Una pedagogía emancipadora para nuestra América

Pablo Imen

Nuestra región atraviesa, desde hace más de una década, un período de intensos cambios sociales, culturales y políticos. Los sistemas educativos estuvieron en el centro de esas transformaciones. En ese marco, educar en Córdoba convocó al Lic. Pablo Imen a reflexionar sobre los desafíos de una pedagogía orientada a la emancipación, que promueva a la solidaridad como valor central y experiencia vital.

El atropello contra el presidente Evo Morales en su regreso a Bolivia desde Rusia, puso de manifiesto, por un lado, la continuidad de ensayos neocoloniales en nuevos contextos y por distintos medios a los que sometieron a la América desde 1492. La rápida reacción de la UNASUR -o de parte de gobiernos de nuestros países- reveló reflejos adecuados frente a los renovados intentos imperiales para someter por el chantaje y la amenaza a nuestros países.

Precisemos la realidad y advirtamos los signos para un alerta activa: la reciente configuración de la Alianza del Pacífico, promovida por EEUU e integrada por México, Colombia, Perú y Chile constituyen una respuesta cuya eficacia se verá en el tiempo, contra la integración profunda de Nuestra América.

Sinteticemos, antes de entrar en un plano eminentemente educativo.

Primero, el mundo atraviesa una crisis civilizatoria de proporciones inéditas: más de treinta años de predominio de neoliberal-conservadurismo han generado calamitosos efectos de largo plazo en materia de desigualdad y exclusión, pero también se registran otros fenómenos como la crisis ecológica, energética, económica, político-institucional y, en términos más profundos, un agotamiento del modelo cultural mercantil y autoritario que intenta legitimar este capitalismo de casino.

Segundo, América Latina ha sido el espacio regional que ha opuesto alternativas más democráticas y eficaces de desarrollo con inclusión, democracia e igualdad, contrastando notoriamente con las vías conocidas y ruinosas del Consenso de Washington, aplicadas con entusiasmo digno de fines más elevados, en Europa.

Por cierto, el escenario latinoamericano no es homogéneo, y pueden señalarse dos grandes puntos programáticos que marcan las prioridades de una agenda genuinamente democrática: la unidad e integración amplia y profunda es el primer objetivo. Su cumplimiento ampliará los márgenes de soberanía y autonomía regional, que permitirá enfrentar los vientos tumultuosos de la referida crisis mundial. El otro gran objetivo es el de la superación del proyecto político neoliberal-conservador implementado desde los primeros setenta, a partir de los golpes de Estado y continuado por vías constitucionales en muchos casos.

El neoliberal-conservadurismo, que tiene pretensiones universalistas, no es apenas un programa económico, un modelo político-institucional, un régimen de acumulación o una particular política educativa: se trata de un verdadero proyecto civilizatorio que pone en riesgo la supervivencia del planeta.

Unir a la América Morena y promover un orden social capaz de superar la tragedia neoliberal tiene, entre todas las exigencias renovadoras, aquella que se libra en el campo de la educación. El encuentro desarrollado por la UEPC en mayo de 2013 se inscribe en estas búsquedas, estas construcciones y estas batallas culturales y pedagógicas. Resulta importante recorrer la dimensión de este desafío, para el que ya comenzamos a desplegar caminos.

En las líneas precedentes intentamos sugerir que el proyecto de Patria Grande, abierto hace dos siglos con la Primera Independencia de la América Española, se reactualizó desde fines del siglo XX con el triunfo bolivariano de Hugo Chávez Frías.

Este primer movimiento, en una región volcánica que estalló en muchos de nuestros países, alumbró un nuevo escenario. Gobiernos nuevos que, como nunca antes, se parecieron a sus pueblos. En términos del presidente Rafael Correa, más que época de cambios asistimos a un verdadero cambio de época.

