Las pantallas, la pluma y la palabra: escuelas y familias ante la pandemia

Por Isabelino Siede (*)

Desde que la pandemia trastocó nuestros días, el sistema educativo continuó trabajando de modo dispar, confuso y algo alocado, aunque su funcionamiento no siempre resultara visible para el resto de la sociedad. La docencia es una actividad atravesada por un significativo equívoco: desde marzo de 2020 trabajó más que en el tiempo ordinario, pero hay quienes la imaginan en un descanso extenso y distendido. No cabe duda de que en este tiempo hubo clases y hubo aprendizajes y solo una malintencionada deformación de los hechos puede desconocer el empeño de miles de docentes y directivos por garantizar el derecho a la educación, aunque también queda claro que la escuela no cabe en las pantallas. Hubo y hay infinidad de aprendizajes a través de las pantallas, pero no se ha replicado toda la propuesta formativa de la escuela, lo cual no desmerece ni invalida el esfuerzo. Esta situación de excepción nos ha empujado a escarbar nuevamente en el sentido de la tarea realizada: la experiencia escolar requiere salir del ámbito doméstico y sumarse a la construcción cara a cara de un espacio común, en el cual las diferencias nos enriquecen, los conflictos nos interpelan, el conocimiento nos da herramientas y la igualdad es, al mismo tiempo, suelo y horizonte.

Mientras tanto, las nuevas circunstancias golpearon con fuerza la vida de las familias e impactaron en las relaciones entre ellas y las escuelas. Los dispositivos de enseñanza mediada por tecnologías y acompañamiento hogareño han sido una ayuda inestimable, pero han generado también, por fuerza de las circunstancias, nuevas modalidades de exclusión. En grupos familiares donde hay hambre o una situación de incertidumbre, quizás la educación ha perdido prioridad, al menos hasta garantizar los elementos básicos de sustento. Por otro lado, están aquellos adultos responsables que no tienen un capital cultural acorde a las exigencias curriculares. Tengamos en cuenta que la potencia de la escuela en sus mejores logros ha sido permitir que cada generación supere el nivel educativo de la anterior. En las actuales condiciones, en cambio, algunas propuestas pedagógicas descansan en las posibilidades de enseñanza que tiene cada grupo familiar, lo cual implica saberes básicos del quehacer computacional y también cierto saber propio de la cultura escolar, como interpretar una consigna o resolver dudas emergentes de la actividad de aprendizaje. Finalmente, muchas familias dan cuenta de lo difícil que les ha resultado sostener emocionalmente los aprendizajes escolares y enumeran las fricciones que ha generado la tarea. Algunas estadísticas expresan que, una vez más, fueron mayoritariamente las mujeres quienes asumieron esa responsabilidad cotidiana.

No es extraño que muchas voces hayan añorado la vieja normalidad perdida. Volver a las aulas ha sido la intención más temprana de unos grupos que otros, cargados los primeros de cierta impugnación a las decisiones gubernamentales, preocupados los segundos por no suscitar riesgos innecesarios y avances precipitados. El regreso a la presencialidad no tiene como desafío recuperar un tiempo perdido, porque no fue eso lo que se perdió. Los propósitos son, en cambio, reconstruir los lazos afectivos que dan sustento a la tarea, reconocer los derroteros diferenciales de la etapa no presencial, resignificar los aprendizajes de ese período, considerando lo que se pudo sostener de la propuesta curricular, lo que se tuvo que postergar y lo que se agregó como fruto de una experiencia formativa inesperada. Por otra parte, las condiciones laborales que emerjan de la pandemia no deberían exponer a riesgos sanitarios al alumnado, a sus familias ni a sus docentes, al mismo tiempo que no tendría que suscitar exclusiones ni discriminaciones por motivos de salud, de desigualdad social o de diferencias en el capital cultural.

En ese panorama, el retorno a las aulas implica expectativas muy disímiles, pues algunas familias mantienen miedos incólumes mientras otras ven con alivio el paso a una instancia de mayor interacción social. Nuevamente, se requiere pensar estrategias de reconstrucción lenta y paulatina de confianza en las instancias de presencialidad escolar, sabiendo que no podemos pedir confianza ciega. Convendrá explicitar meticulosamente lo que hace el equipo docente y directivo, mientras que contribuimos a apuntalar en la comunidad cercana los recaudos que las políticas públicas soliciten a la población. El cuidado extremo del ASPO y el alivio del DISPO desde fines de 2020 no serán reemplazados por un retorno progresivo hacia la normalidad, sino probablemente por períodos de mayor o menor restricción y estrategias diferenciadas. En ese proceso, la claridad de los protocolos sanitarios y su cumplimiento estricto son herramientas imprescindibles, aunque no suficientes: la comunicación clara, continua y recurrente entre escuelas y familias es un ingrediente hoy más relevante que nunca.

