Magda recorta palabras de los diarios, palabras de todos los tamaños y las guarda en cajas. En caja roja guarda las palabras furiosas. En caja verde, las palabras amantes. En caja azul, las neutrales. En caja amarilla, las tristes. Y en caja transparente guarda las palabras que tienen magia.
Fragmento de Ventana sobre la palabra, Eduardo Galeano.
A principios de 2015, UEPC lanzó la campaña “Buentrato para enseñar y aprender”. La iniciativa se inscribe, junto a CTERA, en las políticas conjuntas desarrolladas por UNICEF y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación para incluir en el diccionario de la Real Academia Española la palabra buentrato, que a diferencia de “maltrato”, no figura y por tanto -de algún modo- no existe. Dicha campaña forma parte de las acciones que el organismo internacional lleva adelante en busca de la erradicación de la violencia contra niños, niñas y jóvenes. El aporte de UEPC permite vincular estas políticas generales a su ámbito específico de discusión y acción pedagógica, los procesos de enseñanza y aprendizaje en la escuela.
La campaña “Buentrato para enseñar y aprender” implicó la realización de talleres escolares, que posibilitaron espacios de análisis y reflexión institucional; y la creación de una cartilla para instalar el tema y sensibilizar a la comunidad escolar.
Los talleres despertaron gran interés en las escuelas por su carácter institucional y porque la propuesta es diferente al formato tradicional de capacitación. Para el diseño e implementación de los talleres, el Instituto de Capacitación e Investigación de UEPC convocó a especialistas externos que ayudaron a imaginar estos espacios, de manera que pudieran dar lugar a la complejidad de lo que ocurre en las escuelas y generar, a la vez, un trabajo de reflexión colectiva para abordar las problemáticas propias de cada institución. En este marco, se dictaron 48 talleres a lo largo del año, que alcanzaron tanto a escuelas públicas como privadas del interior de la provincia y de Córdoba capital.
Educar en Córdoba propone un recorrido por las miradas, anécdotas y reflexiones que se fueron acumulando en el transcurrir de estos talleres. Para compartir y multiplicar la experiencia, para repensar y reformular las prácticas escolares en torno a los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Una problemática común
La principal preocupación de docentes y directivos al momento de solicitar los talleres, tenía que ver con el modo en que alumnos y alumnas se relacionaban entre sí, dentro de la escuela. De allí que los pedidos planteaban a los estudiantes como los destinatarios de los talleres. Desde el Instituto se propuso que fueran los docentes quienes protagonizaran estas primeras instancias de reflexión, para luego pensarlo conjuntamente con los estudiantes. “El aporte del Instituto siempre apunta a fortalecer el lugar de los docentes como protagonistas y dinamizadores de los procesos que se dan en la escuela”, explica Lucía Beltramino, coordinadora del área de capacitación del ICIEC. “En ese sentido, tratamos de brindar herramientas que les permitan abordar y reflexionar sobre determinadas problemáticas, siempre desde una perspectiva de trabajo colectivo e institucional”. Mariana Tosolini, coordinadora de los talleres, agrega que cada problemática “atraviesa de un modo particular a la institución y por lo tanto, requieren de procesos de mediano y largo plazo, no se resuelven ni se agotan en una jornada de discusión”.
Directivos y docentes aceptaron rápidamente la propuesta, porque la problemática verdaderamente los interpela y preocupa. Los talleres planteaban la construcción de una definición colectiva, propia, institucional para la palabra buentrato. Abrían con el texto de Galeano, “Ventana a las palabras”, y proponían recuperar y clasificar en furiosas, amantes, tristes, neutrales y mágicas las palabras cotidianas de la vida institucional y sus relaciones. Luego, poder pensar ¿qué palabras se relacionaban con el buentrato y cuáles con el maltrato?
¿Qué es lo que cada uno entiende o interpreta como buentrato? Y dentro de las instituciones, ¿qué prácticas pueden ser entendidas o leídas como buentrato y maltrato? Reconocer las prácticas escolares y desde allí construir ese significado común, colectivo, planteaba como mecanismo de discusión cada taller.
