Mariano Oberlin es el cura de la parroquia “Crucifixión del Señor”, ubicada en barrio Müller. Desde allí, el Padre Mariano viene realizando una tarea social y pedagógica muy importante en una de las zonas más postergadas y conflictivas de la ciudad de Córdoba. educar en Córdoba lo visitó para reflexionar junto a él sobre la relevancia de la escuela pública para los jóvenes del barrio y el valor de algunas herramientas pedagógicas para intervenir en situaciones sociales tan complejas.
¿Qué particularidades tiene barrio Müller?
—En muchísimas cosas este barrio no es distinto a cualquier otro barrio humilde de Córdoba, con sus luces y sus sombras: gente laburadora, gente soñadora y gente solidaria. Y también personas que, fruto de la falta de oportunidades o lo que sea, se van metiendo en cosas que les terminan arruinando la vida a sí mismos y a otros, como la venta de drogas, o salir “a meter el caño” para conseguir algo. Hay chicos que me dicen: “Yo no quiero hacer esto pero no tengo otra, presento currículums en todos los lugares y me bochan”; o gente que me dice: “Yo tengo que empezar a vender porro porque no tengo qué darle de comer a mis hijos”.
De ningún modo quiero justificar la venta de droga, por supuesto, pero es parte de la dinámica: gente que se termina metiendo en eso y lo padece, porque no saca grandes ganancias ni mucho menos, apenas le alcanza para comer. Quizás esta relación con el mercado de la droga sea una de las particularidades de este barrio, ayudado por la cuestión geográfica. Muchas veces se habla del Cementerio (de San Vicente) como una zona franca para esto; la costanera es otro punto conflictivo, con mucha basura amontonada. La sensación es que como acá nadie gobierna, nadie hace nada, la gente hace lo que puede. A pesar de que desde hace un tiempo a esta parte el Estado está más presente en el barrio y está interviniendo positivamente mucho más, hay toda una historia que hace que esta realidad no se pueda resolver de un día para el otro.
Y en este contexto, ¿qué lugar ocupa la escuela?
—La escuela realiza una tarea heroica acá. Muchas veces hay situaciones límite que terminan impactando en la escuela: a veces por los chicos, a veces por los padres que por ahí se comportan un poco violentamente a la hora de ir a reclamar algunas cosas. Y si bien hay situaciones difíciles que atraviesan a la escuela, también hay cuestiones que hay que replantearse. Por ejemplo, el gran número de chicos que abandonan la escuela. No tengo estadísticas, pero me animaría a decir que alrededor del 60% de los chicos abandonan la secundaria y esa quizás, es una de las dificultades más grandes. La escuela tiene un rol heroico, pero particularmente creo que no está pudiendo dar respuesta al problema de la deserción.
Desde el lugar que ocupa en el barrio y desde su experiencia con esos chicos, ¿se le ocurren algunas estrategias para atender la problemática de la deserción?
—Nunca estuve en frente de un aula, así que hay muchas cuestiones que se me escapan; solo puedo hablar desde la tarea que me toca. Lo que nosotros planteamos hace un tiempo era la necesidad de formar una escuela con orientación deportiva, porque cuando hablábamos con muchos chicos del barrio que habían dejado la escuela, lo que varios planteaban como proyecto de vida era ser futbolista profesional. La realidad es que muy pocos llegan a cumplir ese sueño, más allá de si eso es conveniente o no. Pero lo que se percibe detrás de ese sueño es un interés genuino por el deporte, un interés que se ve no solo por lo que dicen, sino porque efectivamente el deporte los cruza cotidianamente, ya sea porque están jugando mucho tiempo con sus amigos o porque están al tanto de todos los resultados del campeonato de primera. Hay un interés tanto en la práctica como en el conocimiento del deporte. Sorprende que muchos saben calcular perfectamente el promedio de puntos de los clubes para el descenso o las probabilidades de que uno gane el campeonato, y después les va mal en matemáticas. ¿Cómo puede ser que todas las operaciones que hizo para saber si su equipo se salvaba del descenso no las pueda aplicar al aprendizaje de las matemáticas?
En base a esta experiencia fue que empezamos a evaluar la posibilidad de armar una escuela con orientación deportiva, en donde se puedan abordar todas las temáticas escolares, pero atravesadas por el deporte. Si existen preguntas que atienden a los intereses de los chicos, entonces quizás la vocación por aprender será distinta. La propuesta de una escuela temática deportiva, que existen con gestión privada pero no en el ámbito público, ya cuenta con el apoyo de la UEPC y el Ministerio de Educación de la Provincia. Y según lo que nos prometió el ministro, el año que viene podríamos iniciar con dos aulas bajo las modalidades del Programa de Inclusión y Terminalidad (PIT), para quienes han abandonado el sistema educativo, y del Programa Avanzado en Educación Secundaria (PROA). ¡Dios quiera que se pueda concretar!
