Aportes para apoyar el trabajo de los equipos de gestión

Por Andrea Martino

La intención de estas líneas es proponer y comentar algunas ideas que puedan constituirse en un aporte para los equipos de gestión. En ese sentido, un lugar en el que deberían situar la mirada –entre las múltiples preocupaciones que están teniendo- es en las trayectorias educativas y, en especial, en las y los estudiantes de primer año, que comenzaron una nueva experiencia en este contexto excepcional y desconocido. Como venimos registrando desde hace tiempo, el pasaje al primer año -en el cambio de nivel primario al secundario- supone complicaciones y complejidades para nuestras y nuestros estudiantes, que deben ir aprendiendo un conjunto de normas y reglas de juego, de modos de hacer y ser estudiante en un nuevo nivel. Imaginemos que si es difícil aprender esas cuestiones en tiempos de presencialidad, peor aún en el contexto actual. En este sentido, propongo algunas líneas de acción que los equipos de gestión pueden retomar y articular con las y los diferentes actores institucionales: coordinadores de curso, preceptores, profesores.

Por un lado, es necesario desarrollar con estas y estos estudiantes la construcción de una agenda de trabajo semanal: armarla tomando esa unidad temporal pequeña, a partir de la cual preguntarles cómo se organizan con el estudio, las materias, las tareas, de qué tiempo disponen y con qué recursos. Entonces, a partir de relevar esas condiciones, avanzar en la organización de una agenda contextuada y situada también para cada realidad, en donde propongamos objetivos semanales, e incluso podamos reflexionar con ellas y ellos qué cosas pudieron o no hacer, por qué, cuáles fueron las dificultades que encontraron. Lejos de inscribirse en sentidos ligados al control o al señalamiento de faltas respecto a los logros y pendientes en una agenda, se trata más bien de proponer una temporalidad acotada -la de una semana-, en la que desde la escuela se pueda colaborar para producir un “tiempo escolar” que pueda ser organizado y suponga una especie de suspensión -en el sentido en que Masschelein y Simons proponen pensar el tiempo libre que ofrece la escuela. En este sentido, la escuela puede estar presente preguntando, ayudando, ofreciendo consejos, haciendo sugerencias acerca de las mejores formas de organizar el tiempo de tareas y de estudio, en un contexto en el que justamente la dimensión de lo temporal -tal como la vivíamos antes-, es la que se ha puesto en suspenso.

Otra cuestión está vinculada a generar “salvavidas virtuales”. Trabajar con nuestras y nuestros estudiantes qué personas pueden constituirse en un salvavidas en los momentos en que no entienden, no saben, o algo les está dificultando el proceso de estudio o la resolución de alguna tarea. Esto es fundamental para que sepan que pueden tener a mano y contar con ese recurso, en especial nuestras y nuestros estudiantes de primer año.

Otra propuesta es armar tramas entre estudiantes en este contexto de aislamiento. Se puede pedir a las y los estudiantes de cursos superiores que se comuniquen con sus compañeras y compañeros de primer año, para contarles anécdotas, estrategias o formas de estudio. Incluso se puede articular la mediación del Centro de Estudiantes en este proceso, que supone la transmisión de experiencias entre ellas y ellos. Hay saberes, formas de transitar y construir sentidos sobre la experiencia escolar que circulan entre las y los estudiantes y que forman parte de las tramas de sostén y de apoyo. Su valía puede reconocerse en estos momentos, para producir red entre pares.

Y una última cuestión importante está vinculada a las carpetas de las y los estudiantes, un objeto escolar que puede repensarse y nutrirse de nuevos sentidos. La carpeta representa en la actualidad “lo escolar” en los espacios domésticos; quizás incluso para muchas y muchos de nuestros estudiantes, el gesto de abrir su carpeta y disponerse a hacer las tareas signifique que “está” en la escuela. Entonces, poder trabajar con ellas y ellos sobre cómo organizarla, dónde y cómo están guardando sus trabajos, cómo ordenaron las distintas asignaturas, qué valor le están otorgando a este objeto cuando no hay profesores que les exijan que estén completas como criterio de valoración y evaluación. De acuerdo a cada contexto y a sus condiciones, habrá que reconocer también cuáles son las formas de existencia de las carpetas que las y los estudiantes van produciendo, algunas en formato papel, o las digitales guardadas en sus teléfonos u otros dispositivos.

También con las y los docentes se abre una veta para definir sentidos y criterios acerca de su uso: ¿qué tipos de trabajos se pedirán?, ¿en papel o en soporte digital?; ¿cómo irán guardando nuestras y nuestros estudiantes esas producciones?; ¿pueden las carpetas constituirse en una forma de memoria (en el sentido de un diario de campo) del trabajo escolar en tiempos de pandemia? Se trata de preguntas y criterios que se pueden abordar con las y los docentes.

En tiempos de presencialidad, una frase usual en las aulas es “abran sus carpetas”. La pregunta hoy es de qué modo las escuelas junto a las y los docentes sostenemos las carpetas abiertas y buscamos la forma en que nuestras y nuestros estudiantes lo sepan.

(*) Docente de la Escuela de Ciencias de la Educación, de la Universidad Nacional de Córdoba y capacitadora del Instituto de Capacitación e Investigación de los Educadores de Córdoba (ICIEC), de UEPC.

Este texto fue extraído del video “Acompañar las trayectorias educativas”, realizado en el marco del Ciclo “#EducarEnRed. El trabajo de enseñar en cuarentena”. Puede consultarse en el siguiente enlace: https://youtu.be/9S_0sj4YPvU

educar en Córdoba | no 37 | Junio 2020 | Año XV | ISSN 2346-9439
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Luciano