Esas pequeñas cosas
La apertura de los talleres con un dispositivo abierto, amplio, dio pie a que fueran surgiendo los malestares e incomodidades de la relación entre los propios docentes: “El hablar a espaldas del otro…”, “no decir las cosas de frente”, “el chisme”, “las críticas”. Desde lo institucional, la dificultad para encontrarse, trabajar y ponerse de acuerdo con el otro, los malentendidos, la necesidad de que cada uno se haga responsable de su parte en actividades conjuntas, ya sea para un acto, una reunión o cuando se planifican acciones colectivas que involucran a los estudiantes.
Situaciones de tensión que estaban muy presentes y que necesitaban ser explicitadas. “En la secundaria, por la propia lógica escolar y de organización del trabajo docente, algunos conflictos eran consecuencia del no verse, no encontrarse, incluso del desconocimiento del otro y de lo que hace”, explica Lucía. “En cambio, en la primaria, los conflictos suelen vincularse al hecho de tener que compartir y convivir diariamente”, completa Micaela Pérez Rojas, tallerista del Instituto.
La cuestión de fondo, repetida, inevitable, es que el otro es diferente. La respuesta trillada es la tolerancia como el modo de lograr y garantizar la convivencia. “Ahí tratábamos de profundizar y complejizar la discusión”, explica Pate Palero, una de las talleristas convocadas por el Instituto. “¿Qué implica tolerar? ¿Qué hacemos con esas diferencias? ¿Las tolero, las aguanto, o las pongo como un valor, algo que suma en el todo? Y particularmente, poder pensar de qué se tratan esas diferencias, porque está bueno coincidir, consensuar cuestiones de base, pero no pasa nada si en algunas cosas no estamos de acuerdo”.
Distinguir que la cuestión, en algunos casos, no se centra en la posibilidad de encontrarse -porque en ocasiones los espacios de encuentro están-, sino en los modos de encontrarse. ¿Cómo repensar y refundar los espacios compartidos (reuniones institucionales, de área, actividades extra áulicas) en la construcción de esa definición colectiva, propia del buentrato? ¿Qué características tienen que tener esas reuniones? ¿Cómo tienen que ser las dinámicas? ¿Cómo construir un espacio de escucha y diálogo donde nos cuidemos todos? ¿Qué acuerdos proponemos y nos comprometemos a sostener como equipo docente?
Del yo aislado al nosotros inclusivo
Si bien la incomodidad, el malestar y la angustia surgen como planteos individuales e interpersonales, las respuestas no pueden ir en la misma dirección. El abordaje de la problemática y la problemática misma tienen que ser una cuestión institucional. Para dar ese paso de lo particular a lo colectivo, la propuesta se plantaba en un posicionamiento bien concreto: el derecho de los niños, niñas y jóvenes a estudiar y aprender.
Por eso, los talleres abordan la escuela como espacio público, lo que obliga a trabajar desde una perspectiva de inclusión y desde allí pensar el aula, la tarea del docente y el lugar de los y las estudiantes en esos procesos pedagógicos. “Tratamos de problematizar, desnaturalizar algunos prejuicios que –creemos- van marcando los procesos de enseñanza y de aprendizaje”, explica Romina Clavero, tallerista del Instituto. “Pensar la escuela como espacio público también nos pone a los docentes como agentes del Estado, responsables de que ese derecho se garantice y se cumpla. Pero no es una cuestión a resolver entre docente y alumnos, sino que debe involucrar y comprometer a toda la institución. El abordaje debe ser institucional”.
Involucrar y comprometer a toda la institución significa también repensar y revisar sus prácticas cotidianas. Y sobre todo, significa reconocer que dentro de la misma institución se pueden encontrar recursos para transformar las prácticas. “Que el modo en que se está en la escuela, que estamos en la escuela, es una construcción sociohistórica y por lo tanto, modificable; donde cada uno, desde distintas posiciones institucionales, podemos habilitarnos a hacer algo diferente”, reflexiona Romina.
En uno de los talleres, por ejemplo, surgió como espacio de maltrato el acto de entrada a clases: la formación, la distancia, los gritos, la exigencia de silencio, los llamados de atención en pos de la disciplina. Un momento de tensión e incomodidad, que se podía reformular para construir un modo de encuentro diferente, con dinámicas que propongan otro tipo de vínculo para ese primer contacto entre docentes y estudiantes. Los talleres proponen también la posibilidad de pensar institucionalmente, esto es con docentes y directivos, pero también convocando a los estudiantes, sobre: ¿qué prácticas escolares reforzar?, ¿qué rituales modificar e incluso cuáles desechar, proponiendo formas de estar y vivir la escuela que contribuyan a una construcción colectiva del buentrato?