El proceso de integración nuestroamericano se dio en una coyuntura de procesos nacionales dispares e incluso antagónicos. La coexistencia de la Cuba socialista y el Chile neoliberal de Piñera; de la Bolivia indigenista de Evo Morales y la Colombia de Uribe o Juan Manuel Santos, revelan la complejidad de estas construcciones unitarias.

La creación de la UNASUR, de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC), el creado Banco del Sur, el ALBA o las redefiniciones del Mercosur, constituyen evidencias de avances significativos en nuestra región. La más reciente configuración de la Alianza del Pacífico deja entrever que el proceso continental que bien podemos caracterizar de emancipador –y en tal sentido, revolucionario-, somete a los pueblos y a los gobiernos progresistas a tensiones creativas que exigen voluntad política, inteligencia y herramientas transformadoras para dar respuesta eficaz a los ensayos imperiales para hacer fracasar la unidad de Nuestra América.

En la educación, los desafíos son del mismo grado de complejidad que en todos los campos de la vida social en los que -como diría Antonio Gramsci- lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer…¡pero está naciendo!

Herencias neoliberales…

Los años noventa han sido pródigos en los avances de los proyectos educativos que, bajo la orientación técnica del Banco Mundial –verdadero Ministerio de Colonias- avanzaron en procesos de reconfiguración de los sistemas educativos nacionales.

No tenemos mucho espacio para explayarnos, podemos enumerar sumariamente algunas de las definiciones de ese período:

  • Reconfiguración del Estado que deserta de sus responsabilidades como garante de derechos y pasa a asumir funciones de Evaluación en clave de “calidad educativa”, leída de modo tecnocrático.
  • Ampliación de atribuciones a la educación privada y precarización de las condiciones laborales de los trabajadores en general y los docentes en particular.
  • Concepción de “calidad educativa” como sinónimo de exámenes estandarizados de contenidos elaborados por expertos, traducidos a manuales por las empresas editoriales, que se esperaba sean impartidos por los docentes a los alumnos, para ser finalmente medidos por el Ministerio de Educación, que se dedicaba a promocionar los buenos rendimientos, estimulando por todos los medios posibles una pedagogía basada en la repetición, en la competencia y en la estigmatización.
  • Explotación del trabajo docente (no solo por los recortes salariales, sino por la intensificación, precarización, deterioro de las condiciones concretas de trabajo), y creciente enajenación (al convertir al docente en un mero aplicador del paquete pedagógico elaborado por la capa de tecno- expertos).
  • En el caso argentino, estos dispositivos de regulación y control, competencia, desfinanciamiento progresivo, apuntalaron un proceso de desguace del sistema educativo nacional, que ya venía sufriendo una fragmentación sostenida por las sucesivas medidas de descentralización educativa, concebidas a partir del golpe de 1955, y aplicadas sucesivamente en 1961, 1968, 1978, 1979 y 1991.

En suma, las políticas educativas desplegadas desde la última dictadura militar y profundizadas en los años noventa tuvieron un sesgo mercantilista, autoritario y tecnocrático.

Los efectos de este proyecto político educativo son de una gravedad inusitada: ha desarmado al Estado como instrumento para la igualdad pedagógica, ha difundido un sentido común que propicia el (pre)juicio de que toda educación privada es mejor que la pública y, en una victoria cultural aún más radical, ha logrado difundir como sentido común y lenguaje oficial, oficioso y verdadero, que toda la educación es pública, apenas diferenciada por la “gestión”.

Ha generado, además, una dinámica de exclusión que profundizó la desigualdad educativa, induciendo un sistema escolar fragmentado que, en los años noventa, reprodujo accesos diferenciales a propuestas educativas de gran desigualdad. La fragmentación en el acceso y en los tipos de educación impartida en la red institucional no ha sido sino la consagración de un modelo educativo incompatible con un proyecto democrático.

En los años esperanzadores que abrió el siglo XXI, los nuevos gobiernos han venido haciendo enormes esfuerzos para revertir el legado político-educativo y pedagógico que profundizó la injusticia educativa.