También se aprecia, en muchos grupos familiares, crecientes cuestionamientos a los enfoques curriculares y didácticos que propone la escuela. Familias que antes tenían una visión medianamente genérica sobre la tarea cotidiana de chicos y chicas, ahora tienen una mirada mucho más sutil e informada. La enseñanza ha quedado expuesta y empiezan a replicarse objeciones en las redes sociales, en grupos cerrados o abiertos: “Sería más conveniente enseñar tal otra cosa, o de tal otro modo”, o “Yo me pregunto por qué no hacen tal cosa, si en la escuela de al lado lo hicieron y trabajaron tal contenido, ¿por qué no lo trabajan ustedes?” No se trata de comentarios novedosos, sino de expresiones antes menos frecuentes que ahora proliferan y tienen más información donde asentarse. Dentro de las escuelas hay mejores y peores ejercicios de la tarea docente, y hay propuestas formativas de variado pelaje. Esto ha quedado mucho más visible, pues las paredes del aula se han transparentado y las familias pueden ver mucho más lo que pasa dentro, pueden reconocer enorme esfuerzo y creatividad en muchos casos, y también, bastante flaqueza y limitaciones en otros. La virtualidad ha propiciado un proceso de empoderamiento de las familias, en el sentido de que han tenido mucho acceso a la “cocina del aula” y ahora demandan ser reconocidos en la interlocución para definir, por ejemplo, contenidos prioritarios y para decidir, ya que estamos, enfoques de enseñanza. En consecuencia, es probable que se abran debates curriculares y didácticos dentro de cada grupo escolar, en cada escuela y en cada jurisdicción. El pasaje por esa instancia puede ser desgastante para equipos docentes y directivos, pero al mismo tiempo abre la posibilidad de construir acuerdos más sólidos con las familias. Las estrategias sanitarias impactaron en los saberes enseñados y aprendidos durante la etapa crítica, tanto como en los modos de enseñar y aprender. La decisión de establecer “contenidos prioritarios”, tanto a niveles de gestión ministerial como dentro de cada escuela, ha puesto sobre el tapete que no todos los contenidos tienen la misma relevancia y es dable preguntarse si deberían volver a tenerla en la etapa pospandemia. Se abre, entonces, la posibilidad de introducir cambios en los contenidos prescriptos y realizar las selecciones que la inercia de la costumbre había evitado en tiempos prepandémicos.

La escuela inicia una nueva etapa de su historia, en que la plena presencialidad y la virtualidad excepcional probablemente se entretejan en formatos bimodales que están en estado aún embrionario. Esto supone un trabajo arduo, construcción de acuerdos y mucha paciencia en el desacuerdo, por lo que se torna necesario un diálogo abierto, con condiciones de respeto e inclusión de todas las voces -donde no siempre el intercambio será fluido-, y será interpelada (ya lo es) la autoridad de los equipos directivos, de las supervisiones y de los equipos docentes acerca de las decisiones que toman, sean de carácter organizativo y sanitario o didácticas y curriculares. Será, sin duda, un desafío fatigoso, pero nos ofrecerá oportunidades de desarrollar una cultura política de mayor diálogo y construcción colectiva en cada institución. La educación en la ciudadanía, puntal de origen del sistema educativo, cobra un protagonismo inusitado porque reúne todo lo que no cabe en las pantallas y se expresa en cada comunidad escolar que se organiza para garantizar el derecho a la educación.

Quienes valoramos el trabajo de las escuelas tenemos claro el lugar de destino: una sociedad más justa, solidaria, inclusiva y pluralista. Sin embargo, florecen los desacuerdos y ensayamos respuestas provisorias sobre el camino más adecuado para avanzar hacia allí. La escuela de cuño sarmientino, que con luces y sombras nos legó sus luchas con la pluma y la palabra, ahora también se adentra en pantallas que el sanjuanino no pudo siquiera imaginar. No es tiempo de rigidizar las respuestas viejas, sino de defender la vigencia de convicciones profundas mientras exploramos formatos renovados.

(*) Doctor en Ciencias de la Educación (UBA), licenciado en Ciencias de la Educación (UBA) y profesor para la Enseñanza Primaria (ENNS N° 2 “Mariano Acosta”). Se desempeña como docente e investigador en la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad Nacional de Moreno y la Universidad Nacional de la Patagonia Austral.

educar en Córdoba | no 38 | Junio 2021 | Año XVI | ISSN 2346-9439
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Luciano