Las malas palabras
En varios talleres aparecía la preocupación por el uso constante e indiscriminado de malas palabras por parte de los alumnos y alumnas. Pate Palero recuerda la conversación que se dio en una de las escuelas: “Se la pasan puteando, tanto en los recreos como en el aula -señalaban los docentes que estaban horrorizados por este tema-, hasta que un profesor dijo: A mí no me preocupa que digan malas palabras, me preocupa que tengan pocas palabras para expresarse, que sus únicas palabras sean esas. Entonces, una profesora de Educación Física contó que para trabajar ese tema había planteado que cuando alguien decía malas palabras tenía que buscar en el diccionario el significado y además, buscar y anotar por lo menos tres o cuatro sinónimos para reemplazarlas. Que había notado, además, cómo les costaba buscar en el diccionario, que no estaban acostumbrados. Logró darle una vuelta de tuerca a un tema que le preocupaba, incorporando de manera creativa un recurso que usualmente está más asociado a otras materias”.
[caja titulo=”Testimonio” fuente=”#000000″ fondo=”#92B6D8″]Agradezco y valoro el aporte que desde UEPC se brindó a las instituciones de nuestra zona escolar. En lo que respecta a la propuesta, me pareció muy destacable el trabajo de las coordinadoras y la utilización de recursos para invitar a la reflexión de las asistentes. Del mismo modo, los talleres constituyen la posibilidad de generar espacios de participación y sensibilización sobre el impacto del buen o mal trato en nuestras escuelas, en nuestra vida diaria. Sigo soñando con la coherencia entre el hacer y el decir entre colegas. Recibí muy buenos comentarios, las directoras y docentes pudieron trasladar episodios vividos en otros ámbitos, como el familiar por ejemplo, realizando aportes que reflejaron su valoración. Siempre es necesario creer en cada uno de nosotros, como agentes y actores que podemos movilizar a otros.
Gladys E. Tello. Inspectora de Nivel Inicial (zona 7029), V. Dolores. [/caja]
La escuela se debate cotidianamente entre reproducir prácticas de señalamiento prescriptivo sobre lo que está bien y lo que está mal en el comportamiento de los estudiantes; y la posibilidad de generar, crear e inventar modos de interpelación y acompañamiento que apuesten a la formación de sujetos de derecho otorgando herramientas para el desarrollo de ciudadanías integrales. Por eso, también los talleres contribuyeron al intercambio de experiencias, donde los esfuerzos y estrategias individuales tomaron carácter institucional. “Muchos docentes que no se conocían demasiado descubrieron que compartían la misma mirada respecto de sus estudiantes, que tenían búsquedas similares”, reflexiona Romina. “Iniciativas y estrategias impulsadas desde lo individual o en pequeños grupos y que se potencian cuando se articulan institucionalmente. Esa también es una forma de superar las diferencias individuales en pos de un objetivo mayor, de un proyecto común que en la escuela tiene que ser lo pedagógico”.
La mirada y la voz de los estudiantes
Además del trabajo con los docentes, en algunos colegios se realizaron talleres con los estudiantes. El dispositivo de trabajo fue similar al de los docentes, con algunos ajustes en relación a la participación, buscando garantizar la circulación de la palabra para conocer la opinión de los jóvenes. La propuesta fue que grabaran videos con sus celulares, donde plantearan en relación al buentrato: ¿qué le pedían a los docentes?, ¿qué le pedían al colegio? y ¿qué ofrecían a cambio?
“El pedido hacia los docentes era que no les dicten, que no les griten, que planificaran más actividades con otras dinámicas, como las del taller (con más escucha, con más oportunidades para dar sus opiniones). A cambio, se comprometían a no llegar tarde a la escuela ni demorarse en entrar a clases, a cumplir con el uniforme, a no molestar a tal o cual profe, a no charlar en clase”. “Esas resistencias y rebeldías cotidianas que estaban dispuestos poner en juego en nombre del buentrato”, reflexiona Pate Palero.
