La experiencia del IPET 260 es justamente eso, una experiencia que como tal y de acuerdo a lo que nos ha enseñado Larrosa sobre este concepto, le sucede a esta escuela, se desarrolla en los pliegues vitales de su singularidad y no es generalizable a otras instituciones.
Sin embargo, en los procesos que han configurado la experiencia que estamos conociendo, es posible reconocer en sus luchas, en sus apuestas y en sus dificultades a muchas otras escuelas de su tipo. Las escuelas técnicas en nuestro país han atravesado momentos sumamente críticos en su proceso de institucionalización, en especial en la década de los noventa; momentos en los que el cierre de la formación técnica se tradujo en talleres usados como depósito, en máquinas sin usar y en cargos sin cubrir. Luego de una década de ausencia, las escuelas técnicas se recuperan como instituciones de formación secundaria.
La reapertura de este tipo de escuelas en un contexto socioeducativo diferente al de su cierre está implicando, para muchas de ellas, un “barajar y dar nuevo”. Ya sea para afrontar los viejos problemas, característicos de las escuelas técnicas, como otros nuevos ligados, por un lado a los procesos de inclusión y cumplimiento de derechos educativos, y por otro, a la redefinición de sus sentidos en el marco de las nuevas formas de organización del trabajo y de producción económica en el siglo XXI.
El IPET 260 no ha estado ajeno a estos desafíos; sin embargo, lo que aparece como interesante y valioso de recuperar y transmitir en el proceso que aquí se relata es el camino que institucionalmente se decide recorrer para afrontarlos. Un camino que se inicia con la mirada puesta en el desinterés y el bajo rendimiento de los estudiantes y que luego redirecciona la marcha para pensar las formas de organizar y resolver el trabajo de enseñar. Es justamente este giro o como dice Mariel Trescher, este cambio de eje lo que les permite no solo trabajar de manera más articulada los contenidos curriculares, sino y fundamentalmente, reconocer las características y necesidades propias del estudiante de la escuela técnica.
Pero además de esto y no menos importante, lo que hoy nos permite hablar de esta experiencia singular y revisar sobre lo necesario y lo posible en relación a otras escuelas, tiene que ver con la puesta en juego de aquellos “ingredientes” que amalgamados entre sí la hicieron posible. Las voces de los distintos actores del IPET 260 que aparecen en esta nota nos hablan de presencia, escucha, palabra, diálogo, persistencia, articulación, trabajo colectivo, tiempos para la construcción.
La propuesta que desde el Programa de Consulta Pedagógica se fue promoviendo y que el equipo directivo sostuvo en todo momento apuntó al reconocimiento y al respeto por las particularidades de quienes forman parte y dan vida al IPET 260 para, como lo plantea Laura Caciorgna, a partir de eso, insistir, promover, sostener espacios y tiempos para la circulación democrática de la palabra, y para el desarrollo de estrategias que posibilitaran la producción compartida.
Mucho se habla en las escuelas y en el Sistema Educativo en general, de la necesidad del trabajo en equipo y de formas colaborativas para la resolución de la tarea. Sin embargo, entre estas fórmulas propositivas y las realidades de las instituciones se configuran no pocas distancias y dificultades. Dar en la tecla de qué hace falta para producir lo común y lo colectivo en las escuelas no siempre es posible. La experiencia de trabajo que hemos desarrollado con el IPET 260 nos muestra que esta apuesta, lejos de constituirse en una imposición o una finalidad en sí misma por parte del Programa de Consulta Pedagógica o del equipo directivo, habilitó a la construcción de sentidos sobre por qué vale la pena trabajar colectivamente. Es esto precisamente lo que se viene “armando” en la especialidad de Construcciones del IPET 260 y que le permite decir a la profesora Trescher que el proceso vivido fue “desestabilizador”. Es esto, también, lo que permite que los profesores vayan sumándose al proceso y se reconozcan los tiempos que a veces son necesarios para lograrlo. En síntesis, es esto lo que nos permite hablar de “experiencia”, como aquello que le sucede a alguien, que es siempre de alguien, de algunos o de muchos, que se vive, se contagia, toma en cuenta los intereses del otro, que es, como dice Larrosa (2003) “subjetiva, siempre en un aquí y ahora, contextual, finita, provisional, sensible, mortal, de carne y hueso, como la vida misma”.