Una serie de acontecimientos violentos en el barrio Marqués de Sobremonte Anexo repercuten de lleno en la vida institucional y cotidiana del IPEM 338 “Dr. Salvador Mazza”. La mayoría de los alumnos dejan de asistir a clases y entre los que continúan yendo al colegio, prima el desánimo y la tristeza. Un grupo de docentes comienza a trabajar con los alumnos el abordaje de lo ocurrido como una estrategia de contención. La propuesta de diferentes actividades va convirtiéndose en una respuesta colectiva que se corporiza en la primera “Jornada Institucional por la no violencia” el 7 de mayo. Finalmente, elaboran un proyecto, lo presentan en la Legislatura y por voto unánime la iniciativa se convierte en Ley.
El IPEM 338 “Dr. Salvador Mazza” es la última presencia del Estado en clave de garantizar y promover derechos en el Marqués Anexo, en Córdoba capital. Está enclavado en medio de los asentamientos Ramal Sur, El Pueblito, Villa El Nylon o Los Ranchos y El Country (sector que recibe su nombre por el alambrado que lo circunda). Lo que inició como un proyecto de integración mediante la construcción de un polo institucional, hoy es un espacio de resistencia para la inclusión educativa.
Durante el mes de abril de 2013, el barrio Marqués Anexo se vio sacudido por una serie de hechos de violencia que lo pusieron en la primera plana de todos los medios y discursos sobre inseguridad. Adolescentes baleados, adolescentes disparando, allanamientos policiales, tiroteos cruzados y el acceso naturalizado a drogas y armas. Las crónicas policiales que estremecen a ciudadanos espectadores, en las aulas del IPEM 338 se conjugan en primera persona y no cuentan con la posibilidad de dar vuelta la página.
“En los cursos no se podía trabajar. Pero no por falta de atención, o desinterés por los contenidos como suele ocurrir muchas veces, sino porque se les notaba una profunda angustia”, explica Jésica Ysasi, profesora de Lengua. Angustia y ausencia, porque otra urgencia era que los bancos iban quedando vacíos. Algunos cursos llegaron a tener apenas 4 alumnos, ya que las familias no querían que sus hijos estuvieran en la calle, o por la necesidad de quedarse en sus casas ante las amenazas de venganzas y retruques.
Para los profesores y la dirección del IPEM 338, mantener la escuela abierta era una apuesta fundamental. “En estas condiciones, el mejor lugar donde pueden estar los chicos es la escuela, y ellos luchan todo el tiempo con eso. Contra la idea de que no les da, que el estudio no es para ellos, contra la falta de apoyo familiar”, argumenta Rosa Merlo, directora del colegio. “Muchos terminan mostrándonos sus notas, carpetas y logros a nosotros”.
La primera reacción -intuitiva- de los profesores fue la de parar las clases para hablar de lo que les estaba pasando. Pero la palabra no siempre aparece con facilidad, porque también es necesario darle forma, darle espacio, darle tiempo. Porque en la última semana, dos chicos fueron asesinados a balazos y un tercero se encuentra hospitalizado en estado grave. Todos habían pasado por el colegio y eran compañeros, o primos, o amigos, incluso novios que ya no estaban. Frente al dolor de lo inexplicable y evitable, los docentes apostaron al diálogo, sabiendo que en estos escenarios la palabra, primero sale tímida, luego se endurece de bronca e impotencia, porque es la única forma que conoce. Y que una vez que aparece, requiere ser trabajada de modo tal que permita comprender, pero también para no resignarse ante lo trágico ni naturalizar las injusticias.
Mirar a los chicos para ponerse en movimiento
La hora del recreo y el final del día siempre heredan un sembradío de papeles y hojas en el suelo de las aulas. José Luis Falco, coordinador de curso y profesor de Matemática, las junta y por curiosidad docente las repasa. Insultos, amenazas, promesas de venganza, dibujos de trompadas, de broncas e impotencia acumuladas. En la sala de profesores lo comenta y lo pone sobre la mesa. Darío Molina toma una de las hojas, y mientras va doblando partes propone: “Yo con esto, puedo construir otra cosa”. Y levanta una grulla.
Así larga el taller de grullas con varios cursos. Trabajan con el cuento, con la película, con el significado que le quieren dar a sus propias grullas y ponen manos a la obra. “Yo veía que hasta los que nunca prestan atención ni participan en clases estaban atentos y pendientes de cómo y para dónde doblar el papel”, recuerda Darío Molina.
Desde el área de Lengua, a partir de viñetas de Francesco Tonucci, 3er año produce afiches a modo de campaña por la no violencia y la importancia de la palabra como una forma de encontrar caminos alternativos. Los afiches comienzan a poblar los espacios comunes y las puertas de entrada, para que se lean también de afuera. Surge la idea de construir una bandera donde expresar los deseos propios como estudiantes y también la posibilidad de dar un mensaje a la gente, al barrio, a la comunidad. Del cruce de ideas entre profesores y alumnos sale: “Otra realidad es posible. Escuela abierta, comunidad unida”.
