Entrevista a Emilio Tenti Fanfani

“Debemos erradicar la idea de mérito, porque eso es lo que sirve luego para justificar las diferencias sociales”

La pandemia sacudió y puso en jaque a todas las lógicas escolares, desafiando a docentes y equipos directivos a inventar y desplegar formas novedosas e inéditas de plantear, construir y sostener el vínculo pedagógico con las y los estudiantes. Desde educar en córdoba dialogamos con Emilio Tenti Fanfani, sociólogo, investigador independiente de Conicet y profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, para reflexionar sobre la tarea docente, las formas de plantear y concebir la enseñanza y su correlato con la evaluación, las prioridades educativas y los desafíos para pensar una nueva escuela.

Emilio Tenti Fanfani es sociólogo, pero además de eso es un gran conversador, amable y dispuesto. Nos encontramos de manera virtual, pero la sensación es similar a una charla de sobremesa, con el tío viajado de la familia, o el amigo aventurero que vuelve con la mochila cargada de anécdotas, solo que en este caso cuenta historias de escuelas y la propuesta es pensar juntos sobre algunos aspectos de la educación. Las preguntas estratégicas para romper el hielo son innecesarias y apenas tienen lugar después de avanzada la charla. Emilio comenta que lo que más lo sorprendió en este tiempo de pandemia fue la “capacidad de respuesta, la creatividad y la imaginación” que tuvieron docentes, profesoras y profesores para mantener el vínculo con sus estudiantes. Y que en tiempos en los que “todos critican a la escuela, incluso los propios docentes, este despliegue que desarrollaron a nivel individual y colectivo en toda América Latina, ha logrado visibilizar y revalorizar su imagen social”. Pero también se pregunta, desde su inquietud sociológica: “¿Cuánto de esta creatividad va a permanecer en el sistema? Todas estas innovaciones, toda esta imaginación desplegada para hacer las cosas de otra manera ¿cuánto de esto queda y cuánto va a pasar?”.

Desde su análisis, propone tres escenarios posibles: “Uno es el escenario conservador. Seamos optimistas y pensemos que el año que viene volvemos a la presencialidad completa, hay tantas sinergias en el sistema escolar que quizás volvamos a la vieja escuela: están los alumnos, los maestros, están los programas, están los pizarrones, las tizas…, está todo; están los salarios, están los bancos esperando ahí, toda la máquina vuelve a funcionar”. Y subraya que si bien es un escenario bastante posible, lo deseable sería aprovechar semejante sacudón que conmovió a la sociedad y a la educación, para pensar un rediseño de la escuela utilizando también esta afluencia de creatividad que desplegaron las y los docentes. Pero cuando de cambios se trata, lo primero que aflora es la puja de intereses y proyectos. En ese punto, Tenti señala: “Hay una propuesta de centroderecha que viene de antes y tiene que ver con incorporar tecnología educativa, que pretende hasta reemplazar al docente si es posible. A esto ya lo conocemos y yo le llamo el escenario tecnocrático-mercantilista. Ellos le llaman ventana de oportunidades y hacen seminarios por todos lados: que este es el momento, que para problemas globales hay que buscar soluciones globales; y aparece Harvard como la gran usina de materiales pedagógicos para todo el mundo y junto con ello todas las empresas que venden software y tecnologías educativas. Una ventana de oportunidades para hacer negocios y meterle un golpe a la vieja escuela pública, igualitarista, que concibe el conocimiento como un derecho”.

La mirada de Emilio Tenti Fanfani, autor del libro “La escuela bajo sospecha”, no es ingenua ni condescendiente, pero a la vez hace una clara distinción entre un proyecto inclusivo y otro excluyente. “La verdad es que la escuela no está funcionando bien y está reproduciendo la desigualdad social. Los datos están demostrando que, efectivamente, los hijos de los sectores cultural y económicamente altos son los que más aprenden. Hay una desigualdad en la apropiación de conocimiento y esa desigualdad perjudica a los sectores sociales llamados populares, menos privilegiados, pobres o como los quieras llamar, es un hecho objetivo. Después está la interpretación que se le da a estos datos, la lucha por el sentido. Porque ahí es donde los liberales sostienen que la culpa es del Estado, porque no es un buen administrador, no hay competencia, no se premia el mérito. Y la solución es que hay que introducir el elemento de la competencia dentro del sistema y eso va a despertar al elefante perezoso”.