En el caso argentino, el Estado nacional dio pasos significativos en políticas públicas reparadoras en todos los planos. En educación -y como consecuencia de las políticas sociales- se ha mejorado sustancialmente el acceso a las instituciones escolares. La Asignación Universal por Hijo, la distribución de netbooks, pero además, un modelo de desarrollo orientado por principios de reconocimiento y efectivización de derechos, fueron la base de un piso más alto en la búsqueda de la democratización de la educación.

Queda, desde luego, mucho por hacer. Repasemos el escenario. En primer lugar, durante más de medio siglo se propició el desguace del sistema educativo, y bajo la coartada de la descentralización educativa lo que ocurrió -especialmente en el último cuarto del siglo XX- fue la multiplicación de la desigualdad entre las diversas jurisdicciones provinciales. Esta dispersión está intentando saldarse con las atribuciones que le da la Ley de Educación Nacional al Consejo Federal de Educación. Sin embargo, un repaso por las leyes provinciales -por caso, la legalización de la educación religiosa en Salta-, o la adecuación de la Nueva Escuela Secundaria y la particular lectura que hace de esta política la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, revela que es largo el trecho para lograr un efectivo gobierno nacional de la educación.

La oposición a las pruebas Pisa -exámenes estandarizados de OCDE- supone que no se acuerda con el concepto de “calidad educativa” descripto arriba. Sin embargo, la tarea pendiente es la construcción de un proyecto pedagógico alternativo. Este proyecto debe ser tributario del proyecto latinoamericanista y de las orientaciones nacionales, populares y democráticas que eligieron las mayorías sociales en Argentina. Claro, esta construcción no depende del Ministerio Nacional, a pesar de que debe jugar un papel protagónico. En este tiempo en que todo está en debate, el lanzamiento del Movimiento Pedagógico Latinoamericano interpela a los colectivos docentes y estudiantiles, a los Estados, a las organizaciones sociales y políticas, a los colectivos culturales. La Educación Emancipadora será una creación colectiva, una invención que reclama de los esfuerzos de todos los actores de la comunidad educativa y las comunidades territoriales.

No será, claro, obra exclusiva de especialistas, de funcionarios ministeriales, de docentes y sus organizaciones gremiales, de estudiantes y sus movimientos, de organizaciones populares. Será una construcción común de todos estos ámbitos, la que facilitará -en el marco de Nuestra América- la emergencia de una Pedagogía Emancipadora que acompañe el proceso político y social, cultural e histórico, institucional, organizativo y comunicacional que estamos atravesando millones de latinoamericanos y caribeños.

Una pedagogía emancipadora nuestroamericana

¿A qué finalidades debe responder una pedagogía desde y para la América Morena? ¿A qué instrumentos y recursos recurrir para su construcción? En esta última sección quisiéramos aportar algunas reflexiones a una empresa que solo puede ser colectiva, popular, democrática. Es decir, no hay manuales, no hay fórmulas que aseguren de antemano el éxito del esfuerzo. Hay pistas, hay huellas, hay valores y principios, hay tradiciones que permiten avanzar en la tarea inconclusa que le asignó a la educación Simón Rodríguez en nuestra Primera Independencia: formar Pueblos y Repúblicas. Contribuir con la educación pública a forjar hombres y mujeres libres, capaces de construir un proyecto común de presente y de futuro.

Se trataba entonces y se trata hoy de lograr personas que desarrollen todos los aspectos de su personalidad -el saber pensar, el saber hacer, el saber sentir, el saber decir, el saber convivir- y muy especialmente, lo que los bolivarianos denominan “soberanía cognitiva”. En la perspectiva rodrigueana, no pueda haber soberanía política si las personas no aprenden a pensar con cabeza propia. Formar gobernantes y productores libres constituyen otros tantos objetivos del proceso educativo. Y para ello, la recuperación de la memoria histórica de las luchas que permitan asumir el pasado, entender las batallas y las derrotas, aprender de las experiencias que permitieron a los pueblos avanzar hasta el presente y proyectar nuevos destinos de igualdad, emancipación y justicia.

