Enfrentamos tiempos difíciles. Estamos viviendo la imposición de un paradigma cuyo eje central es el retroceso y la pérdida de derechos sociales en “pro” de aumentar los ya extraordinarios beneficios económicos de los grupos concentrados de poder. Somos testigos de una nueva restauración regresiva que, en nombre del bien común, profundiza desigualdades con ajustes para los trabajadores, para aquellos que vivimos de nuestro trabajo diario.
La vuelta al FMI es otro retroceso. La debacle económica, la pérdida de soberanía para decidir sobre el presente y futuro de nuestro país y de todos los que lo habitamos, van permeando y acotando nuestras posibilidades. Se trata de un modelo que debilita todas las herramientas que el Estado tiene para promover la distribución de las riquezas, mientras clausura lo público como espacio y experiencia de lo común. La exaltación del esfuerzo individual descontextualizado y despojado de las condiciones sociohistóricas es el argumento causal que aplaude a unos pocos elegidos, mientras excluye a las mayorías. Con el discurso del mérito personal, la eficacia y la eficiencia, el actual Gobierno justifica, naturaliza y profundiza las desigualdades, consolidando una ruptura social que exalta el “sálvese quien pueda y como sea”, aun cuando muchos ya sabemos que no hay salida posible cuando estamos solos, aislados y desorganizados.
Lo social se diluye en una individualidad que el Estado alienta y atiende por separado; hace que los trabajadores sean recursos, que los ciudadanos sean clientes, que la comunidad organizada sea solo una suma de individuos aislados, y que se debiliten los lazos colectivos para promover que cada quien se salve a sí mismo. Nuestra preocupación no es la dicotomía de lo público versus lo privado, nuestro esfuerzo sigue estando puesto en cómo recuperamos y reconocemos lo común que tenemos como sociedad, como pueblo.
El concepto de la comunidad organizada sigue siendo la idea que articula las relaciones entre diferentes sectores al interior de nuestra sociedad. El valor del trabajo, del esfuerzo, del estudio como posibilidad de ascenso social, continúan funcionando como motores en los que se fundan proyectos comunes e identidades, donde los ciudadanos se reconocen como parte de una comunidad. Estas nociones en torno a lo común están siendo cuestionadas, pretenden ser desplazadas como eje vertebrador de los valores y acciones imprescindibles en donde se funda la vida en sociedad.
El ejercicio de la ciudadanía es imposible sin herramientas comunes para la convivencia social, la resolución de diferencias y el acompañamiento de los esfuerzos por menos desigualdad. La vida en sociedad demanda de ciudadanos y ciudadanas que cuenten con herramientas materiales, simbólicas y económicas para formar parte activa de una comunidad. Por eso, el reconocimiento que el Estado haga de cada uno de nosotros juega un papel fundamental en el proceso de construcción y afianzamiento de las tramas colectivas que dan sentido a nuestra vida.
Para los sectores de poder, los gremios y sindicatos, en tanto trabajadores organizados, se vuelven una amenaza; los gremios docentes, en particular, porque además de la fuerza de movilización para reclamar sueldos dignos y disputar el contenido de lo instituido, somos los que sostenemos y defendemos la escuela pública, espacio de experiencias colectivas y comunales, disputando el sentido común, generando pensamiento crítico, problematizando lo cotidiano; vamos todos los días a las escuelas a generar espacios de encuentro y reflexión para pensar los desafíos actuales de la educación y las problemáticas particulares de cada institución y comunidad.
La escuela continúa ofreciendo espacios para el encuentro, para el diálogo comunitario. Y allí están también puestos nuestros esfuerzos. En primer lugar, reconociendo y visibilizando la enorme tarea que llevan adelante cotidianamente los compañeros y compañeras cuando crean propuestas novedosas de reorganización del trabajo de enseñar, cuando planifican y sostienen cruces entre las materias, cuando intentan dar una vuelta de tuerca a la currícula que les permita pensar problemáticas de su comunidad. Potenciamos estas acciones que surgen en las escuelas para que puedan multiplicarse y replicarse en otras, siempre con la convicción de que allí hay una experiencia vital específica que construye un conocimiento válido, legítimo y fundamental para mejorar los procesos de enseñanza y aprendizaje, para reorganizar el trabajo escolar y para pensar una escuela de calidad.
Nuestro modo es encontrar soluciones, construirlas con los niños, las niñas y jóvenes, con las comunidades, desde el encuentro verdadero que respeta las historias y subjetividades de cada uno y cada una, pero que construye alternativas de manera colectiva, que nos permite afrontar la incertidumbre propuesta por este gobierno con la absoluta certeza de que, desde las escuelas, debemos apostar a la construcción de un futuro donde nadie quede afuera.
Nuestra organización, ante la imposición de proyectos restrictivos de sociedad, se aboca al trabajo cotidiano de enseñar, a la militancia que llevan adelante los compañeros y compañeras docentes por lograr más y mejores aprendizajes, a los vínculos humanos que se van tejiendo en esos recorridos, a las pequeñas historias de la vida cotidiana que escapan del alcance del marketing, de las campañas orquestadas en las redes sociales y de las reinterpretaciones benévolas que venden los medios de comunicación sobre las medidas antipopulares. Una de las apuestas más fuertes que llevamos adelante está en el trabajo de formación y acompañamiento que se nutre de lo más novedoso de las teorías e investigaciones, como de la realidad de lo que ocurre en las escuelas a través de la práctica docente. El resultado de esa construcción es un saber que aporta herramientas concretas, pensadas en función de transformar la realidad y la existencia de todos, todas y cada uno.
Nuestra organización es la sumatoria de voluntades que piensan obstinadamente en la posibilidad de un devenir mejor que el presente. Nadie se va a interponer en alcanzar la meta de que podemos construir algo distinto y alternativo desde nuestras funciones docentes, desde abajo, desde la escuela.
Los desafíos del presente son enormes y las disputas, profundas. Somos conscientes de que todo lo que hemos venido construyendo desde el gremio junto a los compañeros y compañeras es lo que fortalece para dar esta pelea. Desde allí venimos dando y sosteniendo esta batalla.
Somos parte de la construcción de este país que se erige sobre la solidaridad, inclusión, democracia y distribución de bienes. Somos la presencia activa de un Estado para todos y todas, porque la escuela sigue siendo el espacio central para la construcción e interpelación de subjetividades sociales que cobijen y resguarden la vida en comunidad desde la diversidad, la solidaridad y el amor por caminar juntos, juntas, para alcanzar la justicia social.
educar en Córdoba | no 35 | Junio 2018 | Año XIII | ISSN 2346-9439