En el extremo opuesto de esta concepción mercantilista de la educación aparece el tercer escenario, que el investigador y escritor denomina humanista-igualitarista. “Este escenario, obviamente, parte de la definición del conocimiento de la cultura como un derecho, o sea, que el conocimiento no puede quedar librado al poder adquisitivo de las personas, es un derecho y como tal, todos los chicos tienen derecho a aprender esos conocimientos básicos que en cada momento histórico se definen como esenciales. El mercado queda afuera y la tecnología queda como una herramienta en manos del maestro, nunca sustituyendo al maestro; como la tiza o el pizarrón que también son tecnologías. La relación docente-estudiantes es una relación de comunicación, ¿cómo no van a utilizar las nuevas herramientas para comunicar? Pero es el docente quien tiene que decir en qué contexto, cuándo, qué, cómo”.

La evaluación al servicio del aprendizaje

Entre la inercia que lleva al primer escenario y los intereses de los poderes económicos dominantes que se benefician con el segundo modelo, el escenario pospandémico se presenta complejo y desafiante, sobre todo para las y los docentes, quienes además de reflexionar sobre lo que necesita y podría ser la escuela, deben afrontar el aquí y el ahora de una situación inédita, con lógicas y herramientas concebidas para y desde otras realidades. Así, mientras tratan de reinventar los modos de enseñar para sostener el vínculo pedagógico con sus estudiantes tienen, además, que cumplimentar las exigencias del sistema -también las expectativas de las familias-, en temas tan definitivos como la evaluación y la acreditación o no de saberes. Para Emilio, la pregunta es anterior, no se trata de pensar cómo evaluar, o incluso para qué evaluar, sino de definir qué tipo de educación vamos a impulsar, para diseñar también qué sociedad queremos construir.

“Si la educación general básica es obligatoria, significa que todos los chicos tienen derecho a estudiar; entonces, tenemos que lograr que todos puedan aprender cálculo básico y competencias expresivas; que puedan ponerle forma a sus pensamientos e ideas, y que logren conocer cierta lógica de funcionamiento del mundo social y del mundo natural que nos rodea. Pero también hay que comprender que todos son diferentes: un chico puede ser rápido en Matemática, pero tiene más dificultad en Lengua; otro es ágil con el cuerpo, es un genio en gimnasia y capaz Historia le lleva más tiempo. Pero todos pueden alcanzar los objetivos si les permitimos hacerlo a su debido tiempo, de acuerdo con estrategias casi personalizadas, diría yo. Hay que buscar un sistema más flexible, modular, en el que cada quien vaya avanzando hasta lograr los objetivos básicos”. Desde esta concepción, según el investigador, no tiene sentido la evaluación que clasifica o jerarquiza, la que señala quién es mejor. “No es una olimpiada la escuela. En las olimpiadas, por definición, la mayoría son perdedores. La educación básica no es cuestión de mérito. El mérito es la gran ideología que justifica y legitima las desigualdades. El mérito se compone de inteligencia y esfuerzo: si sos inteligente y te esforzás, tenés premio; pero el que pierde, que son la mayoría, es burro o es vago. El esfuerzo es necesario, porque el aprendizaje es un trabajo que requiere dedicación, pero la disposición al esfuerzo es algo que está socialmente construido. Eso tendría que ser parte de la responsabilidad de la escuela, lograr la motivación para que todo el mundo encuentre un sentido a lo que le proponen aprender. Debemos erradicar la idea de mérito, porque eso es lo que sirve luego para justificar las diferencias sociales”.

Sin embargo, para el sociólogo, esto no significa negar la importancia de la evaluación y señala que existe una gran tradición de dispositivos de evaluación que tienen una finalidad pedagógica, donde las y los docentes obtienen la información necesaria para diseñar y reorientar sus estrategias de enseñanza. “Los docentes tienen que ser grandes conocedores de sus estudiantes”, subraya, y plantea el rol docente como un “factor estratégico fundamental”, articulador del proceso de enseñanza y aprendizaje.

