En las escuelas PRO-A cada docente tiene que articular su propuesta curricular con las TIC. Eso nos coloca frente a un desafío constante, de actualización permanente respecto del avance de las tecnologías para acercarles nuevas herramientas a los estudiantes, pero sobre todo, para pensarlas en clave pedagógica. En las PRO-A de Villa Dolores y San Pedro, donde me desempeño, tenemos espacios de aula virtual y ahí, como frente a cada recurso, se pone en juego qué fundamento le damos nosotros a esa herramienta tecnológica, cómo le proponemos a los estudiantes la utilización de ese espacio: si lo usamos como un simple repositorio donde buscar y sacar los materiales teóricos, o planteamos actividades, ejercicios, evaluaciones, foros de discusión e intercambios que fomenten la participación, o que incluso aprovechen las particularidades de lo virtual para propuestas de trabajo colaborativo.
Articular la propuesta curricular con las TIC va más allá de la utilización de aplicaciones y programas, implica una reflexión acerca de nuestro rol como docentes. Porque no se trata de la habilidad ni el conocimiento exhaustivo del mundo tecnológico – que incluso los chicos manejan mucho mejor que nosotros-, sino de poder ofrecer herramientas y argumentos para que puedan construir una mirada crítica. Por ejemplo, con el equipo docente hemos realizado el curso de “Seguridad en las redes”, en el marco del programa de calidad e igualdad educativa. Tematizar y problematizar qué mensajes mando, qué subo a Internet, con quién comparto mis publicaciones. Se trata de pensar en la educación de un ciudadano crítico y reflexivo en sus prácticas cotidianas, ahí está nuestro lugar y aporte como docentes.
Por último, y para que lo anterior tenga sentido, aparece el vínculo que logremos construir con nuestros estudiantes. En muchas escuelas, el celular es un punto de tensión y conflicto. Sin embargo, en la escuela de Villa Dolores, por acuerdo colectivo, los estudiantes dejan sus celulares en unas cajas caratuladas especiales para eso, al ingresar al colegio y pasan las 8 horas de escolaridad sin celular. Solamente lo pueden sacar para alguna actividad específica propuesta por algún profe y que queda registrada en un acta. O sea, para uso curricular de la materia. Eso costó bastante al principio, pero hoy, después de 3 años, ya se hizo costumbre y se cumple sin problemas. Tampoco tiene que ser una cuestión institucional, cada docente lo puede plantear también en su materia, pero tiene que ser fruto de un acuerdo y no de una imposición.
Estoy convencida de que este vínculo entre docentes y estudiantes es un punto clave para la educación, pero no es algo fácil de lograr, requiere de una construcción cotidiana. Soy profesora de Educación Física y existe todo un paradigma en el que rápidamente se dice: “Educación Física es salir al patio”, lo cual es cierto, pero a la vez va mucho más allá que eso, tiene que ver con desarrollar hábitos de calidad de vida, de salud. Y si salir del aula nos pone en otra clave, ¿por qué no potenciarlo como recurso? Durante el recorrido de las cinco cuadras que separan la escuela del gimnasio donde hacemos educación física, aprovecho para ir charlando y ver cómo están, cómo se sienten, qué cosas están haciendo fuera de la escuela, qué problemas tienen. Son modos de concebir y abordar nuestra tarea docente, desde lo más grande -como cumplir con el currículum- hasta las cosas más pequeñas. Todos tenemos que tomar asistencia, pero está en cada uno el limitarse cumplir con lo administrativo o estar atento a cuando alguien falta más de dos veces, preguntarle si está bien, averiguar por qué faltó.
Que los chicos y chicas estén en la escuela, que podamos pasar el mayor tiempo posible en situación de aprendizaje, pero que parte de eso también sea preocuparse por cómo están, cómo se sienten y buscar los espacios para charlar de las cosas que les interesan y preocupan.
educar en Córdoba | no 35 | Junio 2018 | Año XIII | ISSN 2346-9439