En el anexo del IPEM 285 “José Gabriel Brochero”, ubicado en Pampa de Achala, un grupo de alumnos y docentes desarrolla desde 2014 un proyecto de fabricación y ejecución de instrumentos musicales, tendiente a transformar la identidad institucional, favorecer la convivencia e incentivar el desarrollo artístico como posibilidad de nuevos horizontes culturales y laborales.
Restos de camas, sillas, mesas y otros muebles desvencijados. Madera arrojada a la intemperie, al olvido. Y una guitarra rota. A partir de allí, y de la profunda inquietud por aprender y superarse, docentes y alumnos del IPEM 285 Anexo “La Ventana” -una escuela rural con modalidad de albergue ubicada en Pampa de Achala- comenzaron a gestar una experiencia de construcción y ejecución de instrumentos musicales, que contribuye a transformar los horizontes culturales y vitales de una treintena de niños y jóvenes.
Enclavado en las Altas Cumbres, a más de 2.100 metros de altura, se encuentra este anexo del IPEM 285 “José Gabriel Brochero”, con modalidad pluricurso, que comparte el edificio con la escuela primaria “José María Liqueño”. En conjunto, las instituciones albergan a cerca de 30 alumnos provenientes de parajes cercanos, como Las Torrecillas, Niña Paula o Río de los Sauces, entre otros. El nivel medio funciona allí desde 2014, con una matrícula en constante crecimiento.
Ninguna guitarra muere rota
El proyecto comenzó con algo de azar y mucho de tesón, como suele ocurrir en estos casos. Según relata Sergio Truszkowski, preceptor y profesor de Artes Visuales en este establecimiento, su intención era aportar, desde la plástica, saberes que pudieran serle útiles a los estudiantes en el ámbito laboral o doméstico.
“En un primer momento, intenté centrarme en la elaboración de elementos decorativos o artesanías, pero me di cuenta de que los chicos conocían mucho sobre eso, por sus propias experiencias familiares. Y entonces alguien trajo una guitarra rota para arreglarla, y ahí se abrió todo”, relata.
Motorizado por el interés de los propios jóvenes, Sergio comenzó a centrar su labor docente en la reparación y elaboración de instrumentos musicales, una experiencia que él también había desarrollado en su vida personal.
El proyecto permite abordar varios objetivos simultáneamente. En primer lugar, dado que la escuela tiene la modalidad de albergue -los alumnos se quedan allí de lunes a viernes y regresan a sus casas los fines de semana-, el trabajo en el taller de luthería estrecha lazos entre pares y hace más placentera la permanencia de los jóvenes en el lugar, además de aprovechar un tiempo muchas veces ocioso.
Por otro lado, dado que el nivel medio comenzó a dictarse hace poco más de dos años y que su matrícula se conformó a partir de jóvenes de muy diversos orígenes, la iniciativa permite fortalecer el sentido de pertenencia hacia la institución y reforzar su identidad como espacio de convivencia y de enriquecimiento cultural de los alumnos.
Por último, la iniciativa está posibilitando reciclar un sinnúmero de elementos del antiguo mobiliario, maderas e insumos que se estaban deteriorando y pertenecían al acervo escolar, en el marco de una institución cuya orientación es la de agroambiente. Y permite un trabajo interdisciplinar desde el punto de vista pedagógico, pues confluyen saberes específicos que los alumnos abordan en Matemática, Tecnologías y Artes Plásticas.
Aprender para enseñar
Los inicios no fueron fáciles. Casi no había herramientas, salvo las pocas que Sergio traía desde su casa, insuficientes para todos los alumnos. Y tampoco un lugar donde trabajar con comodidad, pues apenas se contaba con las instalaciones de una vieja verdulería de la escuela que no estaba en buenas condiciones: techo de chapa, aberturas en mal estado, vidrios rotos y falta de energía eléctrica.
Pero el trabajo colaborativo entre los docentes y el protagonismo e involucramiento de los estudiantes comenzaron a dar frutos y permitieron mejorar la situación. Algunos músicos aportaron más herramientas, aportes privados y públicos posibilitaron comprar mejores materiales e insumos y la envergadura que cobró el proyecto propició el traslado a un depósito con que contaba la escuela, en mejores condiciones edilicias.
A nivel de trabajo docente, el proyecto se centró en un primer momento en compartir conocimientos previos acerca de la música y la producción de instrumentos. “A medida que los alumnos entraron en contacto con los instrumentos y demostraron mayor afinidad por uno u otro, se trabajó en nociones de ejecución de los mismos y sobre la organización de las notas, los acordes y los ritmos, para que de manera exploratoria y lúdica pudieran llegar a tocarlos”, explica Sergio.