Interés y motivación

El modelo humanitarista-igualitarista que propone Emilio Tenti Fanfani requiere de profundos cambios en relación a las prácticas docentes y lógicas escolares. “Pasa mucho en el secundario, que tenemos profesores de disciplina, ese es otro gran tema que debemos resolver. No puede ser que a un chico de 13 o 14 años lo sometamos a un régimen de 14 materias, donde cada 45 minutos tiene que hacer un switch y pasar de la historia de los Fenicios, a los polígonos, al sistema digestivo de la vaca, ¡es una locura! Y después tenemos la impronta del profesor, cuando cree que lo fundamental es el contenido -con mi respeto por el contenido, no hay enseñanza sin contenido-, pero lo específico del docente es el tema del aprendizaje, de la enseñanza y para eso tiene que ser un experto en chicos. Su profesión es justamente el niño, la pedagogía, la didáctica, la psicología del aprendizaje, la cultura de los chicos, y a ese chico no lo vas a conocer desde una nota promedio, ese chico tiene angustias, fantasías, deseos, tristezas, alegrías. Tenemos que conocer a cada estudiante como ser humano: dónde vive, qué intereses tiene, qué música le gusta. Romper con esta idea de que a los chicos no les interesa nada, porque no existe un chico al que no le interese nada; en todo caso, no le interesa nada de lo que vos le estás contando como docente. Un profesor tiene que generar primero el interés por los Fenicios, antes de abordar cualquier contenido histórico sobre los Fenicios; eso es pedagogía. Eso se estudia: cómo se motiva, cómo se genera el interés. Por eso es tan importante la primera formación docente, es estratégica, es fundamental”.

En un segundo momento, y como posible estrategia superadora de la situación analizada, el investigador y escritor trabaja la cuestión de los contenidos, partiendo de esta situación extraordinaria que atravesó la educación. “La pandemia achicó el tiempo escolar, nos obligó a hacer algo que tendríamos que haber realizado hace mucho: definir qué es lo esencial en la educación, qué es lo que sí o sí un chico, una chica tiene que llevarse al final de un año escolar; cuáles son las prioridades, eso nos ayuda a concentrar nuestros esfuerzos”. Y plantea a modo de hipótesis dos cuestiones fundamentales: por un lado, las competencias expresivas; y por el otro, el pensamiento lógico y el cálculo. “Cuando digo competencias expresivas no me refiero solo a Lengua y Literatura, sino a dibujo, música, gimnasia, expresión corporal, todas las formas que tenemos los seres humanos para comunicar: con el cuerpo, con el gesto, con la palabra, con la escritura, con las imágenes”. “Competencia expresiva en un sentido amplio obliga a que trabajen juntas la de Teatro, la de Plástica, la de Lengua y Literatura. Y eso tendría que ser transversal, en Matemática también necesitan desarrollar la capacidad de expresión. Está demostrado que muchos chicos no resuelven los problemas matemáticos, no porque no saben sumar, restar o dividir, sino porque no entienden la consigna, no saben hacer una lectura comprensiva del problema. Eso es darle contenido a esa frase muy bonita que dice: Hay que enseñar a aprender. Garanticemos que adquieran competencias expresivas y pensamiento lógico, les vamos a estar dando dos grandes herramientas para que después puedan aprender lo que quieran o necesiten”.

Lo que hay y lo que falta

El trabajo grupal entre docentes, el diseño de proyectos donde integrar los contenidos de varias materias, la búsqueda de propuestas novedosas e interesantes para abordar diferentes contenidos, y la preocupación de las y los docentes por la situación emocional y familiar de cada una o uno de sus estudiantes -junto con la utilización de diferentes estrategias de contacto y comunicación para sostener el vínculo pedagógico- fue una constante durante este tiempo de pandemia. Si bien este despliegue en muchos casos fue consecuencia de una situación inédita y extraordinaria, existen un gran número de escuelas -de manera institucional-, y grupos de docentes – en forma particular-, que llevan adelante experiencias pedagógicas de este tipo desde mucho antes, como su forma habitual de entender la tarea de enseñar. “La buena escuela existe —reflexiona Emilio—, no hay que inventarla, el problema es el promedio, el conjunto. Como decía un italiano: ‘La escuela es un archipiélago bastante triste donde existen algunas islas felices’. En Argentina hay unas 55 mil escuelas, y en muchas provincias están haciendo un esfuerzo en nivel medio para superar esta fragmentación disciplinaria, para que los docentes trabajen en equipo. Existen experiencias en este sentido, no es una cosa utópica, se está haciendo; lo que tenemos que lograr es que la pandemia les dé impulso, las multiplique”.

