Cuando los valores quedan afuera de las mediciones

Por Alicia Carranza

“Se entiende por educación el proceso de distribución de conocimientos que, al mismo tiempo y como parte de esa distribución, socializa los valores” dice Alicia Carranza para quien las mediciones realizadas a través de los Operativos Nacionales de Evaluación aportaron datos que no alcanzan para evaluar la calidad de la educación que se imparte en nuestro país. “Medir lo que los alumnos aprendieron en un corte temporal es interesante. Permite conocer lo que supuestamente se asimiló de las disciplinas donde está focalizado el estudio, pero sólo proporciona un dato aislado del proceso educativo.

Puede servir para formular hipótesis y, en base a ellas, tomar decisiones acerca de qué apoyos se necesitarían en relación a una mejor distribución de los conocimientos, pero no da cuenta de lo que está ocurriendo con la educación como proceso complejo que implica otras dimensiones como la socialización en valores”.

El tema de la calidad educativa, que reconoce su origen en el mundo empresarial, fue trasladado hacia el interior de las escuelas sin tener en cuenta, en algunas propuestas, la complejidad del proceso educativo. “En las empresas se mide la calidad del producto final y del proceso, lo que se denomina calidad total. En las escuelas los productos finales son personas, sujetos, conciencias individuales…”.

Desde su perspectiva, no puede “medirse” la calidad educativa en sentido estricto.

Sólo se puede intentar evaluarla, aproximadamente, a partir de diferentes estudios que vayan dando cuenta de la “situación” de una multiplicidad de variables y sus interrelaciones (desde la infraestructura escolar, los desempeños docentes y estudiantiles, hasta la configuración de valores que van construyendo los sujetos).

La calidad educativa ¿se construye? ¿Cómo?

Articulando, en un contexto institucional particular, el deseo de aprender y el deseo de enseñar. La calidad es la forma en que se operacionaliza este deseo en un contexto determinado. Claro que uno de los problemas que tienen hoy las escuelas es que no parece fácil encontrar alumnos con ganas de aprender y docentes que sostengan en el tiempo su entusiasmo por enseñar. Las explicaciones de por qué ocurre esto no solo hay que buscarlas en los sujetos individuales, sino también en la institución, en el Estado y en la sociedad.

Esto puede ser una excelente excusa para cruzarse de brazos.

Puede ser una buena excusa para no hacer nada o una oportunidad para intentar recuperar, por parte de la sociedad y el Estado, junto a la escuela, algunas utopías sensatas de la modernidad que alimentaba el deseo. ¿Qué prometía la escuela? (Aunque hay que reconocer que las promesas no se cumplieron para todos). Prometía integración social, mejoramiento de la calidad de vida, capacitación para integrarse al mercado laboral, igualdad, pluralismo, solidaridad, sentido de pertenencia, ciudadanía. Hoy no puede prometer muchos de estos horizontes porque el Estado que era el garante y el que distribuía estos sentidos, ha perdido credibilidad y eficacia para imponer la norma, la ley y la igualdad ante la ley. El Estado, que actuaba como referente y orientador, ha perdido la legitimidad y está devaluado, al igual que están devaluadas las instituciones, entre ellas la escuela.

Mientras tanto ¿qué puede hacer hoy la escuela?

La fragmentación social que vivimos y sus consecuencias no pueden ser subsanadas desde la educación. La escuela no va resolver la pobreza y por consiguiente la desigualdad, pero sí puede explicar las razones que la originan y ensayar, dentro de sus posibilidades, un imaginario distinto (más cerca de alguna de aquellas utopías) y ejercer, dentro de su ámbito, una posibilidad de accesos a conocimientos y socialización en valores, diferente a lo que se materializa en el afuera de la escuela. Me refiero a conocimiento social y personalmente significativos y a valores de ciudadanía (normas de convivencia, de solidaridad, de justicia). Puede ayudar a entender lo que está sucediendo, no como algo natural, lineal e inevitable. Se puede, por ejemplo, enseñar historia con datos, fechas y nombres, apelando a la memoria, pero también se puede enseñar la materia identificando las condiciones económicas, políticas y sociales que explican esos sucesos, creando las posibilidades para interpretar los sentidos y alcances que tuvieron para las sociedades y las personas. Se puede enseñar en fórmula química y pedir que la repitan de memoria o se puede materializar esa fórmula en los alimentos que se comen, o no se pueden comer, y las consecuencias en la nutrición… etcétera. A partir de ahí, de ese anclaje en la cotidianeidad, en la proximidad, incorporar los conocimientos y las fórmulas que dejas de estar vacías de contenido.