La decisión de profesores y directivos de mantener la escuela en funcionamiento fue la batalla principal, entendiendo que no solo se ponía en juego el derecho a estudiar, sino la posibilidad de ofrecer un refugio para los chicos. Entonces, la inscripción de la bandera encerraba una propuesta y una verdad. Por un lado, la convicción de que las cosas pueden ser cambiadas; por el otro, el reconocimiento de que la escuela podía convertirse en motor de ese cambio. “Tratamos de construir un mensaje bien abarcativo, porque ahí comunidad unida habla de nuestra institución, pero también pretende involucrar al barrio, a la comunidad educativa, y a la sociedad toda”, aclara José Falco.
En los estudiantes, la realización de la bandera tuvo un fuerte efecto. “Cuando Darío nos dice que Sexto tenía que hacer la bandera, nosotros le decíamos que no, que la hicieran los de la tarde. Y comenzamos a trabajar medio desganados, pero ahí nomás cuando empezamos a pintar la bandera es como que se unió todo el curso”, recuerda Héctor Cristori, el abanderado del colegio. Daniel Ochoa, también del último año, reflexiona: “Al principio como que cada uno se guardaba las cosas, estábamos medio desunidos y ahora, después de hacer la bandera, como que nos unimos más. Ya no hacemos tanto lío, hay más compañerismo. Y después de hacer esa bandera, nos pusimos a hacer la bandera de Sexto”.
Los profesores del IPEM 338 coinciden en tres claves del trayecto recorrido: escuchar a los chicos, dándoles el espacio y la confianza para sacar lo propio; proponer e invitarlos a hacer cosas juntos, dado que en el trabajo compartido se movilizan, se motivan y se encuentran unos con otros (entre los alumnos, con los otros cursos y con los profesores); y finalmente, recordar que “en el centro de la escena educativa y social, están ellos, los chicos”.
Decir en voz alta
El resultado de las actividades no se hizo esperar. Las aulas volvieron a poblarse y en este punto, José Luis Falco reconoce el mérito de los alumnos: “Los propios chicos fueron el puente entre la escuela, sus familias y la comunidad. Ellos fueron los voceros para que los demás chicos volvieran. Les explicaban a sus compañeros que en la escuela estaban protegidos, que estaban contenidos por los profes, que se había formado un buen grupo”.
Llegó entonces la necesidad de decir en voz alta, de darle alas a lo charlado y producido durante esos días de trabajo. Así, a contramano del calendario de efemérides escolares, organizaron la “Jornada Institucional por la no violencia”, con fecha 7 de mayo. Rosa Merlo, directora de la institución explica: “Los chicos mismos fueron los que le dieron forma y fuerza al acto. Quisieron abrir con un video de Calle 13, ‘La bala’, que habían estado trabajando. Entonces viene el abanderado y me dice: ‘¿Y no va a salir la bandera de ceremonia?’ Porque querían que fuera un acto institucional completo”. Asistieron autoridades, se sumó también un profe que ya no trabaja más en la institución, pero que sigue en contacto, con su guitarra y canciones. Y como cierre, hubo una suelta de globos aerostáticos donde los chicos ponían sus mensajes y deseos de no violencia. “La cosa es cambiar bala por palabra”, argumenta Matías Garay de Segundo año. “Violencia por diálogo”, subraya Héctor. “Y también que la sociedad y otros chicos de otros colegios, supieran lo que habíamos hecho acá, para que estas cosas no se repitan”.
El acto tuvo buena repercusión tanto a nivel educativo como en los medios, y por primera vez en mucho tiempo, el IPEM 338 y el Marqués Anexo eran protagonista y escenario de una buena noticia. Luego, la potencia de los hechos los llevó más lejos aún, redactaron un proyecto para instituir el 7 de mayo como el “Día de la promoción de la palabra y la no violencia en el espacio público”, lo presentaron en la Legislatura Provincial y se convirtió en ley. Así, a partir de 2013, todas las escuelas tendrán cada 7 de mayo, un espacio institucionalizado para celebrar la palabra como herramienta contra la violencia.
A la Legislatura fueron todos los cursos. Llevaron su bandera, los afiches contra la no violencia, los carteles y algunas grullas. Presentaron el proyecto sin que mediara ningún legislador, no querían que fuera de ningún partido, sino de todos. Y así fue, el proyecto se hizo ley por votación unánime. Los chicos del IPEM 338 escriben así, una página en la historia. “Está bueno que se haya transformado en ley, porque nosotros queremos que esto no pase más, que lo que ocurrió acá no pase en otros lugares. Y aparte, como nosotros ya nos estamos yendo del colegio, yo siento que también pudimos dejarle algo. Hicimos que aprobaran una ley, hicimos una bandera y carteles de lo que nosotros querríamos para los que vinieran después de nosotros a este colegio”, reflexiona Héctor, el abanderado.