El paso siguiente fue armar grupos de acuerdo a la afinidad por cada elemento (guitarra, bajo o elementos percutivos) y allí desarrollar las habilidades necesarias para la fabricación de cada uno de ellos. En esta etapa aportaron varios docentes, desde el trabajo en sus propias disciplinas: algunos que tenían experiencias personales en la fabricación o ejecución de instrumentos -como los de Artes Plásticas y Ciencias Naturales-, así como profesores que aportaron estrategias de cálculo para las mediciones necesarias -en Matemáticas- y otros que contribuyeron desde el punto de vista de los materiales y los procedimientos necesarios -en Tecnologías. En este trabajo colectivo y articulado entre docentes de diferentes materias se sustentó uno de los pilares más importantes del proyecto desde el punto de vista pedagógico.
“Me gustó construir el bajo, fue divertido, fácil y difícil al mismo tiempo, porque tuvimos que esperar algunas partes que nos faltaban. Ahora me gustaría hacer una guitarra, para aprender a tocarla también”, recuerda Mayid Barboza, un alumno proveniente de Mina Clavero. “Cuando vi el de Mayid me gustó y quise tener el mío. Además como soy zurdo, tenía que hacerme mi propio bajo, porque los otros no me servían. Ahora me gustaría tocar en una banda”, relata Erik Cuello, de 11 años, de Pampa de Achala.
Los alumnos comenzaron entonces a trabajar en grupos pequeños. Y en 2015, el segundo año de implementación del proyecto, los jóvenes que ya habían pasado por el proceso de fabricar su instrumento, contribuyeron como tutores de los menos experimentados. “Estuvo bueno darle una mano a otros chicos, explicarle algunas cosas que aprendí. Ahora me gustaría hacer otra guitarra, pero más solo”, comenta Carlos Miguens, un joven de Santa María de Punilla que construyó su primera guitarra con un respaldar de silla y partes de una cama vieja. “No me resultó fácil, llevó tiempo, porque no tenía experiencia en instrumentos aunque sí en el manejo de algunas herramientas. Pero a esta no la vendería por nada, porque cuando te cuesta tanto hacer algo le agarrás cariño”, agrega. En esta oportunidad de trabajo colaborativo entre los jóvenes, en la posibilidad de poner en común y transmitir sus propios saberes y experiencias significativas, se encontró otro de los pilares de la iniciativa desde el punto de vista pedagógico y una de las razones por las cuales la experiencia contribuyó a estrechar lazos entre los estudiantes y mejorar la convivencia en esta escuela albergue.
Una vez que atravesaron un primer momento centrado en la fabricación de los instrumentos, llegó el momento de aprender a tocarlos mejor. “Recién en la actualidad hemos podido desdoblar las tareas de enseñar a fabricar los instrumentos y la de ejecutarlos. Si bien los chicos tocan en manifestaciones artísticas de la escuela, y nos invitan a muchos lados a participar, ahora estamos más concentrados en esa faceta del proyecto”, comenta Sergio. Esto implica llevar a cabo sesiones de ejecución e improvisación, ensayos para recrear obras artísticas de diversos autores y la identificación y reproducción de distintos ritmos musicales. “Me gustaría tocar en una banda los temas de Romeo Santos”, anhela Facundo Leiría, un pequeño de Charuco Pampa.
Abriendo hacia otros horizontes
Con vistas al futuro, los docentes y alumnos que participan del proyecto pretenden concentrarse, tanto en mejorar la ejecución como en estandarizar los procesos de producción de los mismos, algo que permitiría comenzar a comercializarlos.
“Estamos tratando de armar nuestra sala de ensayo y de obtener algunos instrumentos que nos están faltando, como una batería. Y por otro lado, aunque hemos tenido consultas para vender nuestras fabricaciones, queremos estar en mejores condiciones. Esas son las etapas que estamos transitando ahora”, explica el docente.
De todas maneras, más allá de los desafíos futuros, los docentes y alumnos del IPEM 285 Anexo La Ventana saben que el taller de fabricación y ejecución de instrumentos ya logró un anhelo profundo de la institución: dejar de ser “la escuela de los niños de hielo” – como se conoció a partir de la prensa la historia de cuatro alumnos fugados y fallecidos en 1986- para convertirse en “la escuela de los pequeños luthiers”.
educar en Córdoba | no 33 | Septiembre 2016 | Año XI | ISSN 2346-9439