Pensar, diseñar y planificar en equipo no es fácil ni rápido, requiere de un gran esfuerzo, de tiempos y de un gran ejercicio de comunicación entre las y los docentes. Pero en todas las experiencias llevadas a cabo, los resultados superan con creces todas las expectativas. “Trabajemos juntos, en equipo, explotemos las capacidades diversas de cada docente. Hay algunos que son más simpáticos, que tienen más liderazgo; otros tienen más capacidad para explicar, otros son más creativos. Es como un equipo de fútbol: si hay tipos que son buenos en la defensa, van atrás; pero el equipo es uno solo, a otros les toca meter los goles. Que cada uno haga lo que mejor sabe. Conozco un caso en Buenos Aires, en la Di Tella, un famoso curso que están dando un economista y un historiador: Historia de la Economía. Lo dan al mismo tiempo, van los dos al aula y dialogan entre ellos, contestan a las preguntas, trabajan en equipo delante de sus estudiantes. El trabajo colectivo es espectacular, se puede hacer a través de proyectos, abordando temáticas particulares de manera transversal”, explica el sociólogo.

Desafíos para 2022

Más allá de las diversas experiencias desarrolladas y a pesar del enorme esfuerzo desplegado por las y los docentes, la escuela se vio fuertemente afectada durante este tiempo de pandemia, donde lo que más se evidenció y profundizó fueron las desigualdades sociales y económicas. Para el sociólogo e investigador existe una situación que es urgente: los chicos que se han desconectado de la escuela. “Esto requiere una estrategia muy explícita. Como dice el ministro -aunque no sé si lo va a poder hacer- ‘hay que ir a buscarlos donde están’. Tenemos que persuadir al chico y a su familia que ir a la escuela vale la pena. Y en ese sentido, no podemos ofrecerle la historia de los Fenicios, porque seguro encuentra otras cosas más interesantes afuera. Me voy a la verdulería a cargar bolsas, gano unos pesos y me compro unas zapatillas, o ayudo a mi familia; eso tiene más sentido que estudiar a los Fenicios. Por eso es un dilema, un desafío”. “A esos chicos tenemos que hacerles una oferta interesante, ahí está la pedagogía de la motivación, cómo generar la disposición al esfuerzo, no es cuestión de darle lecciones morales: ‘Te conviene estudiar porque el día de mañana…’; eso era cuando había un mañana. Hoy, a los chicos de los sectores populares que no tienen futuro, qué les vas a hablar de mañana. Sabemos que en Argentina el 60% de las niñas y niños están por debajo de la línea de la pobreza, ¿le vamos a hablar de futuro a esos chicos? ¿Le vamos a pedir que se piensen 10 años para delante? ¿Cómo va a tener un proyecto alguien que tiene el tiempo corto de la necesidad? La necesidad te obliga a concentrarte en el presente, a pensar en un milagro, a comprar la lotería. No hay posibilidad de la espera y sin espera, no hay educación; es muy grave esto. Y ni siquiera le puedo decir a ese pibe que con el diploma de secundaria va a conseguir laburo, cuando en Europa, quienes tienen licenciaturas no consiguen trabajo”. “Cómo puedo volver atractiva la escuela, cómo convencerlo que tiene que volver a sentarse en ese banco, escuchar la clase, estudiar de los libros, aprenderse la elección, hacer los ejercicios. Ese es el principal desafío, el más grave”.

