En el mes setiembre de este año se reunió en Recife (Brasil), el VI Encuentro de la Internacional de Educación para América Latina, con una agenda de reencuentro tras dos años de pandemia. Nos reunimos los sindicatos de América Latina para homenajear los 100 años del natalicio de Paulo Freire y, al mismo tiempo, renovar y reactualizar los desafíos docentes, de las y los trabajadores de la educación, frente al avance de las políticas de discriminación, que promueven la desigualdad y la violencia ciudadana.
Me resultó estimulante la coincidencia latinoamericana, la apelación a la ESPERANZA, propuesta por Freire en su libro Pedagogía de la Esperanza y actualmente sostenida por el presidente electo de la República Federativa de Brasil, Luis Ignacio “Lula” da Silva.
Sin duda, esa no es una casualidad: en medio de procesos complejos, de muchísima contradicción, de incertidumbre y de carencia de referencias, apelar a la esperanza es un modo de pensar el futuro, el porvenir. En estos tiempos, resulta necesario imaginar escenarios más amables, más empáticos, que nos den paz y serenidad, para que nuestras vidas tengan dignidad y futuro. Las desigualdades del presente resultan intolerables y pensar en un futuro mejor y distinto es un buen modo de transitar un presente de tanta dificultad.
Cuánto sentido le dio Freire a nuestra condición de docentes. Cuánta síntesis logró reunir en el concepto de educador: el compromiso social, político, profesional, del trabajo de enseñar, de la ética y de la política, de una manera de habitar el mundo, de cambiarlo y de ampliar las vidas y esperanzas a través de la ALFABETIZACIÓN. Una idea condensada, una maravillosa síntesis, una utopía perfecta de que, sumando a los desiguales a la cultura alfabetizada desde el respeto a las diferencias culturales y las identidades, el educador como un atento escucha, podría sintetizar lo mejor del mundo para el mejor vivir de los oprimidos.
Somos herederos de ser eternos luchadores que promueven la IGUALDAD. La historia de la humanidad, ceñida por desencuentros, guerras, violencias, discriminaciones, se podría sintetizar en cuánta igualdad o desigualdad somos capaces de soportar. Me pregunto si estamos -tras la pandemia y el avance tecnológico-, frente a un cambio de época, de un modo diferente de vincularnos, de generar empatía, de discernir las causas comunes, de las defensas de la vida, del respeto por el otro, de la justicia social, del cuidado del ambiente, o estamos frente a una disconformidad colectiva, que se expresa de un modo violento.
Sin intentar dar una respuesta al anterior interrogante, tengo la convicción de que el dispositivo ESCUELA transita por un tiempo de desasosiego, de ausencia de certezas, de dificultades para habitar ese lugar consagrado al cuidado de las infancias y las juventudes, que como caja de resonancia de una sociedad que no encuentra equilibrio, no ve un futuro con una esperanza renovada de que el progreso y los cambios que se están produciendo y los que vendrán, sean los que promuevan el amor y la igualdad. Por ello, en este marco, pensar en términos de ESPERANZA, en los términos de Freire, de Meirieu, de Lula, es ponerle nombre, rostro, identidad, a lo que queremos que sea el mundo por venir.
En una sociedad preocupada por protegerse de la desigualdad y la violencia creciente, no nos concebimos como indiferentes ni cómplices. Por el contrario, nos miramos y asumimos en la apuesta por transformar el mundo para que nuestros estudiantes tengan un mejor futuro. Es en esta opción ético-política donde nuestra ESCUELA encontrará su equilibrio y el reconocimiento de ser la referencia social más importante para la construcción de sociedades más justas. Tal vez, todo sería más sencillo si quienes deciden y construyen desigualdades, entendieran de una vez y para siempre que somos todos responsables de encontrar algo común que, superando nuestras diferencias, dé sentido a nuestras existencias.
Nunca fue fácil, menos aún en estos tiempos. Maestras, maestros, profesoras y profesores seguimos siendo un actor fundamental para desentrañar esta encrucijada. Nuestro gremio, nuestro instituto, todas las y los dirigentes y militantes de la escuela pública, somos conscientes de este tiempo difícil; por eso, nuestras convicciones son de un valor inestimable para encontrar lo que el resto de los actores sociales no encuentra, o simplemente ha renunciado a encontrar.
educar en Córdoba | no 40 | Noviembre 2022 | Año XXI | ISSN 2346-9439 Artículo: Que la esperanza le gane al miedo