Recién decía que no tenía experiencia en la educación formal; sin embargo, dentro de su parroquia se dan muchas instancias de talleres, cursos, capacitaciones. ¿Qué procesos pedagógicos rescata de esas actividades?
—Hace un tiempo se acercó a la parroquia un profe de carpintería para dar un taller; este profe lo primero que hizo fue preguntarles a los chicos qué querían hacer y entre todos decidieron hacer mesitas. Cada uno iba a hacer la suya y el profe les dijo: “Vamos a hacer la mejor mesa que podamos”, lo cual es un desafío importante, porque a veces el techo que le ponemos a los excluidos es demasiado bajo. El profe les puso un techo infinito.
Trabajaron con maderas recicladas y a cada cosa el profe le daba un sentido: “Muchas veces parece que algo ya no sirve, pero con esfuerzo lo podemos recuperar”. “Las patas son el apoyo y lo que le da equilibrio a nuestra mesa”. Lijaron, pulieron, pintaron. Quedaron unas mesas preciosas. Estaban tan contentos los chicos con lo que habían hecho, que quisieron hacer una exposición en las misas del fin de semana. En una de esas, veo a uno de los chicos que estaba lagrimeando y me le acerco para preguntarle por qué estaba triste, si le había quedado linda la mesa. Yo pensaba que alguien le había dicho algo feo… y él me respondió que lloraba justamente porque estaba linda. La madre, viendo la mesa, le había dicho: “Tu papá era choro y ahora está en cana, tu hermano más grande era choro y también está en cana y yo pensé que vos ibas a terminar igual. Pero mirá las cosas lindas que sos capaz de hacer”.
No sé si ese chico siguió siendo carpintero o no, pero descubrió una belleza adentro suyo que ni siquiera sospechaba tener, gracias a un par de herramientas que se le ofrecieron. Eso es lo que buscamos, que se aprendan cosas concretas que les sirvan para poder conseguir un laburo, pero sobre todo que haya un proceso de aprendizaje que permita sacar la belleza que cada uno tiene adentro. Enseñar también es ayudar a descubrir esa belleza. A veces sale y a veces, no.
Otra experiencia interesante sucedió cuando un amigo sociólogo se acercó para dar un taller de literatura. Cuando terminaron el taller, al final del año, me llamaron para presentar los trabajos que habían realizado. Había trabajos que estaban muy buenos y otros no tanto, yo a todos les decía que me gustaban, pero evidentemente se me notaba la diferencia entre los que realmente me habían gustado de los que no tanto. Uno de los chicos me dice: “Yo sé que no te gustó mucho lo que hice, pero no importa, porque lo más importante es que por primera vez yo me pude poner en otro lugar e imaginar otro final para mi vida y para mí; eso ya es suficiente”.
Poder soñar con otros lugares, imaginar un final distinto, también tiene que ver con el aprendizaje. Más allá de lo que aprendan puntualmente los chicos –y que eso que aprendan les sirva para la vida– intentamos que descubran procesos de aprendizajes, que descubran lugares novedosos y que puedan abrir su horizonte.
¿Cuántas personas se vinculan con la parroquia en las distintas propuestas?
—Además del movimiento típico de la parroquia, por donde pasan entre 200 y 300 chicos por semana, está también la propuesta de los talleres de oficios, literarios, etc. Por esos talleres suelen pasar unos 500 chicos por semana, con modalidades muy variadas: hay chicos que vienen todos los días, cuatro horas por día y otros que vienen una vez a la semana a un partido de fútbol y nada más. Entre esos 500 chicos hay alrededor de 15 que viven con nosotros y están haciendo un proceso de rehabilitación que ellos mismos solicitaron, porque necesitaban salir del entorno donde estaban, porque necesitaban dejar de consumir drogas. Una parte importante de los chicos con los que nosotros trabajamos tienen problemas vinculados al consumo de drogas. Algunos, con encontrar nuevos horizontes o perspectivas posibles para su vida ya empiezan a salir, pero otros requieren de un acompañamiento más intensivo y esos son los que están viviendo con nosotros.
¿Estas experiencias establecen articulaciones con el sistema formal de enseñanza?
—En algunos casos –te diría que son los menos– participan chicos que también van a la escuela. Digo que son los menos, porque los que están en el sistema formal tienen una contención más fuerte, y la mayoría de los chicos que se acercan aquí han perdido esa contención. Con estos chicos que se acercan, siempre intentamos que se inserten en el sistema formal, a través de la escuela para adultos por ejemplo, e intentamos que se revinculen por lo que implica la educación en sí misma y los procesos de aprendizaje. También porque tener el secundario completo te abre alguna puerta más en el mercado laboral.