La contundencia demoledora del análisis no vuelve la situación más alentadora; sin embargo, ponerla en palabras es al menos un primer paso necesario. Emilio plantea entonces una segunda situación: las y los estudiantes que siguieron conectadas y conectados, aunque de manera intermitente. “Ahí es el docente el que puede actuar, porque los conoce mejor que los números y estadísticas que tiene el Ministerio. Tenemos que armar grupitos, separar. Pensar una pedagogía diferenciada en función del estado de avance, o de las pérdidas, los vacíos, los huecos de aprendizaje que han quedado en cada grupo. Hay que darle oportunidades nuevamente a todos; hay que evitar la repitencia, invertir más tiempo, dedicarle a los que más necesitan. Y respecto del enorme esfuerzo que están realizando nuestros docentes, creo que esta crisis tiene que servir para revalorizar su trabajo, eso es un capital que se puso en juego en este tiempo y también es un envión que tienen que aprovechar los sindicatos para reforzar y afianzar sus conquistas docentes, porque no es algo que se pueda hacer sin el reconocimiento y valoración del resto de la sociedad”.

En la docencia, los problemas cambian todo el tiempo

El abordaje que propone Emilio Tenti Fanfani hace mucho hincapié en la tarea pedagógica de las y los docentes, pero su mirada también trabaja sobre las condiciones para que eso ocurra. Según el sociólogo e investigador, se trata de una profesión que hay que jerarquizar a través de una política integral. “Algunos hablan de la formación y reclutamiento, otros de salario y condiciones laborales; muy bien: hay que hacer todo y al mismo tiempo. Hay que darle mucho énfasis a lo que sería una nueva profesionalidad para el docente. Soy bastante crítico del sistema de formación inicial docente que tenemos en América Latina. En Argentina, según cifras del Ministerio de Educación, existen 1.356 institutos de formación docente, más las universidades que también forman profesores de secundaria. En Francia existen 50; en México, 500, son 150 millones de habitantes y tienen 500 normales. Es muy difícil sostener cierto nivel de calidad en 1.356 instituciones”.

Emilio hace una distinción comparativa respecto de las situaciones y problemáticas que deben afrontar las y los docentes en relación a la tarea de enseñar: “Todos los cambios que se producen en la sociedad, repercuten en la escuela. La liberación de la mujer, los cambios en los hábitos sexuales de los adolescentes, los sistemas y los medios de comunicación. Hace unos años, las directoras me preguntaban: ‘¿Qué hacemos con el celular en la escuela?’. Claro, cuando estudiaron magisterio ni siquiera existía el celular. En las otras profesiones, los problemas son relativamente los mismos y lo que va avanzando son las técnicas y tecnologías para abordarlos. La medicina, por ejemplo, hoy tiene aparatos de diagnóstico y formas de tratamiento mucho más avanzados que antes. Van acumulando conocimientos en torno a un mismo problema. A nosotros nos cambian los problemas: un adolescente de hoy no es lo mismo que un adolescente de hace 20 años; sus gustos, sus preferencias, sus sentimientos, su emotividad, su sexualidad la despliegan de otra manera; su lenguaje, su vida, que ahora tienen derechos. Yo no tuve derechos, cuando tuve mis 13 a 17 años no existía la adolescencia, no había comida para adolescentes, música para adolescentes, programas de salud para adolescentes. Entonces, los adolescentes son nuevos todo el tiempo y los docentes no saben qué hacer con ellos; por eso necesitan tener una sólida formación general para poder pararse frente a las problemáticas que se manifiestan en la escuela”. “No pueden estar esperando que el Ministerio les baje un instructivo para cada situación. Porque después viene el pedagogo y se hace un picnic con sus libritos de recetas: cómo enseñar educación sexual, cómo trabajar la diversidad cultural en las escuelas. Puras recetas, cuando tendrían que tener una formación sólida como para poder enfrentar esas problemáticas de manera colectiva, desde la docencia. Y lo bueno que tiene la escuela es que se trata de un espacio interdisciplinario; entonces, juntarse, estudiar el problema, tratar de explicarlo para luego abordarlo. El docente tiene que ser un profesional con la capacidad de diagnosticar los problemas de su escuela, construir ese problema, darle sentido, explicarlo y al mismo tiempo decidir qué estrategias se emplean, si no para resolverlo, al menos para poder gestionarlo”.

educar en Córdoba | no 39 | diciembre 2021 | Año XX | ISSN 2346-9439
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Luciano