En tiempos donde abundan sentidos negativos sobre las juventudes y la escuela pública, que ponen bajo sospecha a los y las docentes, creemos fundamental mirar y escuchar a los y las estudiantes, porque sus opiniones nos muestran aquello que pasa desapercibido para los medios de comunicación y parte de las autoridades educativas: que en la escuela es posible “estar bien” y “aprender”.
Para aproximarnos a la mirada de los y las jóvenes sobre la escuela, desde la Secretaría de Derechos Humanos y Género, junto al ICIEC, durante el año 2014 se confeccionó un cuestionario autoadministrado, con la colaboración de 70 docentes de los 26 departamentos de la provincia, quienes participaron en instancias de revisión, validación e implementación del instrumento. Entre ellos, compañeras y compañeros secretarios generales, miembros de los Consejos de diferentes delegaciones, delegados y delegadas escolares.
El cuestionario fue respondido por más de 2.800 estudiantes que cursaban el último año del secundario entre septiembre y octubre de 2014. Se seleccionaron 110 unidades educativas/anexos para realizar en cada una de ellas un censo a los y las estudiantes de sexto año, construyendo así una muestra por conglomerado, representativa de toda la provincia.
Presentamos aquí una síntesis de la primera de cuatro publicaciones que permiten conocer cómo se sienten, cómo valoran y para qué finalizan la escuela los y las jóvenes.
En el primer documento, que hemos denominado “La escuela: un lugar donde estar, aprender y construir horizontes de futuro”, visibilizamos que los y las estudiantes no están despreocupados y distanciados de la escuela. Por el contrario, sostienen que allí aprenden y se sienten bien, que volverían a elegirla, que culminarla les permite “ser alguien”, y que proyectan, en su gran mayoría, continuar estudios superiores o trabajar.
La escuela, territorio de enseñanzas y aprendizajes
Los y las estudiantes manifestaron en su mayoría que en la escuela aprenden “cosas nuevas” y que van allí para estudiar. También, en reiteradas respuestas, reconocen sentirse bien y tener buena relación con sus profesores. Es decir, la baja relación estudiantes por profesor –existente en el último año de la escuela secundaria, producto de la deserción, repitencia y trayectorias educativas discontinuas–, permite mejores vínculos, que a su vez son reconocidos como positivos y necesarios para “estar bien” en la escuela. Son estas cuestiones, también, las que a nuestro criterio explican que al finalizar sus estudios, la mayoría de los y las jóvenes hayan construido relaciones positivas con el saber.
Los hallazgos producidos en esta investigación muestran, por un lado, la debilidad de ciertas críticas que sistemáticamente ponen en falta a los y las jóvenes, sospechando de sus posibilidades de formación, así como de su interés por aprender. Por el otro, reflejan que estos logros se asientan en el compromiso que día a día miles de compañeros y compañeras docentes sostienen y que no son “captados” por ningún tipo de evaluación estandarizada.
La escuela, un buen lugar para estar
Sabemos que las experiencias de escolarización se ven afectadas tanto por los modos de reconocimiento construidos en la relación pedagógica y, en especial, por el clima generado al enseñar, como por los recursos y condiciones en las que se trabaja. En este sentido, nuestro estudio refuerza estas apreciaciones desde la voz de los y las estudiantes. La mayor parte señala que en la escuela se sienten bien, que tienen buena relación con sus docentes, que disfrutan el cotidiano escolar y que se apoyan en sus pares. Aunque en general manifiestan que no cuentan con todos los recursos para trabajar, o que sus demandas no son atendidas, podemos sostener que es el buentrato lo que les permite la construcción de vínculos valiosos. Creemos que hay una fuerte relación entre estas opiniones y las que reflejan su interés por aprender.
Es decir, para los y las jóvenes, es posible construir buenas relaciones con sus profesores y aprender incluso cuando las condiciones edilicias y la disponibilidad de materiales didácticos no son los mejores. Es allí donde, entendemos, se hace presente el fuerte compromiso que los y las docentes venimos construyendo con los procesos de inclusión educativa.
