Charla en un colectivo, a la salida de clases (de la vida real). Nos dio un verbo y había que ponerle la conjugación. ¿Y sabés por qué me bochó? Porque le puse pretérito perfecto y era “Juan Plus” perfecto. ¡¿Te das cuenta?! Porque no le puse “Juan Plus”.
¿Qué cuestiones ponemos en juego los docentes al momento de diseñar y construir las instancias evaluativas? ¿Qué tipo de saberes privilegiamos? ¿La memoria, la identificación de acontecimientos, la interpretación, el análisis, la reflexión propia? ¿Los alumnos deben dar cuenta de cuánto saben o de lo que pueden hacer con determinados conocimientos? Educar en Córdoba plantea algunas reflexiones para repensar la evaluación como parte del proceso educativo.
“El problema principal en torno a la evaluación es que no se la problematiza, no forma parte de nuestras preguntas sobre educación”, dispara Eugenia Romero del Prado, asesora pedagógica de nivel inicial y primario, investigadora y docente en la Carrera de Psicopedagogía del Instituto de Educación Superior “Dr. Domingo Cabred”.
Existen cursos, talleres y encuentros donde docentes y directivos discuten sobre la necesidad de nuevas formas de estar en el aula, de replantear el vínculo de enseñanza y aprendizaje entre el docente y el alumno. Se destinan gran cantidad de recursos (afortunadamente) a los planes de mejora, al equipamiento de las escuelas, a la incorporación de herramientas tecnológicas, a las reformas curriculares. Pero a la hora de evaluar, aun los maestros y profesores preocupados por mejorar sus estrategias pedagógicas, continúan reproduciendo mecanismos de evaluación que no sólo están desfasados respecto de las discusiones actuales sobre la educación y la escuela, sino que incluso contradicen habitualmente las propias posiciones y decisiones respecto a la enseñanza. Se enseña de un modo y se evalúa de otro, negando muchas veces los principios sustentados al enseñar.
No se puede cargar esta situación sobre la responsabilidad, negligencia o mala voluntad de los docentes, razonamiento automático de todas las reflexiones que dan cuenta del estado de la educación actual. Se trata de la necesidad de comenzar a preguntarse por estos espacios concretos del proceso de enseñanza en el aula. Para María Eugenia López, investigadora, docente de nivel superior en formación docente y capacitadora del Instituto de Investigación y Capacitación de los Educadores de UEPC, el eje principal está en replantear el concepto de evaluación. “Debemos entender la evaluación como un proceso de construcción colectiva de conocimiento. Si digo proceso, debo pensar en un objeto que es mirado en diferentes momentos, en diferentes situaciones y desde diferentes perspectivas. Cuando hacemos referencia a construcción colectiva de ese conocimiento, entonces estamos proponiendo la participación de varias miradas. Tanto de nuestros pares docentes como de los directivos y, por supuesto, los propios alumnos”.
Los procesos de enseñanza y aprendizaje consisten en la construcción de subjetividad. Por eso el verdadero aprendizaje deviene de la vinculación permanente de un objeto con el mundo del sujeto que aprende. Tanto de una ecuación matemática o la comprensión de un hecho histórico, como de la experiencia estética del lenguaje artístico o el uso estratégico (por encima de la clasificación memorística) del pretérito “Juan Plus” perfecto. “Relación que hace de ese objeto, algo aprehensible, significativo, necesario al mundo personal del sujeto que aprende, enriqueciéndolo sensible (de los sentidos) y estéticamente. Lo aprendido tiene que brindarme una mejor comprensión y acercamiento a mi propio mundo”, subraya Alfredo Olivieri, asesor pedagógico en instituciones de nivel medio y docente de la Carrera de Psicopedagogía del IES “Dr. Domingo Cabred”.
¡Saquen una hoja!
Entre las experiencias más repetidas y controvertidas de las circunstancias evaluativas aparece la amenaza de la prueba sorpresa, siempre en el formato de represalia por mala conducta o desorden en el aula. “Ese temor que provoca la idea de la evaluación nos está diciendo algo que no tiene que ver con una instancia que nos permita saber el modo en que los alumnos se fueron apropiando del conocimiento propuesto ni de un acompañamiento del proceso de construcción de ese conocimiento, sino con la idea de la evaluación como un mecanismo de control”, reflexiona Alfredo Olivieri, reconociendo en su propia experiencia la vigencia de esos temores. Incluso en la generalidad de los docentes cuando se habla de evaluación lo primero que aparece es la sensación de control y, junto con ello, una mezcla de desconfianza (de sentirse vigilados o indefensos) con el temor de no estar a la altura, de no lograr la aprobación. Y no es casual que esto ocurra dado que lo hemos aprendido e internalizado en el cuerpo a través de todos nuestros trayectos formativos. La idea de “dar cuenta de…”.
No se trata, claro está, de suprimir de la evaluación su función cuantitativa en el marco de la acreditación de saberes que nos permite determinar de manera más o menos estandarizada y consensuada la promoción de los alumnos hacia el siguiente curso. Tampoco es posible eliminar de su impronta el marco de control que ejerce. “Lo importante –concluye Olivieri– es que podamos hacer consciente estas vicisitudes para convertirnos en sujetos de la evaluación y no en objetos de ella”.
