamente el estar preocupados por la escuela pública, por el derecho social a la educación, por que las mediciones de los resultados no se hagan en términos de inversión social, sino de gasto público, y han vuelto a desplegar la estrategia de imponer, en términos de “sentido común”, la idea de que la escuela no sirve.

Releo a Paulo Freire en sus preocupaciones en torno a la “reflexión crítica sobre las virtudes de la educadora o del educador”, vistas no como algo con lo cual se nace, como un regalo que uno recibe, sino como una forma de ser, de encarar, de comportarse, de comprender, una forma que se crea a través de la práctica científica y política en búsqueda de la transformación de la sociedad injusta; y remarca que esta no es una cualidad abstracta, que existe antes que nosotros, sino que se crea con nosotros, y no de forma individual.

De entre esas virtudes, no de cualquier educador sino de aquellos que están comprometidos políticamente con la transformación de la sociedad -para crear social e históricamente una sociedad menos injusta-, enuncia una serie de virtudes, entre ellas, la que logra resolver la tensión de la lectura del texto y la lectura del con-texto, para testimoniar la experiencia indispensable de leer la realidad, sin leer las palabras, para que estas palabras puedan entenderse.

Este es el escenario. Este es el con-texto en el que hemos dado inicio a un camino que no tiene una meta prefijada, que seguramente es la síntesis de sueños y utopías contenidas a lo largo de la historia de la lucha por construir una sociedad menos injusta. El Movimiento Pedagógico Latinoamericano significa poner en marcha un proyecto que vincule nuestra labor cotidiana, con el compromiso social y político que enarbolamos cada día en las escuelas.

Estamos siendo protagonistas de algo importante, generado desde nuestras organizaciones sindicales, en un contexto regional auspicioso, apostando a la pedagogía construida en el quehacer diario, en la política sincera que sintetiza el debate social con la práctica docente, en la acción comprometida que pone el trabajo diario en correspondencia con el discurso pedagógico de la igualdad y la inclusión.

No dejamos en ningún instante la consideración de los contextos en donde vamos relatando nuestra historia de resistencias y propuestas. Debemos avanzar todos juntos en este nuevo tiempo histórico, a sabiendas de que no es homogéneo, no es lineal, que no es un camino recto hasta alcanzar nuestros propósitos; pero sí sabemos que debemos dar pasos firmes y seguros en nuestra obstinada idea de que un mundo mejor, más igualitario, es posible.

La clave será siempre enseñar, organizarnos como equipo, llevar adelante un trabajo colectivo y colaborativo para que los niños y los jóvenes aprendan. Poner el acento en el respeto de la diversidad de pareceres y formular síntesis que nos contengan a todos; en que la mejor pedagogía es la que enseña, el mejor docente es el comprometido con la infancia y la juventud, el mejor curriculum es el que articula las necesidades de los niños y sus familias, con los contenidos deseados por la sociedad, expresada por el Estado, en términos de aprendizajes prioritarios que cada niño debe alcanzar.

La emoción nos ha calado hondo, porque seguimos recuperando la palabra, el amor por lo que hacemos, el debate, el compromiso, la teoría y la práctica social y política.