La escuela, horizonte de futuros
La mayoría de los y las estudiantes expresaron que van a la escuela para poder “ser alguien”, lograr mejores oportunidades laborales, o seguir estudiando. Así, la finalización del secundario para la mayoría significa, por un lado, el refuerzo en la construcción de su identidad y, por el otro, una puerta de entrada a sus proyectos de vida futuros. Contra lo que habitualmente se escucha o se dice, los y las estudiantes reconocen en la escuela un espacio donde edificar horizontes concretos y posibles, donde construir una base de dignidad social e individual. Por ello, es importante que nuestra tarea reconozca que el presente y futuro de los y las estudiantes se inscriben en estructuras sociales desiguales (sobre las que deben incidir las políticas educativas); que son sujetos de derechos, con iguales necesidades y capacidades de aprender, estudiar y trabajar que cualquier otro ciudadano; y que sus horizontes de posibilidad pueden ser mejorados y transformados con la escuela para acompañarlos.
Si trazamos expectativas y oportunidades en el presente escolar, desde una base material y simbólica más justa, estaremos aportando a construir proyectos de futuro concretos, más sólidos y mejores para nuestros y nuestras jóvenes.
[caja titulo=”La escuela, nuestro territorio para disputar por más igualdad” fuente=”#000000″ fondo=”#A1C035″] Los resultados de la encuesta son mucho más que un conjunto de datos fríos; son una oportunidad para encontrar en los sentires y palabras de los y las jóvenes lo que generamos con nuestra tarea cotidiana.
Estas líneas nos encuentran con estudiantes que sienten, viven y hacen la escuela, que aprenden allí cosas nuevas y valiosas en su presente y que quieren finalizar los estudios para forjar un mejor futuro. En ello, se visibiliza la centralidad del trabajo docente, participando en la construcción de esa trama de condiciones, oportunidades y expectativas para lograrlo. Su relevancia es mayor para aquellos estudiantes que, con la obligatoriedad escolar, constituyen la primera generación familiar en culminar el secundario, pues ellos precisan aún más de la escuela y sus profesores. Por eso, sostenemos la necesidad de generar políticas públicas que acompañen con recursos, propuestas y una nueva organización del trabajo escolar, las apuestas por la inclusión que sostenemos los y las docentes día a día, de modo muchas veces solitario.
Las palabras de los y las estudiantes, entonces, nos permiten valorar a la escuela y nuestro trabajo, así como reflexionar sobre los desafíos aún pendientes: que más jóvenes concluyan la secundaria; que se fortalezcan los mecanismos institucionales de escucha y diálogo; que la política pública reconozca y valore los aprendizajes construidos en forma más amplia. Pero también, las opiniones de nuestros y nuestras estudiantes nos permiten ver la fuerte relación que existe entre nuestras demandas por mejores condiciones de trabajo y la responsabilidad del Estado, en sostener el derecho a la educación de todos y todas, niños, niñas y jóvenes.
Creemos, finalmente, que los avances en inclusión educativa, producto de años de trabajo, requieren recuperar las voces de sus protagonistas (docentes, estudiantes, familias, etc.), para reflexionar sobre los logros alcanzados y los que aún faltan. Más aún en este contexto de conservadurismo neoliberal, donde es necesario redoblar las apuestas por defender y fortalecer la escuela, espacio social privilegiado para el cuidado y filiación cultural de los niños, niñas y jóvenes. Todo esto supone continuar reclamando el desarrollo de políticas educativas que acompañen el esfuerzo cotidiano que realizamos los y las docentes, en pos de construir una educación que incluya a cada vez más niños, niñas y jóvenes, enseñando.[/caja]
educar en Córdoba | no 34 | Septiembre 2017 | Año XII | ISSN 2346-9439