Estas características nos plantean algunas reflexiones importantes a incorporar en nuestra tarea cotidiana de enseñanza: a- Evaluación y acreditación no son lo mismo aunque muchas veces guarden estrecha relación; b- No todas las instancias evaluativas tienen que redundar en parámetros acumulables de acreditación; c- Concebir la evaluación como proceso de construcción colectiva de conocimiento implica también posicionarnos en otro lugar como docentes, tanto en el vínculo con los alumnos como en nuestro rol dentro del contrato de enseñanza y aprendizaje; d- Revisar consciente y concienzudamente los qué y los para qué de las instancias evaluativas que implementamos.
Serás lo que debas ser (lo mismo que todos)
Una tercera problemática respecto de la evaluación es su tendencia a la homogeneización. “El control también es eso, que todos tengamos que andar por el mismo camino para andar bien, y cuando alguien se sale de la línea de lo esperable aparecen los problemas. Hablamos de respetar procesos, pero no nos hacemos cargo de esos procesos cuando adquieren formas o tiempos diferentes a lo esperado”, apunta Eugenia Romero del Prado. Entonces, las concepciones de evaluación, por un lado no alcanzan para dar cuenta de los procesos de aprendizaje y, por el otro, obturan gran parte de esos procesos. Alfredo Olivieri señala que cuando esto es sostenido en el tiempo, también genera y construye “los modos de responder correctamente a la evaluación. Lo que debo decir, lo que debo responder. No para responder desde mí, sino desde lo que el otro espera de mí”.
Esta tendencia a la homogeneización va del principio de respuesta correcta a la imposición de una respuesta única posible, y la repetición de dicha lógica termina por anular la actitud e inquietud por parte del alumno hacia la reflexión, deducción y búsqueda de alternativas diferentes frente a la resolución de preguntas planteadas por el profesor. María Eugenia López, docente e investigadora, explica: “Los chicos y chicas pasan gran parte de su tiempo en la escuela y entre las primeras cuestiones que logran está la de aprender el oficio de alumnos, del que nos habla Perrenoud. Van asumiendo e incorporando que al profesor hay que decirle lo que quiere oír. Por eso, si queremos que la evaluación sea genuina, debemos trabajar mucho para romper con esta concepción”.
De aquí que, aun con el temor y rechazo que genera comúnmente la evaluación tradicional, la implementación de modalidades alternativas o superadoras como apreciaciones personales, elaboración de juicios propios y el análisis crítico de los procesos transitados suele provocar más rechazo e incertidumbre que alivio y entusiasmo. Respecto de esta encrucijada, la licenciada Eugenia Romero del Prado sostiene que la evaluación no debería consistir en “nada distinto a lo que se viene trabajando en clase”. “Es necesario acompañar al alumno en su formación como estudiante, lo cual involucra la lectura y escritura de textos de estudio para poder apropiarse de los conocimientos de las diferentes áreas. Esto implica por parte del docente realizar propuestas propiciando que el alumno sea un predador de los textos, tanto en la voracidad como en el desmenuzado, y eso también hay que enseñarlo y contagiarlo. Muchas veces estudiar se convierte en una caja negra que está entre lo que el docente propone como consigna y el resultado final que elabora el alumno sin que conozcamos –y por ende sin posibilidad de acompañamiento– el proceso mediante el cual cada alumno resuelve esa exigencia”, reflexiona Romero del Prado.
La palabra del otro
Problematizar la evaluación es un asunto complejo por las cuestiones que se ponen en juego y por la falta de herramientas para hacerlo. También porque lo que devuelve la evaluación es aplicable a la revisión de las prácticas docentes. Una dimensión de investigación sobre los modos de enseñar.
Sin embargo y ante la necesidad de replantear concepciones y prácticas, María Eugenia López propone como eje estructural la posibilidad de incorporar la palabra del otro, tanto de pares y colegas –incluyendo directivos– como de los propios alumnos. Y puntualiza que no se trata de una tarea sencilla porque implica que el docente ceda la hegemonía del habla para restituir la palabra a quien es el protagonista del proceso evaluado.
“Me parece que es importante ver las formas de recuperación de la palabra del alumno. Hay que pensar de qué modo, en qué momentos y también contemplar las herramientas para ir registrando y sistematizando esa palabra. Hablar de evaluación como proceso de construcción de conocimiento implica una aproximación sistemática en la que se buscan indicios para responder a preguntas como: ¿qué aprendió?, ¿cómo lo hizo?, ¿cuánto alcanzó a comprender?, ¿qué relaciones logró establecer?, ¿qué otros apoyos necesita de mí?, ¿qué es lo más típico del grupo en esta evaluación?, ¿cuánto avanzó en relación a su punto de partida?, ¿en qué momento del proceso está? Este proceso debe constituirse en anclaje y punto de partida para futuros procesos”, explica María Eugenia López.
Involucrar la palabra de los alumnos para pensar la evaluación requiere de una distribución más democrática del poder en el aula, pero también genera otro tipo de compromiso y responsabilidad de los alumnos con el proceso de enseñanza y aprendizaje, evaluación incluida. Participar como alumno de estas instancias, hacerse cargo responsablemente de estos procesos es algo que se aprende. Los docentes tenemos que sostener esa apuesta para revertir lo aprendido e incorporado como mecanismo de defensa ante la perspectiva de control.Los docentes tenemos que sostener esa apuesta para revertir lo aprendido e incorporado por los alumnos como mecanismo de defensa ante la perspectiva de control. Si logramos sostener y profundizar ese contrato de enseñanza y aprendizaje, podremos comenzar a construir miradas críticas e intervenciones cada vez más ricas para el proceso de evaluación.