Aquello que unifica a las diversas experiencias que en la actualidad se están llevando adelante en América Latina, y que permite pensar en un proyecto común a nivel regional en el plano educativo, es la ruptura epistémica con el pensamiento único que nos impuso la colonia.
En el plano educativo existía en Venezuela, desde las décadas de los ochenta y noventa, un proceso que se dio en tres estados del país e implicó a maestros que se reunieron para repensar lo pedagógico y generar cambios en la educación. Eso culminó con la Constituyente Educativa, realizada a propósito del proceso de reforma de la Carta Magna ocurrido en 1999. Este espacio capitalizó esas dos décadas de lucha de docentes que venían caminando por todo el país, creando redes para la investigación y la acción y provocando rupturas con un modelo neoliberal de pensamiento único.
Luego se impulsaron las misiones educativas, cuando el presidente Hugo Chávez puso el foco en la alfabetización, a partir de la idea de que sin conocimiento no hay posibilidad de avanzar en el desarrollo. Éramos un país rico en ingresos petroleros, pero pobre en nuestras capacidades para el desarrollo, porque el modelo educativo ciertamente no estaba pensado para la construcción de nuevas subjetividades comprometidas con un país donde todos pudiéramos estar incluidos, sino para la sobrevivencia y el “sálvese quien pueda”.
Hablar de Venezuela en estos 14 años de revolución es arduo, pues hay un modelo educativo neoliberal que está instalado culturalmente en las prácticas educativas de nuestros docentes, absolutamente naturalizado, y desmontarlo está significando un trabajo titánico. Aunque el Movimiento Pedagógico Latinoamericano viene haciendo esfuerzos por construir nuevos procesos, aún está presente, algo que la misma revolución ha permitido, puesto que no definió cuál es el modelo educativo que requiere Venezuela. El Ministerio de Educación estableció lineamientos para el desarrollo de la política nacional, pero en ningún caso propuso cómo construir un modelo educativo. Para nosotros, eso constituyó una oportunidad.
Pero nos encontramos con que nuestros docentes fueron educados en un modelo neoliberal, con prácticas que reproducen relaciones verticales de poder, en las que el maestro habla y los estudiantes guardan silencio. Como Movimiento Pedagógico, eso implicó empezar a debatir con respecto a qué significa deconstruir esas relaciones de poder naturalizadas, aún en los docentes comprometidos con el proceso revolucionario.
La cuestión pasa, en parte, por cómo elaborar un currículum contextualizado, que considere el entorno y lo incorpore, para construir un proceso educativo que se parezca al ámbito del niño. Todo eso ha sido planteado, pero la respuesta de los docentes fue: ¿cómo lo hago? En tanto Movimiento Pedagógico Latinoamericano, eso implica acompañar al docente en el desarme de ese modelo, una tarea nada fácil, pues supone que él mismo haga un proceso de deconstrucción epistemológica para poder entender de qué se tratan los cambios y por qué hay que visibilizar a los niños, niñas y adolescentes.