En los talleres que dictamos nosotros también entregamos algún certificado, aval o reconocimiento. Son títulos muy sencillos, pero la mayoría tiene el aval de algún organismo público, como la Secretaría de Promoción y Empleo de la Provincia, o la Gerencia de Empleo y Capacitación Laboral de Nación. Siempre intentamos que tenga algún vínculo institucional, porque eso los habilita a poder presentarse en algún trabajo.
¿Y qué lugar tiene la familia en el trabajo que la parroquia realiza con los chicos?
—Quizás lo primero que es necesario aclarar es que cuando hablamos de familia nos referimos al núcleo primario de contención afectiva de los chicos, el cual no siempre coincide con los padres, ni mucho menos con el núcleo familiar como tradicionalmente era concebido. Hay chicos que vienen al espacio precisamente acompañados por la familia, sea por problemas de consumo o porque quieren participar de algún taller, y en esos casos el contacto es mucho más fluido, y habitualmente suele ser muy positivo. Pero hay chicos que llegan al espacio en soledad, por distintos motivos, y no siempre es fácil lograr que la familia se acerque y se comprometa con el proceso. En algunos casos, incluso, la familia suele ser un peso en contra de ese proceso. En alguna ocasión fueron los mismos padres quienes les proveían de drogas a los chicos, e incluso en una oportunidad el padre intentó pasarle droga a su hijo mientras estaba viviendo con nosotros en “la casita”. En esos casos, suele ser conveniente poner algo de distancia hasta que se puedan resolver, o al menos intentar trabajar, los temas conflictivos.
Durante la charla se habló casi exclusivamente de los jóvenes: ¿hay una apuesta específica suya a trabajar con ellos?
—Hay una apuesta específica. Obviamente que las puertas están abiertas para todos, pero nosotros ya veníamos intentando trabajar con este segmento etario de la población y cuando empezamos a coordinar con SEDRONAR, la propuesta que ellos nos hicieron fue que la edad de las personas sea entre 12 y 24 años. En principio, no nos gustaba tanto que sea tan cerrado, porque nosotros trabajamos con jóvenes sin tanta distinción de edad. Luego, fuimos percibiendo que si no hay una opción específica para los jóvenes, la propuesta se termina diluyendo y los jóvenes dejan de venir. Si vos ponés una pelota en la canchita y se llena de niños, los jóvenes no vienen. Entonces, tenés que darles espacios diferenciados a cada uno. Suena duro, pero si no lo hacés los jóvenes no se acercan y esos jóvenes son precisamente los que más desprotegidos están.
La propuesta de los Centros Preventivos Locales de las Adicciones (CePLA) del SEDRONAR es interesante, porque si bien abarca a este sector específico de la población, lo hace desde una mirada integral. La propuesta es que se brinde contención, formación y recreación. La recreación para mí es fundamental, aunque muchas veces se la toma como el sanguchito entre dos partes importantes. En el colegio lo importante es la clase y el recreo aparece como un espacio pequeño para que el chico se despeje. Pero a veces, esa instancia recreativa tiene mucho más peso de lo que uno se imagina. A nosotros nos solía pasar que venían chicos a los talleres, la pasaban bien, pero dejaban de venir y no sabíamos bien por qué ocurría eso. Un día llegaba uno de los chicos a un taller y justo se cruza con un grupo por la calle que le gritan: “¡Andá, perro del cura!” Acá, perro se le dice al que es servil al narco. Ahí entendí que si el único punto de referencia para el joven era ese grupo de chicos que se le burlaba por asistir al taller, teníamos que ofrecer algo más que un espacio de formación. ¿De qué le sirve aprender un oficio si después se queda solo en la calle? Entonces, empezamos a pensar actividades más atractivas para esos chicos. Conseguimos un cañón y una consola de juegos y armamos campeonatos en pantalla gigante, o partidos de fútbol, o jornadas de paseo al río. Esas cosas ayudaron mucho para que los chicos conformaran nuevos grupos de amigos, sin perder a los otros, pero sabiendo que cuando aquel grupo les hacía vacío, ellos tenían dónde apoyarse y no quedaban solos.
Lo recreativo apuntala lo pedagógico…
—Exactamente, se complementan. Hay chicos que tienen su mundo afectivo consolidado y cuentan con contención, lo que necesitan son conocimientos y práctica para poder conseguir un trabajo. Pero también hay chicos a los que el oficio les sirve, pero su verdadero problema es que están solos en el mundo. Porque si dejan ese espacio de amigos con el cual consume, no tiene otra cosa que hacer de su vida. Para muchos de estos chicos, la recreación, en el sentido de poder reencontrarse con el placer, es mucho más significativo de lo que uno se imagina.
educar en Córdoba | no 34 | Septiembre 2017 | Año XII | ISSN 2346-9439