Esto exige una mayor capacitación docente.

El docente puede enfrentar la crisis con una mayor calidad como enseñante, entendiendo lo que le pasa y lo que pasa a su alrededor porque es tal la complejidad del mundo de afuera y de lo que ocurre en el aula que no puede apelar solamente a su experiencia. Los saberes prácticos no le alcanzan para transformar un conocimiento producido en el mundo de las ciencias en un saber escolar, y articularlo con la cultura del niño o adolescente, para ayudarlo a tomar conciencia del mundo en que le toca vivir. Tiene que estudiar, tiene que formarse como enseñante en forma permanente…

Esto puede parecer un acto de voluntarismo.

Requiere, sin duda, un esfuerzo personal, pero requiere también un esfuerzo institucional y del Estado. La escuela tiene que reflexionar sobre qué quiere enseñar y acordar cómo hacerlo. Las políticas educativas que ponen el acento en la autonomía escolar permiten una lectura desde la intención neoliberal, de desresponsabilizar al Estado y canalizar las energías de la comunidad educativa en conseguir recursos materiales para garantizar su continuidad. Pero también permiten una interpretación democrática en el sentido de posibilitar a las instituciones trazar objetivos, proyectos y llevarlos a cabo con mayores posibilidades, al estar menos dependientes de la burocracia; aunque para ello todavía hace falta construir mucho desde la propia burocracia educativa.

La autonomía, además de ser funcional a la descentralización de los conflictos, es una nueva forma de gobernabilidad localizada. Construir una plataforma, un proyecto pedagógico mas autónomo, acorde con las capacidades de cada institución, incentivando el trabajo institucional, puede ser aprovechado para recuperar un rol mas creativo. Esto requiere, por cierto, un papel preponderante de los directivos y una clara percepción de que autonomía no significa autismo, separación del conjunto. Hay consideraciones pedagógicas y políticas que necesitan compartirse con todas las instituciones si queremos ser una sociedad mínimamente integrada.

Hablemos de los chicos, ¿cómo se hace para aprovechar la pasión por el conocimiento?

Tarea muy complicada, en la actualidad, para la escuela y los maestros y profesores. Pero, al fin de cuentas, de eso se trata si hablamos de escuela… No hay fórmulas… sólo deseo y poder para querer intentarlo… Búsquedas, reflexión compartida, trabajo en equipo para nuevas exploraciones… creatividad… audacia…experimentación… y mucha conversación entre colegas y con los estudiantes. La palabra, la reflexión, es el soporte más a mano que tenemos para dar sentido a lo que hacemos… y no sólo nuestra palabra, sino la palabra del otro.

El acto educativo supone una transformación por parte del que enseña y por parte del que aprende. Poner en palabra la pobreza, la violencia, la injusticia, las dificultades para aprender y para valorar el conocimiento (y los por qué de todo ello) que vivan los pibes y poder así entender, desde nosotros mismos y desde los alumnos, lo que nos pasa para intentar transformar, no ya el afuera, sino la vida en la institución… La palabra (no al discurso propositivo o ejemplificador desde la autoridad) es el arma más eficaz de la escuela.

La puesta en marcha de nuevos imaginarios, distintos de los que están vigentes fuera de la escuela genera nuevas posibilidades.

Como institución, al decir del pedagogo inglés Bernstein, la escuela distribuye imágenes y distribuye conocimientos. La imagen tiene que ver con la cultura, con la ideología, con los valores que transmite, con sus significados; y la institución escolar tiene que asumir deliberadamente que ambas cuestiones están unidas.

Finalmente, la calidad educativa en cada institución es la configuración de sentidos compartidos que se distribuye en imágenes y conocimientos. Por cierto que en el proceso de construir la calidad educativa, el Estado, tiene que dar señales claras de acompañar este proceso institucional y personal, no sólo mediante el estímulo a la capacitación permanente, sino apostando fuertemente a la reconstrucción social del valor de la educación, de la escuela y del conocimiento a través de un reconocimiento no solo simbólico, sino material del trabajo docente.

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Luciano