Daniela Ochoa cuenta que no es del barrio, y que cuando le preguntan a qué colegio va y responde al IPEM 338, nadie sabe dónde queda, o lo conocen por alguna mala referencia de los noticieros. “Siempre a mí me decían: ese es un colegio de negros. Sí, les digo yo ahora, pero mirá lo que hizo el ‘colegio de negros’ hicimos una ley y eso no lo hacen otros colegios. Qué tal lo que hicieron ‘los negros’, se movilizaron, trabajaron todos juntos y llegaron a la Legislatura para que aprobaran una ley”, retruca Daniela orgullosa.
Un grupo de 2º año tomó la iniciativa de hacer buzos y están charlando con el coordinador de curso para ver la forma de concretarlo. “La idea es que lo tengan todos, porque si los hacemos para 3 o 4 no sirve. Y si no alcanzamos, vemos de poner la mitad y el resto hacer una rifa o algo”, cuenta Matías Garay. Su compañero de curso, Nicolás González, completa la iniciativa: “Arriba del nombre del colegio (señala su pecho del lado izquierdo), le vamos a poner una estrellita, como le ponen a los equipos de fútbol cuando ganan un campeonato mundial. Nosotros no ganamos nada, pero esa estrella es porque logramos hacer una ley”.
El currículo y la vida cotidiana
La experiencia y los acontecimientos recuperados en estas páginas son una oportunidad para abordar los mecanismos que -tanto a modo de reacción intuitiva como de posicionamiento político y pedagógico- pusieron en funcionamiento algunos docentes y la institución en sí, para garantizar la educación como derecho. La decisión de pensar a los alumnos como sujetos integrales, donde las realidades familiares, sociales y económicas son inseparables del hecho educativo.
Cabe aclarar que, aún con el apoyo institucional, las acciones desarrolladas no fueron una respuesta acabada y corporativa del equipo docente del IPEM 338, sino la inquietud de un grupo que se propuso trabajar con lo que estaba ocurriendo. “Desde la dirección -explica Rosa Merlo- tratamos de acompañar las iniciativas que promuevan formas nuevas y creativas de trabajar con los alumnos. Pasa sobre todo con los profesores que tienen una mentalidad más joven, más inquieta, y tratan de contagiar a los chicos”.
Dentro del IPEM, estos trabajos y modos diferentes de abordar los contenidos vienen dándose sostenidamente desde hace tiempo. Se trata de un desafío constante en el que según plantean los propios docentes, la clave está en “no quedarse quietos”, en “no dormirse, porque la realidad te pasa por arriba”, reflexiona José Luis Falco. “¿Y cómo te das cuenta de que la realidad te está sobrepasando?, porque las aulas comienzan a vaciarse.”
Este desafío permanente, que a veces toma forma grupal en la sala de profesores, no está exento de preguntas, dudas y contradicciones. E implica mantener una mirada crítica sobre las prácticas. Para Jésica Ysasi, profesora de Lenguas, pararse frente a un curso es “una decisión fuertemente política. Si tengo que parar la clase para darle espacio a estas cuestiones lo voy a hacer. Porque cuando uno de los chicos deja la escuela, lo perdiste, es otro más que quedó afuera y está mucho más vulnerable a que el año que viene sea parte de estas crónicas policiales.” Y se cuestiona si en definitiva no terminan haciendo una educación para pobres, limitando los conocimientos o dejando de dar temas. En principio, se trata sobre todo y ante todo, de tener a los chicos en el colegio, contenerlos, incluirlos como parte de su derecho a estudiar, pero también de brindarles conocimientos socialmente relevantes. “Yo quiero que cuando ese estudiante termine 6º año, y quiera seguir estudiando, tenga la misma oportunidad que los chicos de los otros colegios. Por eso la pregunta recurrente: ¿Cuánto se recorta y en función de qué?”.
El vínculo con los alumnos aparece como la base sobre la cual se construye la experiencia del conocimiento y la posibilidad de integrar, de contener a los chicos. “Si vos no sabés qué le pasa al alumno, entonces no le podés enseñar”, explicita su mirada como docente Darío Molina. Y explica que sus clases de Matemática y Física comienzan dedicando un tiempo a charlar sobre cómo están, qué sienten, qué problemas tienen, para luego, con la misma responsabilidad, abordar los contenidos del programa. Que ese vínculo docente-alumno, le permite trabajar en menor tiempo los mismos temas y con mayor efecto. “Muchos profesores anteponen una distancia con el alumno, porque sienten que se les falta el respeto o que pierden autoridad. Yo pienso que la autoridad puede ir por dos caminos: la de meter miedo, que acá muchas veces no funciona, o la del profe que te escucha y te pide lo mismo a vos”, concluye Darío.
Escucharlos, invitarlos a tomar la palabra, convidarlos al trabajo compartido, animarlos al grito colectivo, son las formas que encontraron los profesores del IPEM 338 para garantizar el derecho a estudiar de sus alumnos. Una apuesta por la inclusión educativa que gira en torno a la recuperación de la autoestima y a la oportunidad de ser protagonistas sin renunciar a enseñar.