Entre los pedidos que fueron apareciendo en estas declaraciones audiovisuales, Pate y su equipo señalan una cuestión muy presente y recurrente entre los estudiantes: la preocupación por el futuro, por la posibilidad de construir un proyecto de vida. “Reclamaban más talleres de oficios, cosas que les sirviesen para el futuro, para trabajar, para continuar después del secundario, para pensar cómo seguir”.
La eterna pregunta
Una idea generalizada es que los jóvenes no se interesan por nada, que no leen, que no estudian, que no aprenden. En la escuela, esa representación se traduce muchas veces en responsabilizar a los propios estudiantes de que el proceso de enseñanza y aprendizaje no tenga éxito. Por su parte, muchos estudiantes se preguntan y le preguntan a sus docentes: ¿de qué me sirve estudiar?; ¿para qué tengo que terminar el secundario?; ¿por qué necesito recibirme? Preguntas que muchas veces son leídas como parte de la rebeldía contestona y el desinterés de estos jóvenes por las cosas socialmente importantes. Sin embargo, estas preguntas y sus miles de variantes, pueden ser el puntapié inicial para reflexionar sobre la escuela y la educación.
En muchos talleres, la preocupación de los docentes frente a este tipo de planteos dio lugar a discusiones muy interesantes. “Algunos docentes sostenían que la cuestión del conocimiento hoy, en los chicos, no tiene como espacio central la escuela. Que está en la televisión, en Internet y que por lo tanto, la función de la escuela es hacerlos buenas personas, solidarias, críticas. Otros postulaban que si el título es una especie de garantía de conocimientos adquiridos por el estudiante y eso no es cierto, también se trata de una forma de maltrato”, explica Romina Clavero. “Cuestiones que fueron surgiendo como posiciones contrapuestas, pero que bien miradas no son excluyentes y que tienen que ver con la construcción del perfil del estudiante y el egresado que la institución se proponga en clave de Proyecto Educativo Institucional”.
La posibilidad de mirarse colectivamente como institución en referencia a una problemática; el espacio compartido para impulsar acuerdos y acciones conjuntas; la oportunidad de pensar prácticas naturalizadas, con el desafío de reinventarlas o incluso desecharlas en la búsqueda de una mejor convivencia escolar, son el resultado positivo de este primer trayecto de los talleres de “Buentrato para enseñar y aprender”.
[caja titulo=”Reflexionar, comprender, construir” fuente=”#000000″ fondo=”#92B6D8″]Por Maricel Domínguez [Preceptora del IPEM Nº 82 “Santiago Penna”, de Despeñaderos]
La inquietud surgió precisamente del grupo de preceptores y a partir de ahí, nos pusimos en contacto con UEPC. En la primera oportunidad, trabajamos con los profesores del ciclo básico y ahora estamos tratando de organizarnos para realizar los talleres con los profesores del ciclo de especialización. Creo que pudimos dar un paso importante, porque muchas veces estas cuestiones se piensan para los chicos y nosotros, como preceptores, no tenemos un espacio para compartir con los docentes las cosas que nos pasan en el aula.
La escuela está atravesada por las diversas realidades y situaciones de violencia que se viven en nuestra sociedad y en ese contexto tenemos que trabajar. Sabemos lo que dicen los libros, pero llevar esos conocimientos a la práctica es difícil. Por eso, el abordaje que hace el taller centrado en la práctica y la posibilidad de conocer las experiencias de otros compañeros y otras instituciones nos ayudó mucho. Se trata de cuestiones que requieren de un proceso y de ir paso a paso. Las cosas no se cambian de un día para el otro, pero sí ocurre que todos los días vamos cambiando un poquito. Ya el solo hecho de empezar a hablar, poner en común y tener presente la idea del buentrato, nos permite mirar las cosas desde otro punto de vista.
El espacio también fue importante, porque nos permitió hablar entre nosotros de estas cuestiones, como colegas y como compañeros de trabajo. Tanto en la posibilidad de autoevaluarnos, como de poder plantearnos cuestiones respecto de nuestras prácticas. Reconocer cuáles son situaciones de violencia entre los chicos y cuáles son situaciones provocadas por nosotros mismos. Y no es nada fácil hacer esto, pero somos adultos y se trata de una forma de crecimiento también. Siempre desde lo constructivo, para poder abordar esas cuestiones y pulirlas, modificarlas.[/caja]
educar en Córdoba | no 33 | Septiembre 2016 | Año XI | ISSN 2346-9439