La palabra que habilita, el conocimiento que libera

Por Rolando Aiassa (*)

(*) Coordinador de curso en el IPEM 96 “Profesor Pascual Bailón Sosa”; docente del anexo rural Plaza Luxardo; y profesor de Ética y construcción de la ciudadanía e Historia política de la Educación Argentina, en el Instituto de formación docente del Colegio Superior San Martín, de San Francisco.

La pandemia fue un cimbronazo a las estanterías de la bibliografía que teníamos como docentes. Por un lado, porque la distancia y la ruptura que produjo el aislamiento impactó directamente en uno de los ejes centrales de la escuela, que es la presencialidad; ese estar en el aula, ese compartir un espacio común entre docentes y estudiantes, vivenciar la escuela; por el otro, la irrupción de las nuevas tecnologías como soporte y mediación con el conocimiento.

Entonces, después de la pandemia, en esta vuelta a la presencialidad, hay mucho para pensar sobre nuestro rol como docentes. En primer lugar, asumir nuestro lugar como adultas y adultos referentes y desde allí posicionarnos en la recuperación de la palabra, ser quienes habilitan la palabra porque hay mucho por decir, hay mucho por desarmar. La circulación de la palabra como una forma de encuentro con otra, con otro, con otre. Ese es el horizonte que debemos perseguir cuando pensamos una clase, cuando abordamos los contenidos curriculares.

En segundo lugar, como docentes, no podemos dejar de lado nuestra tarea fundamental que es enseñar. Transmitir eso que se entiende como lo común que tiene que garantizar la escuela, esos saberes que se definen como necesarios y compartidos socialmente; pero ese conocimiento ya no puede ser una cuestión aislada de lo que le pasa a las y los estudiantes. No podemos pensar esta escuela que nos toca habitar nuevamente, sin abordar las discusiones sobre el ambiente, sobre la ESI, sobre las y los jóvenes.

Después de este tiempo de no presencialidad, tenemos que hacer que las, los y les pibes quieran estar en la escuela, pero no por obligación, no por un mandato, sino porque se sientan a gusto. Si queremos que la educación sea un derecho, las y los jóvenes tienen que sentir que la escuela es un buen lugar para estar. Y eso tiene que ver con hacer que los conocimientos sean interesantes, pero sobre todo, con que les permitan responder las preguntas que les preocupan y movilizan. La escuela como espacio de escucha, como espacio de encuentro y como un lugar donde buscar respuestas, pero también donde poder hacerse más y nuevas preguntas.

Este desafío no tiene que ver con hacer dinámica y divertida la clase, sino con hacer que los contenidos puedan llegarle a nuestras y nuestros estudiantes para entender mejor el mundo, para entender desde otro lugar el mundo, para generar un pensamiento crítico. Y el pensamiento crítico como un ejercicio permanente.

¿Cómo se logra esto? Tensionando los lugares comunes de pensamiento. “¿Vieron que están matando a 4 jugadores de fútbol por semana?”, les comenté a mis estudiantes y eso generó sorpresa y alarma generalizada: ¿cómo?, ¿dónde?, ¡no puede ser! Pero cuando aclaras que no es a jugadores de fútbol sino a mujeres, pareciera que no nos impacta tanto, porque son cuestiones del “feminismo”. Y no se trata de poner en juego las convicciones de cada docente, sino de tensionar la mirada de las pibas y pibes. Muchas veces me toca asumir posturas en contra de lo que pienso. Si la mayoría son ateos posiblemente me haga el católico, porque la idea central es que aprendan a argumentar sus posturas y que puedan ser críticos aun de su propio pensamiento, que no reproduzcan automáticamente lo que dicen los medios, las redes o incluso sus familias.

Como horizonte, pienso y creo en una escuela que esté llena de pibas y pibes, una escuela que les resulte interesante y que se acerque un poco más a sus realidades, donde puedan encontrar respuestas y hacerse preguntas. Muchas veces se dice que hay que “bajar los conocimientos para que sean más accesibles”; yo digo que tenemos que elevar las estrategias para que las, los y les pibes accedan a su derecho a aprender.

educar en Córdoba | no 40 | Noviembre 2022 | Año XXI | ISSN 2346-9439
Columna: La palabra que habilita, el conocimiento que libera
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Luciano