Todos estos fines de la educación requieren instrumentos, ámbitos desde donde llevar adelante esa invención colectiva. Una fuente fundamental para configurar una pedagogía emancipadora nuestroamericana es la recuperación sistemática y crítica de maestros y pensadores que alumbraron experiencias democráticas, liberadoras y que dejaron testimonio de sus esfuerzos. Simón Rodríguez, Pedro Figari, José Martí, Carlos Vergara, Florencia Fosatti, Jesualdo Sosa, Luis Iglesias, Gabriela Mistral, Olga y Leticia Cossettini, Paulo Freire, son apenas algunos de quienes han ensayado y creado prácticas y conceptualizaciones para una pedagogía emancipadora. Una pedagogía cuyas notas integran la alegría, la ternura, el trabajo, la vinculación con la vida y para la vida, la solidaridad, la participación y el compromiso.

Un segundo elemento es el rescate permanente de nuestras prácticas, utilizando herramientas para una praxis -práctica reflexiva- a ser sistematizada. Esta sistematización que propiciamos no es solo la descripción de lo que hacemos, sino un análisis profundo, individual y colectivo, que nos permita recuperar nuestra palabra como docentes, conceptualizando los supuestos de nuestra acción, la comprensión de la complejidad de los procesos y la relación pedagógica, los efectos de nuestra tarea y la permanente revisión de nuestras condiciones, pensamientos y acciones. Contribuiremos así, al modelo de ser humano y de sociedad que hoy encara dentro y fuera de las escuelas nuestra América y sus pueblos. Se trata de un proceso de desenajenación y politización de nuestra práctica, que nos permita asumir el co-gobierno de los fines de nuestra acción y de los medios para llevarla a cabo.

Tercero, el estudio de nuestros antecesores y la reflexión sistemática sobre nuestra práctica es, al mismo tiempo, un proceso de formación e investigación. Surgen, pues, espacios que nos van formando y fortaleciendo como educadores, surgen nuevas necesidades de formación y autoformación, y a la par vamos generando nuevos conocimientos que tienen que ver con la vida real de las escuelas. Recuperamos, así, nuestro papel como productores de conocimiento y eso nos interpela como investigadores y como educadores.

Cuarto, dicho proceso de reconstrucción de nuestra labor pedagógica nos reclama crear nuevas formas organizativas -círculos pedagógicos, redes, etc.- que impulsen la labor colectiva, el conocimiento y reconocimiento de prácticas valiosas, espacios comunes que nos hacen crecer, ser más democráticos en nuestra labor cotidiana, contribuir mejor a formar esos hombres y mujeres que pasan por nuestras aulas.

Quinto, también es precisa una labor comunicacional que permita socializar los avances de nuestras acciones como colectivo, que trasciende las paredes del aula, que va más allá de los límites de la institución individual y nos integra al contingente de educadores que, superando nuestras propias trabas y batallando contra los obstáculos de la vieja educación, impulsan el nacimiento de una pedagogía emancipadora y nuestroamericana.

En diciembre de 2011 se creó en Bogotá el Movimiento Pedagógico Latinoamericano. Y en ese marco se comprende el encuentro que, por sus sesenta años, UEPC consagró a la construcción del MPL.

Córdoba ha respondido con creatividad a los desafíos de resistir relaciones y prácticas opresivas. La Reforma Universitaria ha sido una marca indeleble frente a las pedagogías de la domesticación. A casi un siglo de aquella gesta, cabe recuperar las palabras con que el Manifiesto Liminar da cuenta de aquella época y sus desafíos:

Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resulto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.

La tarea emprendida en 1918 – así como la pendiente desde la victoria de Ayacucho en 1824- se reactualiza. Una educación emancipadora para una América Latina libre y soberana. De eso se trata. En eso estamos.