Enseñar en la escuela hoy se ha transformado en un desafío, ya que el docente no se limita a poner a los alumnos en contacto con la cultura, con los conocimientos, sino que muchas veces esto queda relegado, en virtud de lo que nos plantea a diario la sociedad en la que estamos insertos y de la cual no podemos estar ajenos. La violencia, la falta de trabajo, niños que no tienen las necesidades mínimas satisfechas, relaciones familiares en procesos judiciales. Hoy en día, ser docente implica cubrir múltiples demandas de carácter social, afectivas, culturales, de salud, que hacen compleja la función docente. La tarea de enseñar queda en una tensión permanente frente a la necesidad de paliar, en cierta manera, la crisis social y económica que envuelve a las familias y que repercute inevitablemente en los alumnos.
En mi escuela, es frecuente que se proyecten actividades que les proponen a los alumnos adquirir y poner en práctica valores. Realizamos campañas cooperativas, por ejemplo, buscando contribuir al mejoramiento del clima en el que vivimos, esperando que esto se replique al interior de cada familia y la sociedad toda.
La sociedad actual se caracteriza por la rapidez con que se producen los cambios. En esta realidad, la tarea pedagógica se desarrolla en un contexto dinámico y variable. Precisamente en este escenario, resulta valioso que el educador genere enseñanzas reflexivas y continuas, nutridas por las nuevas fuentes de información y de conocimiento de las que esta sociedad dispone.
El docente como actor social
El educador hoy debe poseer un perfil abierto y flexible, que conlleve al mejoramiento de su práctica. Como docentes, debemos asumir un rol de coordinadores y facilitadores del aprendizaje, propiciando un medio estimulante que contemple la diversidad sociocultural, con un proyecto institucional que permita instancias de reflexión y acción, de encuentro entre el niño y las familias, de modo que estas sean partícipes de situaciones escolares que atrapen su atención y demanden un encuentro sostenido, que permita construir lazos sociales y culturales sólidos.
Así pues, enseñaremos nuevos modos de interpretar la realidad, de pensar los interrogantes y estableceremos un puente cognitivo entre el conocimiento formal que se desea transmitir y el conocimiento práctico del cual el niño ya dispone, entendiendo que los docentes somos sujetos claves para la transformación a partir de nuestra práctica cotidiana.
Hoy, hay que educarse para aprender a lo largo de toda la vida. Cómo hacerlo, con qué herramientas, con qué estrategias, son los interrogantes que nosotros, docentes formados para enseñar en otro tiempo y espacio social, nos planteamos todos los días. Pero que, sin lugar a dudas, la búsqueda de respuestas no debe ser una tarea solo nuestra, sino una instancia de reflexión social, familiar, escolar.
Trabajo, responsabilidad y compromiso
Sigo disfrutando del contacto con otros colegas, de la constante capacitación para poder adquirir mayores y mejores herramientas, a fin de hacer frente a las situaciones que se presentan a diario y que nos ponen a prueba.
Ver al niño aprender a hacer cosas y tener un motivo para hacerlas por sí mismo (autonomía), permitirle ser y guiarlo en su camino, preparándolo como agente activo de la transformación de su entorno, a través del desarrollo de actitudes proactivas, que desde el hacer, con saber y conciencia, le posibiliten fijarse metas, hacer propuestas y tomar iniciativas en el escenario actual. Por eso defiendo y me enorgullezco de pertenecer a la escuela pública. Primero y principalmente, porque en ella se hace efectivo el derecho a dar y recibir educación para todos de manera inclusiva y sin admisión limitada. En segundo lugar, porque aunque las escuelas puedan no contar con todos los recursos necesarios, suplen esto con el trabajo solidario de todos los actores institucionales, su accionar se envuelve de valores para compensar desigualdades, todo se comparte. Estos centros de enseñanza son comunidades educativas, cuya acción está ligada a la práctica democrática y a la participación de sus integrantes. La escuela pública aprende a desenvolver más equitativamente su función, con mayor calidad y centrada en sus beneficiarios.
Sin embargo, me preocupa que los gobiernos no piensen en la educación como una inversión y dejen a la escuela pública huérfana de recursos para continuar. Que se piense que con algunos programas y capacitación para los docentes se pueda modificar el resultado de las evaluaciones de las instituciones públicas, cuando en muchos casos las escuelas no tienen edificio donde funcionar, o las que lo poseen, no se encuentran en las condiciones mínimas para el dictado de clases.
Que la educación sea hoy reconocida como derecho social significa instrumentar políticas y proveer de recursos, fijar metas claras, dejando de actuar con parches que solucionen situaciones sociales, que podrían ser remediadas desde otros espacios y que se imponen a las escuelas y a los docentes, que se ven obligados a asumir nuevas tareas para las cuales no fueron formados, convirtiéndose en asistentes sociales, diletantes y no calificados. Esto genera una gran tensión en los docentes, no es lo mismo enseñar en un momento de certezas que de incertidumbre y cambio constante, y menos ser impelido a capacitarse, muchas veces de manera particular y onerosa, sin recibir ninguna compensación, más aun siendo blanco de ataques constantes, como si fuera único autor responsable de los resultados de la educación en la actualidad.
Lo que resta por andar
Actualmente, el centro del proceso educativo es el niño y es en virtud de sus necesidades, intereses, posibilidades que debe desarrollarse la tarea pedagógica, insertando a niños con capacidades distintas; aunque esto último muchas veces se realiza sin el apoyo profesional necesario para guiar y sostener al niño o niña de la manera adecuada a sus necesidades.
Poco ha cambiado en la cultura escolar: la forma, organización y disposición de las aulas se mantiene, aunque si bien es cierto se amplían los espacios áulicos a laboratorios de Ciencias y Tecnología, de Informática, patios, biblioteca, esto no garantiza que las prácticas sean estimulantes, significativas. Al tiempo escolar, otrora de 4 horas, se ha sumado la jornada extendida, cuyos objetivos son muy loables, pero la puesta en práctica es caótica: muchas veces se carece de espacios, no hay docentes para todos los campos, los padres demuestran disgusto ante la situación y no pocas veces retiran a sus hijos, o no los envían a pesar de explicarles y demostrarles que las actividades se corresponden con decisiones ministeriales y su marco jurídico.
Otra de las cuestiones a reflexionar tiene que ver con la evaluación, que decimos es constante y formativa; sin embargo, en los papeles sigue siendo un medio para otorgar notas, evidencia del aprendizaje, sin detenerse a confrontar resultados y hacer las modificaciones o retrocesos que se consideren convenientes, a fin de que el alumno aprehenda efectivamente lo enseñado.
Por otro lado, lo positivo de estos años es que se ha logrado llevar a cabo nuevamente la capacitación en servicio, un buen modo de que los docentes revean sus prácticas desde el interior de la institución y las modifiquen, en virtud de los nuevos desafíos y paradigmas.
Nos queda aún por delante, repensar cómo actuar frente a una sociedad que pretende incluir, pero excluye cada vez más; frente a un clima de maltrato o destrato que se le da a la autoridad y que genera violencia; frente a una escuela como lugar de asistencia y no como el ámbito de transmisión de cultura y de construcción de la igualdad.
educar en Córdoba | no 33 | Septiembre 2016 | Año XI | ISSN 2346-9439